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El capitán


Willi Herold, en 1943, con 18 años.

En los primeros días de abril de 1945, el soldado paracaidista Willi Herold se separa de su unidad y se encuentra perdido en la retaguardia. Son los últimos días del Tercer Reich, reina el caos y la locura homicida. Herold, que puede ser capturado y fusilado o ahorcado por desertor en cualquier momento, se encuentra un automóvil abandonado y en ese automóvil, un uniforme de capitán de la Luftwaffe (la fuerza aérea nazi), profusamente condecorado. 

Herold se viste con el uniforme y a partir de ese momento se hará pasar por el capitán Herold, enviado especial del mismísimo Führer... sin documentación alguna que lo acredite. A pesar de ello, llegará a reunir una tropa de unos ochenta hombres, en su mayoría soldados separados de sus unidades que se unirán al Comando Herold. Cometerán toda clase de atrocidades en la retaguardia, hasta que Herold será capturado por los mismos alemanes y condenado. Escapará y un año más tarde, capturado ahora por los ingleses, el verdugo de Emsland (así se le conoce) será guillotinado, después de ser juzgado y condenado a muerte por crímenes de guerra. En su haber, más de 125 ejecuciones, entre las que contar alrededor de un centenar de soldados alemanes acusados de deserción recluidos en el campo de prisioneros de Aschendorfermoor, a mediados de abril de 1945.

Se trata de una historia real, tan sorprendente como espantosa. Herold había luchado en Italia, en Salerno, en Montecassino, era un soldado condecorado que se había negado a servir en el ejército y que había sido expulsado de las Juventudes Hitlerianas por indisciplinado, pero algo en su interior dejó la puerta abierta al monstruo que llevamos dentro. En un terreno abonado a la barbarie como la Alemania nazi de los últimos momentos, el monstruo se creció y se mostró en todo su tamaño. El de Herold no fue el único caso, pero sí uno de los más llamativos.


La película El capitán (Der Hauptmann, de Robert Schwentke, 2017) nos cuenta esta historia a su manera. Filmada en un soberbio blanco y negro, nos plantea el dilema del origen del mal, de su aceptación, de nuestra rendición ante el mismo. Quizá la película pierda fuelle hacia el final, pero el conjunto no desmerece. En ocasiones, el absurdo es tal que casi podría considerarse humorístico, si no fuera tan trágico y perverso. Porque, en efecto, seremos capaces de justificar las primeras acciones de Herold, pero ¿cuándo nos daremos cuenta de que ya hace tiempo que nos llevamos arrastrando por el lodo de la maldad?



En garde!


Aquí dejaré el enlace de un nuevo artículo publicado por Metrópoli Abierta. Se titula En garde! y trata de la esgrima, las discusiones y la política. Espero que les guste.

Historia de un alemán


Raimund Pretzel era un alemán de buena familia, abogado, escritor a ratos, ario, que no tenía problemas para ganarse la vida en la Alemania de los años 30. Pero, ah, tenía una novia judía y también conservaba un resquicio liberal en su conciencia. En 1938, huyó con su novia de Alemania y se instaló en el Reino Unido. Para evitar represalias contra su familia y amigos, los que se habían quedado atrás, empleó un pseudónimo en sus libros y escritos: Sebastian Haffner. Por este nombre es conocido desde entonces.


Se dedicó a los ensayos y después de la guerra empleó gran parte de su tiempo en estudiar la convulsa historia de Alemania y a preguntarse por qué los nazis llegaron al poder y cómo pudieron sostenerse durante tanto tiempo y cometer las tropelías que cometieron. Era un autor respetado, pero menos conocido que otros. Cuando murió, en enero de 1999, dejó una obra inédita en el cajón, que fue descubierta y publicada en 2000. Se titula Historia de un alemán - Memorias 1914-1933. Escribió esta obra en 1939, antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial, y no quiso publicarla. 

El libro ha obtenido, en sus sucesivas ediciones en Alemania y muchos otros países, un gran éxito y ha catapultado la fama de Sebastian Haffner. Quizá, desde el punto de vista técnico, no sea su mejor obra, pero sí que es la más próxima al lector, al tratar su particular caso de tú a tú, sin amagar su opinión ni disimular sus miedos, sus debilidades o sus preferencias. 

