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La muralla del mentidero

Hay que verlas, en primera línea, codo con codo, formando una muralla impenetrable de sillitas y sombrillas, el sombrerito de paja encasquetado hasta las orejas y la postura de un Buda grotesco, de semblante despectivo y mirada airada. Las hay enjutas y arrugadas, las hay que rebosan y sus carnes crecen alrededor de las braguitas del biquini, que prácticamente desaparecen engullidas por tanta abundancia. Ejercen la dictadura de la reprobación y el chisme, nada ni nadie escapa a su escrutinio, su juicio es sumarísimo y la sentencia, inapelable. Los indígenas tiemblan al pasar delante del tribunal, mientras unos ojitos chiquitines y desprovistos de ánima, ávidos de dimes y diretes, saludan al recién llegado. Un ejército de nietos custodia las murallas del mentidero, ésas que nos defienden del vicio, el pecado y las malas costumbres.

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