Qué miedo. En Vilanova i la Geltrú avistaron una aleta. Cuenta la crónica que asomaba veinte centímetros por encima del agua, y que la vio un socorrista que nadaba a setenta metros de la costa. Se dio la alerta y les costó poco armar una de gorda. Al grito de ¡tiburón!, cerraron las playas y nos dejaron a todos con el susto en el cuerpo. Porque si el comedor de hombres se avistó en Vilanova i la Geltrú, bien podría asomar la parienta del escualo unas playas más arriba o unas playas más abajo, donde pongo el culo a remojar cuando aprietan los calores. La verdad, encontrarme con un gran blanco mientras hago pipí mar adentro no es precisamente el día de playa con el que sueño al despertar.
Hoy, las autoridades han vuelto a abrir las playas. De tiburón, nada, aseguran. Una falsa alarma. Ya puedo hacer pipí tranquilamente, mar adentro. Eso sí, cuidado con las medusas, la gripe, la hipoteca, la fianza de la ducha y la evolución del índice Nikei, que va mal estos días. De susto en susto, me dará algo.
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