En el momento en que escribe Historia de un alemán, Sebastian Haffner era un liberal de la vieja escuela y la socialdemocracia alemana le había decepcionado enormemente. Tampoco habla bien de los comunistas. Pero los movimientos a la derecha los contempla con creciente preocupación cuando se instala un nacionalismo populista de corte autoritario. En ese suelo abonado germinarán y florecerán los nazis.

En estas memorias, Haffner hace un ejercicio de honestidad y reflexión. Él es un privilegiado, de buena familia, racialmente puro, que podría haberse beneficiado enormemente del advenimiento del nazismo, pero, por el contrario, se siente incómodo y acosado por él y expone con claridad la sensación de una persona impotente que contempla como todo un mundo de orden y libertad se va al garate en un pispás. En los tiempos que corren, cuando los nacionalpopulismos de corte autoritario (y reaccionarios todos) tienen éxito en los EE.UU., en el Reino Unido, en Europa y, por desgracia, en mi barrio, la lectura de la Historia de un alemán muestra paralelismos que erizan los cabellos. ¿Nunca aprenderemos de la historia? ¿Nunca?

No sé quién lo dijo, pero lo suscribo. El exterminio de los judíos que realizaron los nazis, llegando al extremo de los campos, no deja de ser una cuestión técnica y logística. Lo realmente espantoso no es la técnica empleada en la matanza, sino cómo pudo conseguirse ese grado de fanatismo, fundamentalismo o deshumanización, de indiferencia incluso, de quienes permitieron que se llevara a cabo. El porqué. El cómo es consecuencia del porqué.

Historia de un alemán no tendría que ser un libro de lectura recomendable, sino de lectura obligatoria.

Tres opciones


No quiero entrar en el trapo del famoso juicio de marras. Me aburre soberanamente el tema, me aburre soberanamente quien insiste en hablar del tema y no entiendo de matices jurídicos. 

Sólo sé que los acusados presumían en público y en televisión de pasarse la legislación por el forro y que aprobaron, saltándose todas las normas y violando todos los derechos políticos de la oposición, una Ley de Transición Jurídica que prometía, por ejemplo, someter el poder judicial a la voluntad del presidente de su gobierno, cambiar las leyes fundamentales de la república sin necesidad de mayorías cualificadas o ejercer la censura de los medios de comunicación a discreción. No es poco, esto. 

Admitiré que lo que tenemos ahora precisa reformas, mejoras, incluso un recambio para construir algo nuevo, pero la propuesta secesionista era un retroceso, se mire como se mire, objetivamente. También es responsabilidad de ellos, sus seguidores y secuaces haber convertido Cataluña en un lugar más incómodo, hostil incluso, para quien no comulga con su parecer. Eso no es bueno, punto, y ante el panorama que han dejado sobre la mesa tengo la íntima convicción de que algún delito cometieron todos, y no menor. Pero, claro, puedo equivocarme y seguramente me equivocaré.

Al grano. Al parecer, de las declaraciones públicas de estos personajes se deduce que lo que pasó el último cuatrimestre de 2017 tiene tres explicaciones posibles. ¿Cuál de ellas será la verdadera?

La primera: Creían, querían, buscaban y conjuraban para conseguir la independencia de Cataluña, pero fueron tan inútiles, tanto, en todo, que, cuando llegó el momento, se dieron cuenta de que no tenían nada preparado, que habían disparado con pólvora mojada, y cundió el pánico. Unos escaparon, pies para qué os quiero, y otros se quedaron, completamente desconcertados por el fracaso.

La segunda: El reino del cinismo. No se buscaba la independencia de Cataluña, qué va, pero se engañó a conciencia al público para tener un instrumento de presión política. El público, por otra parte, aplaudía encantado al oír lo que quería oír, ojo, y se sometía (y sigue sometiéndose). Se pretendía asegurar a una nueva generación de dirigentes catalanes que permaneciera, como la anterior, cuarenta años más en el poder, de manera indiscutible. Calcularon mal. Hubo una lucha de poder, porque unos querían su parte del pastel y otros no querían perderla. Entre ellos se vieron impelidos a exagerar los gestos, se les fue la mano, cundió el pánico y unos huyeron y los otros contemplaron el estropicio sin moverse del sitio.

