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En vivo y en directo


Dicen que hay, dicen que hay,
un mundo de tentaciones.
También hay caramelos
con forma de corazones.

Sí, señoras y señores, damas y caballeros, Andrés Calamaro. Cantó El estadio azteca, pero tantas otras cosas, en Girona, el 11 de octubre, y nos tuvo dos horas sin parar ni para hacer pis. La gente, loca. Un éxito, vamos. Lástima por el escenario: el pabellón polideportivo resonaba y parte de la música se perdió en ruido. El sonido, pues, sucio, pero Andrés, don Andrés, ni se inmutó. Salió a escena y sólo saliendo se puso la gente en el bolsillo. Era un concierto arriesgado, pues la banda era guitarrera, y eso ya no se estila. Cuatro guitarras eléctricas, ni más ni menos, bajo, teclados y batería. Repito: eso es jugársela, y tiene su mérito. Con todo, el argentino hizo lo que hace siempre, ir a lo suyo, mentar a Maradona y cantar a su aire, como quien no quiere la cosa, lo que no es una crítica, sino una alabanza.

Entre nosotros, lo que me pierde de Calamaro son sus tangos. Que un cantante de rock se atreva con un tango tiene mérito. Que encima los cante bien, increíble. Que los cante en un concierto de rock y le aplaudan, un milagro. Así, sin más que su voz cascada y un humilde acompañamiento, adivinó el parpadeo de las luces que a lo lejos van marcando su retorno, y arrancó los bravos del personal.
Por cierto, la fotografía es de mi hermano, Chema.

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