Una incursión cafetera

Hoy es San Eustaquio. Aparte de un santo y mártir, San Eustaquio es también un rione de Roma, uno de los antiguos barrios de la ciudad. Toma su nombre de la iglesia que celebra menos matrimonios de Roma, dice la leyenda, porque el símbolo de San Eustaquio es un ciervo con una cornamenta soberbia, y casarse a la sombra de unos cuernos... En fin, es lo que dice la leyenda y no sé yo si será verdad.

Pero allá, tocando, está el Caffè di Sant'Eustachio. A su modo, es también un templo, aunque no exactamente católico. ¿Cuál es el mejor café del mundo, es decir, de Roma? Uno dira éste, uno ése y el otro, aquél, pero seguro que algún entendido nombrará el Sant'Eustachio, Il Caffè. Yo no entiendo mucho de cafés, yo los bebo, y no discutiré si uno es mejor que el otro delante de un italiano, pero puedo afirmar que el café tostado en horno de leña del Sant'Eustachio produce unos espressi que quitan el hipo.

Si hoy estuviera en Roma, siendo el día que es, me llegaría al Sant'Eustachio, pediría un espresso, me lo bebería rapidito en la barra, como hacen en Italia, y así, feliz y contento, daría una vuelta por el barrio, para llegarme, con calma y tranquilidad, hasta la iglesia de los franceses o hasta Sant'Agostino, o mejor aún, hasta el Panteón, donde me enfrentaría, sobrecogido, a uno de los más bellos edificios jamás construidos.

Con este sueño dándome vueltas entre las dos orejas, hoy no tomaré un café en Barcelona. Podría darme un ataque de morriña.

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