La tercera: Una mezcla de ambas, dirigida por cínicos y fanáticos, y fanáticos cínicos y cínicos fanáticos, en las que tanto daba conseguir una cosa como la otra, a cualquier precio, esperando a que cayera una de las dos, porque cualquiera de las dos cosas iba a sostener a esa minoría en el poder y no era otra cosa la pretendida. Y como no sucedió, como se torció la cosa, cundió el pánico, etcétera.

Creo que no hay más opciones. O sí, puede que haya alguna más, pero eso lo dejo a discreción del lector. Qué pereza... Nos queda, eso sí, el fracaso de un proyecto, el fracaso de una sociedad entera, de un país, que se manifiesta en forma de ira, la frustración, segregación identitaria o una evidente merma de la convivencia. Se les confió un país y mira cómo nos lo han dejado. 

Descubriendo a Caravaggio


Santa Catalina de Alejandría, de Caravaggio.
Imagen cedida por el museo Thyssen-Bornemisza, de Madrid.
Amplien la imagen y verán ustedes.

Uno de los lienzos de Michelangelo Merisi da Caravaggio que más he disfrutado es el de Santa Catalina de Alejandría. Juega con los símbolos y los significados. A primera vista, es una iconografía más o menos clásica de la santa: la rueda, la palma del martirio, la espada... A poco que observamos con cuidado (y no hace falta esforzarse mucho) veremos que es la imagen de una representación de la santa; es decir, para entendernos, no pinta a Santa Catalina valiéndose de una modelo, sino que pinta a una modelo haciéndose pasar por Santa Catalina, y no sé si me he explicado bien. 


Ante nuestros ojos, Filis Melandroni, entonces una moza de unos dieciocho años, posa para el pintor acariciando su espada ropera (la del pintor). Es un gesto sensual, que viene subrayado por la mirada que dirige al público. Parece decirnos que el degüello es algo dulce y placentero, pues, ¿no te lleva el martirio directamente hacia el Paraíso? Pero también es la espada metáfora de miembros viriles y penetraciones, por aquello de enfundarla, y entonces la lectura del lienzo adquiere nuevas dimensiones. 


El librito me cita, hablando de las espadas de Caravaggio.

El cuadro fue un encargo del mecenas de Caravaggio, el cardenal del Monte, que tenía una gran afición a los tableaux vivants, una especie de teatro en el que uno o varios figurantes reproducían una escena sacra o mitológica ante el público mientras un poeta recitaba o cantaba versos sobre la escena representada. Sabemos que el cardenal del Monte gustaba mucho de tocar el laúd en estas ocasiones con el cardenal Farnese, su adversario político a la vez que compañero de parrandas. 

También damos por hecho que Filis Melandroni participaba como figurante en alguna ocasión y que Caravaggio pudo haber sido el escenógrafo, jugando con las luces. Los pintores cortesanos solían pintar los fondos del escenario de estas representaciones, pero imagínense la modernidad de un escenario completamente a oscuras en el que, de repente, un rayo de luz descubre una escena que antes permanecía oculta. 

Para ilustrar eso del tableau vivant, una muestra.

Este efecto lo vemos en el cine o el teatro muy a menudo, pero el chiaroscuro de Caravaggio fue, en su día, como una bofetada, algo inédito y sorprendente, muy dramático. Vistas así las cosas, y sabiendo que el cardenal del Monte sentía una especial vocación por Santa Catalina de Alejandría y el arte moderno (nunca mejor dicho, y no sé si pillan el chiste), yo doy por más que posible que Caravaggio pintara una de las escenas de un tableaux vivant más que una iconografía clásica, pero con todos los elementos de ésta. 

El lienzo se considera un gran salto cualitativo tanto en la técnica como en la perfección del lenguaje pictórico de Caravaggio. Por si fuera poco, es bellísimo, y no me hacen falta más razones.

La cuestión es que los responsables del museo Thyssen-Bornemisza, en Madrid, creyeron que había llegado el día de examinar a fondo el cuadro y proceder a restaurarlo. Fue una labor minuciosa y meritoria que nos ha devuelto a una Santa Catalina más limpia y reluciente que nunca. Bravi!

