De vuelta a casa

Uno de los momentos más emotivos de la Fiesta Mayor es cuando el santo vuelve a casa, a refugiarse entre los altares, después de haber purificado de miasmas la Blanca Subur y haberse ganado el sueldo. No vuelve a casa por la puerta de atrás, no, como si volviera de haberse corrido una juerga. Entra en la parroquia como sólo entran los grandes.

Los bailes, los de pólvora y timbales y los de gaitas, tamboriles y chirimías, forman cada uno en su lado delante de la fachada de la iglesia. Las torres humanas se amontonan para crear algunas de sus figuras: los castellers hacen una columna de tres o cuatro personas y la moixiganga monta la figura del Cristo en su plena majestad. Los otros bailes forman como en una parada militar; los angelitos, arriba. En medio, tanta gente que no se cabe.

De repente, asoma el santo patrón, y asomar las narices Bartolo y quedarse el patio a oscuras es todo una. Pero es un efecto buscado, porque justo en ese mismo momento los bailes de pólvoras prenden las mechas y en la playa queman morteros, petardos y demás fuegos de artificio. Las campanas tocan a rebato, las chirimías soplan para hacerse oír, el pueblo aplaude y el santo se abre paso como puede hasta que desaparece por la puerta de la iglesia.

Oficialmente, la fiesta ha terminado.

Bueno, eso es lo que creen algunos.

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