Frenesí parlamentario

Ayer, los señores diputados del Parlamento de Cataluña se cubrieron de gloria. En un día, les agarró una compulsión legislativa impresionante. Vayamos a los hechos.

Al final del debate de política general, donde nadie dijo nada que no supiéramos, sus señorías despertaron del sopor parlamentario y les dio un frenesí. Elevaron 392 propuestas de resolución, algunas de ellas con seis o siete puntos a debatir, que provocaron 1.012 peticiones de votación, más unas cincuenta propuestas transaccionales, que no sé ni lo que son, ni ganas. Las presentaron todas en menos de dos horas. ¿Les pusieron alguna cosa en el café?

Lo peor del caso es que la Mesa del Parlamento, en un alarde de buen hacer y habilidad organizativa, montó un pollo de mil demonios a la hora de votar más de mil veces. Los parlamentarios discutían por los pasillos, en el bar, en el mismo hemiciclo, intentando sumar propuestas a la lista o retirando algunas de ellas, o acordando votar a favor o en contra de tal o cual punto de tal o cual propuesta. Un lío fenomenal. No quedó más remedio que votar por la tarde lo que tenía que votarse por la mañana, porque nadie se había puesto de acuerdo sobre qué proponer a quién. Por la tarde, nadie tenía la lista de votaciones, que dice qué se vota y en qué orden, una lista muy útil para evitar que uno vote que sí cuando quería decir que no o viceversa. El descontrol era absoluto.

A la que llevaban votadas cinco propuestas de ERC y ya se veía que nadie sabía qué se estaba votando, saltó un diputado del PP, el señor Millo, y exclamó que, a ese ritmo, iban a pasarse votando cincuenta horas seguidas, y el cálculo del caballero mereció una ovación y los aplausos de toda la cámara, que no le obsequió con las dos orejas y el rabo porque ya no se puede. Para que el Parlamento de Cataluña ovacione a un diputado del PP... En resumen, allá mismo se interrumpió la votación porque, en honor a la verdad, ni los señores diputados ni la Mesa del Parlamento sabían qué se estaba votando ni qué faltaba por votar. No tenían ni idea.

Hoy, la honorable o muy honorable (ahora no recuerdo bien) señora De Gispert lamenta el caso, pero no comprende por qué los ciudadanos podrían sentirse molestos contemplando el espectáculo, si sólo se equivocaron en el tres por ciento de las votaciones. Como les cuento, así, tal cual, con dos. Se excusa diciendo que era la primera vez que tenían que votar tantas cosas, y tot plegat, que dicen en catalán, no ha sido más que una anécdota, y no hay que tomarla en serio. En resumen, antes de confesar la manifiesta incapacidad de poner orden de la Mesa del Parlamento, se corta las venas. Lo que ayer fue un corral de gallinas era hoy una habilísima estrategia para racionalizar la votación, y se felicita por ello.

Todos los parlamentarios buscan ahora culpables y se acusan los unos a los otros, pero ninguno acepta su responsabilidad en parte del follón. ¿De qué me sirve la culpa si no existe responsabilidad?

Seguro que el malo de la película acabará siendo el chaval de las fotocopias.

Así nos va.

P.S. Si no digo lo contrario, los textos que copiaré corresponden a titulares de primera página de esta misma mañana. Cuando sea el caso, traduciré del catalán al castellano, para que mis lectores no tengan problemas de traducción simultánea. Caos y ridículo (Ara). Jornada esperpéntica (La Vanguardia). Caos en un parlamento incapaz de votar las propuestas (El Periódico de Cataluña). Sesión caótica (El Punt – Avui). Caos hilarante (primera página de la sección Cataluña de El País). Etcétera. Bonito, ¿verdad?

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