Para difundir su trabajo, el equipo de restauradores ha publicado un librito profusamente ilustrado donde se explican los detalles técnicos del lienzo, Descubriendo a Caravaggio. De paso, conocemos mejor cómo pintaba Caravaggio y nos asombra todavía más su genialidad. Como decían las crónicas de la época (a las que quizá habría que conceder más crédito) pintaba sin esbozos preparatorios. Dejaba unas marcas con un estilete o un puñal, quién sabe, sobre la capa de imprimación o las primeras capas de pintura y eso era todo. Eso nos hace admirar con mayor razón el fruto de su trabajo. Pintaba tal cual le salía.

(Personalmente, me ha gustado mucho descubrir que Caravaggio primero pintó la rueda entera y luego, resuelta la composición, la rompió para dejarla tal cual la vemos hoy).

Los restauradores han descubierto tres correcciones principales sobre la marcha. Una, en la mano izquierda de la modelo, que se pintó primero en una posición ligeramente diferente. Otra, en la falda y el manto: la versión final ha crecido un poco y alguna arruga ha cambiado de sitio. Pero quizá sea la tercera corrección la más llamativa. Se trata del color del traje.

En efecto, parece ser que la santa llevaba un traje rojo. Caravaggio lo repintó con tonos azulados y se quedó el que ahora vemos. Los restauradores no creen que sea una pintura por debajo para dar profundidad al color final, porque se trata, sin duda, de un trabajo muy elaborado, con varias capas de rojos y bermellones. Simplemente, cambió el color del traje a última hora. ¿Por qué?


El estudio Descubriendo a Caravaggio no entra en polémicas, simplemente las enuncia. Una posibilidad es que el cardenal, viendo a la santa de color rojo, se echara las manos a la cabeza y pensara que era demasiado provocativa. Pero recordemos que el rojo es color del martirio, también, y que el lienzo era para la colección privada del cardenal, no para su exposición en público, y que el cardenal del Monte... Ay, si les contara... Los restauradores aportan otra teoría, a la que me sumo. El color rojo del traje llamaría demasiado la atención y rompería el efecto dramático del claroscuro que se consigue resaltando la cara y la camisa sobre el resto del lienzo. Quizá lo viera Caravaggio y él mismo hiciera la corrección. Lo cierto es que cambió de opinión a medio hacer y no sabemos muy bien por qué.


Descubriendo a Caravaggio es un librito muy recomendable para los aficionados al arte en general y para los caravaggistas en particular. El precio es una ganga. ¡Cuesta más el envío que el libro! Eso me pasa por no vivir en Madrid. En fin...

Un aplauso para el equipo de restauradores.


Monstruos


Hola, queridos lectores:

¡Otro artículo para Metrópoli Abierta! Se titula Monstruos. Trata sobre un tema que me irrita especialmente. Supongo que a ustedes también.

Berézina (integral)



Patrick Rambaud escribió una trilogía sobre la época napoleónica, tres novelas que pretendían haber sido muchas más. Pero ahí quedó la cosa. Que yo sepa, la última de las tres, L'Absent, no se ha publicado en español; pero las otras dos, La batalla y Nevaba, sí. He leído ambas y harán las delicias de cualquier aficionado a las cosas de Napoleón, y son, en general, buenas novelas. La primera fue, además, un premio Goncourt. 

La batalla saltó de la novela al mundo del cómic de la mano de un tándem formado por Fréderic Richaud (guionista) e Iván Gil (dibujante), en 2014, que recibió premios y muy buenas críticas. De forma natural, Nevaba fue la siguiente, que se ha dado a llamar Berézina, por la batalla que marcó el final del desastre de la campaña de Rusia. 


El trabajo de Richaud y Gil sobre la historia de Rambaud (que también aparece en los créditos) es meritorio. La afición al detalle bien documentado, que ya era destacable en la novela, es ahora más que notable al enfrentarnos con el dibujo. Que es, además, espectacular cuando se enfrenta a los dibujos de multitudes. Le doy una nota muy alta en esta ambientación, sobresaliente.

La historia se narra desde el punto de vista francés y se centra en las desventuras de un oficial de dragones, de un secretario del séquito de Napoleón y de una compañía de actores. Aparecen personajes históricos (Napoleón, el primero, pero también tantos otros) y es curioso como pasa de puntillas por las grandes batallas de Smolensko y Borodinó, que resuelve con una o dos viñetas, y se centra en el largo y trágico viaje de ida y vuelta del ejército francés. Nos dice claramente que no le interesa el relato de las grandes gestas, sino la descripción de la miseria cotidiana. Nada que objetar.

En resumen, una brillante adaptación al cómic de una novela interesante. 

Citado en Descubriendo a Caravaggio


Todos conocen mi afición por un pintor llamado Michelangelo Merisi, más conocido como Caravaggio. El pasado noviembre, antes de visitar París, publiqué en El cuaderno de Luis un apunte sobre las espadas que aparecen en los cuadros de Caravaggio. Se titulaba Las espadas de Caravaggio.

Esta mañana he leído el mensaje de un amigo de un servidor de ustedes que es también un caravaggista aficionado (y de primera, @mdacaravaggio en Twitter). Me pregunta por el librito que han editado los museos de la Fundación Thyssen-Bornemisza sobre la reciente restauración de la Santa Catalina de Alejandría, de Caravaggio. 

¿Lo tengo? Pues, no, todavía no lo tengo, respondo. El librito es éste:


¿No lo tienes? ¡Pues mira!


¡Oh...! El cuaderno de Luis citado en un libro de caravaggistas de verdad. ¡Me citan! ¡A mí! ¡Vaya por Dios.

Pueden imaginarse mi contento, ¿verdad?

Ni que decir tiene que lo primero que he hecho ha sido pedir el libro al museo. Lo pensaba pedir igual un día de éstos, pero el asunto ha pasado de ser importante a ser urgente.

Eloy



Antonio Hernández Palacios luchó en el frente, en Madrid, durante la Guerra Civil, en el bando republicano. También inició entonces su trabajo de ilustrador, para el que tenía un gran talento. Muchos años después, A. H. Palacios, como solía firmar sus historias, quiso trabajar en la historia de un soldado republicano de a pie y seguir su periplo bélico desde los primeros días de la Guerra Civil hasta la liberación de París y el final de la Segunda Guerra Mundial, donde habría participado como uno más de los republicanos que sirvieron en la división Lecrerc (1.ª División Acorazada francesa). Ese soldado se llamaría Eloy.


Eloy no pudo llegar tan lejos y se quedó en 1937. Pero los cuatro álbumes de Eloy, de Palacios, nos aguardan para mostrarnos unas ilustraciones de primera categoría. Desde mi punto de vista, el guión, a medio camino entre el documental y las experiencias de Eloy, flojea, porque no consigue ser ni una cosa ni la otra. Pero en este caso, la debilidad del guión queda en un segundo plano frente a la excelencia de las imágenes. Podremos decir cualquier cosa de Palacios, pero en una tendremos que coincidir todos: era un gran dibujante. 


Ahí está Eloy, para demostrarlo. Muy recomendable.

La guerra de las trincheras (1914-1918)



Tardi es un gran ilustrador francés. Se atrevió, por ejemplo, a ilustrar a Céline (lo que no es fácil) y lo hizo magníficamente bien. También trabaja con las novelas policíacas de Leo Malet. No obstante, es más conocido por sus tebeos... Perdón, que yo digo tebeo sin ánimo de ofender, cuando ahora suele decirse cómic e incluso novela gráfica. Esto... ¿Qué estaba diciendo? Ah, sí, Tardi... Decía que era conocido por sus tebeos sobre la Gran Guerra, la Primera Guerra Mundial.

Son crudos, viscerales, intentan mostrar todo el horror de la guerra en unos magníficos dibujos en blanco y negro. En C’était la guerre des tranchées (La guerra de las trincheras) se reúnen varias historias breves en un solo volumen, que fue editado en los años '80 y en los '90. Tardi nunca ha ocultado un ideario antibelicista y un espíritu crítico con el poder, rebelde, apegado a esa tradición libertaria francesa. Se permitió el lujo de rechazar la Legión de Honor en 2013 porque no quería recibir ninguna recompensa de manos del poder político (sic). No le dan la Legión de Honor a cualquiera; tampoco la rechaza cualquiera.

Tardi y sus dibujos sobre la Gran Guerra causaron una gran impresión. Tanta que más de un editor no quiso publicar algunas de sus viñetas (las consideró demasiado brutales), pero el buen sentido se impuso y otros editores aceptaron el reto. El resultado es un gran libro, a la vez que estremecedor, porque la guerra (cualquier guerra) es sucia, cruel, despiadada, absurda, asquerosa... y la Gran Guerra, de la que ya nos separa un siglo de historia e infamia, es el escenario ideal para evidenciar algo así. En lengua española lo edita Norma Editorial, traducido por Enrique Sánchez, siguiendo la edición francesa de 1993.

El dibujo preciso y muy bien documentado, está pensado para provocar una fuerte impresión y más de una vez lo consigue. Transmite el horror y la vida de las trincheras mucho mejor que algunas novelas y películas que uno se ha echado a la espalda. Tardi alcanza, a decir de los entendidos, algunas de sus mejores páginas en este álbum, y debe de ser verdad. Un servidor de ustedes, que no entiende de tebeos, o no demasiado, considera que el libro de Tardi bien vale la pena verse y leerse. Es magnífico.

¡Se nos echa encima!


Cuando hice la primera comunión, el parque de atracciones presentaba este aspecto y muchas voces pedían detener las obras y derribar todo lo que no hubiera hecho Gaudí.

Parecía que nunca iba a acabarse, y nunca se acaba, pero ya se dice que en el 2026 habrá llegado a lo más alto (es decir, se convertirá en el templo católico más alto del mundo) y que entonces sí que se acabará de construir... o casi. 

Porque está el pequeño detalle del pórtico de la Gloria.

Hablo, naturalmente, de la Sagrada Familia y sobre el pequeño detalle, ahora les explicaré:

En medio del Ensanche, un gran parque de atracciones se alza sobre el skyline de la ciudad, la Sagrada Familia. Ocupa, ahora mismo, unos 45.000 metros cuadrados y ya ha invadido aceras sin permiso. La de la calle Mallorca, por ejemplo. Cuidado con la calle Mallorca, porque es protagonista del pequeño detalle.

Como ya he dicho está en perenne construcción desde hace 133 años, si no he errado en las cuentas, y nunca ha pagado un permiso de obras. ¡Nunca! Hasta que, a finales del año pasado, parece que los propietarios del parque de atracciones llegaron a un acuerdo con el Ayuntamiento de Barcelona, del que se saben cosas, pero no se saben todas. Y si preguntas, no responde nadie. La principal pregunta es, naturalmente, cómo se resolverá el pequeño detalle.

En este acuerdo que digo, los propietarios del templo pagarán 36 millones de euros en diez años para compensar el descuido de no haber pagado ningún permiso municipal en un siglo y pico, con un pico muy largo. Así, de entrada, 36 millones parecen muchos millones, ¿verdad? No son tantos.

Para que se hagan una idea, el presupuesto de la Gran Mona de Pascua sumó unos 80 millones el año pasado; 50 millones para las obras y el resto en pitos y flautas, sueldos y salarios. Se calcula que ingresaron unos 100 millones sólo con la venta de entradas, lo que daría un beneficio bruto de 20 millones al año, tirando por lo bajo. Sumen derechos de imagen, souvenirs, etcétera. Y luego añadan que los propietarios y gestores de esta atracción de feria que hace las veces de basílica para disimular obtienen del Estado (a nivel municipal, autonómico y estatal) un trato fiscal especial. Es decir, pagan muchos menos impuestos que usted, yo o cualquier otro por lo que ganan. 

Esos 36 millones, teóricamente, servirán para beneficiar a la ciudad. Teóricamente, digo. Se gastarán dos de cada tres en la mejora del transporte público y el resto en adecentar los parques vecinos. Se construirá una salida del metro directamente en el recinto del parque de atracciones, para que los turistas puedan acceder más directamente. Los propietarios del templo pagarán siete millones y el resto (que no será pequeño) lo pagaremos todos. Beneficio asegurado.

Todo eso por 3,6 millones de euros al año, que no son nada cuando el beneficio neto andará por los veinte millones al año. 

El parque de atracciones está hoy más o menos así.
Para completarlo, tendrían que arrasar dos islas de casas, a la izquierda de la imagen.

Pero está el pequeño detalle del pórtico de la Gloria, que sería la entrada principal del templo. Esa fachada se plantaría en medio de la calle Mallorca y la entrada se situaría a cinco metros por encima del actual nivel de la calle. Para acceder a esa entrada, sería precisa una escalinata monumental y para que todo quedara la mar de bien y con una perspectiva decente, tendrían que derribarse varios bloques de viviendas, para crear un parque que los más optimistas señalan que llegaría hasta la calle Aragó.

Una maqueta del templo acabado donde se ve el pórtico de la Gloria y la escalinata.

Esto, en román paladino, quiere decir que la construcción de la Sagrada Familia amenaza (sí, amenaza) los hogares de 3.000 personas que viven en su vecindad. Con el beneplácito del Ayuntamiento de Barcelona, podrían ser expulsadas de su casa y me jugaría el cuello que, viendo quién nos gobierna, todavía pagaríamos el desahucio con dinero público. 

Porque a un lado de la plaza de Sant Jaume tenemos al gobierno de la Generalidad de Cataluña, gente de misa y devota, y al otro tenemos a una alcaldesa que presume de moderna sin serlo. Los primeros no levantarán un dedo contra los propietarios del parque de atracciones. La segunda tiene los días contados, me temo.

Seré una persona obtusa, lo sé, pero fíjense: ante la intención pública y manifiesta de una fundación privada de dejar a 3.000 personas sin hogar, en medio de Barcelona, la alcaldesa de Barcelona mira hacia otro lado y si le preguntan, responde que es bisexual. No responderán mejor sus vecinos del otro lado de la plaza de Sant Jaume. A los vecinos, que les den.

Seguro que saldrá alguno diciendo que el pórtico de la Gloria... Pues, miren, la iglesia de San Lorenzo, en Florencia, obra del genial Brunelleschi, no tiene fachada principal y no pasa nada; bien bonita que es.

La que quizá sea la más bella iglesia de Florencia no tiene fachada.


No sé si es tonta o cínica


Aquí tienen, queridos lectores, otro artículo publicado en Metrópoli Abierta en el que me meto con una ilustre recién llegada al procesismo, Beatriz Talegón, y me cisco en la homeopatía, brevemente. Espero que les guste, que les haga pensar o que no les aburra, a elegir. 


Con los beneficios de la escritura


Dije a los míos que con lo que ganase con mis libros iba yo a comprarme un Ferrari. Tal cual. Así, con un par. Y lo prometido es deuda.


Aquí tienen mi Ferrari. Es un Ferrari LaFerrari, que no es moco de pavo. Es muy resultón. Es rojo (¿de qué color, si no?) y va para delante, para atrás, gira a izquierda y derecha y tiene luces. Viene con la licencia de Ferrari en la caja, cuidado.


Aquí dejo el testimonio del cumplimiento de mi promesa. Eso sí, espero que en el próximo libro que quieran publicarme pueda montarme dentro. ¡Pero no todo puede conseguirse en esta vida! Hay que dejar sitio a la ilusión, ¿no?

Mi sable



Ya van más de tres años que me compré mi sable para practicar esgrima. 

Del sable original sólo quedan el pomo, dos arandelas y el forro de plástico entre la empuñadura y la cazoleta. Ésta es mi tercera hoja; las otras dos se quebraron en mitad de un asalto. La cazoleta original se rompió cerca del pomo en otro asalto y reciclé una cazoleta de segunda mano, que pulí y a la que le dí una mano de pintura blanca. Quedó muy resultona. También es ésta la segunda empuñadura, pues la goma de la primera (roja) estaba para el arrastre. Pero ahora tengo un sable tricolor (rojo, blanco y azul) y sólo me falta la escarapela. 

Que conserve todavía el pomo original otorga a mi acero un aire caballeresco. Se dice que en los pomos de las grandes espadas medievales los caballeros que las empuñaban guardaban alguna reliquia, fuera de un santo, fuera de su señora, para que les protegiese en el combate. Yo reliquias no llevo, pero ahí está el pomo, aguantando mecha.

Lo que no tiene mi sable es un nombre. ¡Habrá que buscarle uno!

La muñeca que lee las noticias



Paseando por un anticuario, hice esta fotografía con el teléfono, con prisas y mala luz. Pero la cara de pasmo bien valía el esfuerzo.