El cuaderno de Luis planteó la siguiente cuestión a sus lectores: Hegel aparte, ¿quién es el filósofo más infumable?
Un 23% de los encuestados han señalado a Jacques Derrida (1930-2004). Este personaje es culpable de la deconstrucción, teoría que afirma que cualquier fenómeno estructurado (sincrónico) tiene una historia que nos lleva hasta un período donde se acaba lo que se daba, la historia (llamado momento diacrónico), mostrando que lo simple no se refugia en los orígenes y comprobando que no hace falta que nada sea complejo, porque podemos complicarlo a discreción y justificar cualquier barbaridad mentando de dónde viene. Sus principales virtudes filosóficas son la falta de claridad, una retórica pretenciosa e intencionadamente obtusa y una apariencia de profundidad en asuntos que son de supina trivialidad. También es culpable de haber inspirado (parcialmente) algunos guiones de Woody Allen, algo de por sí suficientemente grave.
Otro 23% ha señalado a otro Jacques, Jacques Lacan (1901-1981), un impostor intelectual de grueso calibre. Mezcló el psicoanálisis y el surrealismo, la evidente y escandalosa falta de rigor científico con la palabrería procedente de la matemática y la física cuántica, su arrolladora desfachatez con libros incomprensibles, y triunfó para desespero del lenguaje claro y distinto y las gentes de bien. Ha sido acusado formalmente de crear una teoría incoherente, pseudo-científica y completamente absurda, y de utilizar términos que, sencillamente, no comprende ni ha comprendido nunca, y nunca nadie ha sido capaz de refutar esta contundente acusación.
La misma preferencia, un 23%, despierta Jürgen Habermas (n. 1929). Sus trabajos se centran en la epistemología y la teoría social, donde defiende que existe algo llamado la racionalidad comunicativa (la gente piensa cuando habla). También inventa el concepto ciencia reconstructiva, que pretende reconstruir las estructuras que Derrida ha deconstruido o desmenuzado justo antes, o poco más o menos. Con el cuento, Habermas y Derrida se las tuvieron durante años y su polémica alcanzó las más altas cotas de la incomprensibilidad, dejando a un lado que no hubo ni acuerdo ni consenso y su discusión no llevó a ninguna parte. El asunto no deja de tener gracia, pues, según Habermas, la realidad es el acuerdo al que se llega al final de una discusión. A ese acuerdo se le llama consenso, y es a partir del consenso que la sociedad reconstruye la realidad previamente desmenuzada durante la discusión. Todo muy hegeliano.
El gran señalado ha sido el inefable Martin Heidegger (1889-1976). El 53% de los encuestados considera que, Hegel aparte, éste es el más infumable de los filósofos propuestos. Lo que le hizo a Nietzsche merece que le den con un ladrillo en los dientes, sin ir más lejos. La filosofía de Heidegger intenta adivinar qué es el ser y hace un análisis existencial del ser y el tiempo (Ser y Tiempo es su magna opus), ya que el ser es siendo, no de otra manera. Nunca me lo hubiera imaginado, ahora que pienso. El caso es que Ser y Tiempo pretende investigar el ser preguntándose por el ser para el que ser o no ser es la cuestión. Heidegger investiga durante cientos de páginas de frases incomprensibles, llega a la conclusión dicha (el ser es siendo, pues no siendo no es) y luego se dedica con cuerpo y alma a militar en el partido nacionalsocialista alemán, que le nombró rector de Friburgo y le permitió gozar de la práctica del antisemitismo, la quema de libros y el destrozo de cualquier atisbo de libertad y razón en las aulas. Luego afirmaría que se le había interpretado mal cuando dijo que el pueblo alemán tiene que escoger su futuro, y ese futuro está ligado al de nuestro Caudillo (Hitler). Pelillos a la mar, aquí no ha pasado nada. Sus ideas influyeron en los existencialistas (ésos que destrozaron la música de jazz) y en Derrida, que aprendió de él a no decir nada con muchas palabras.
Un 23% de los encuestados han señalado a Jacques Derrida (1930-2004). Este personaje es culpable de la deconstrucción, teoría que afirma que cualquier fenómeno estructurado (sincrónico) tiene una historia que nos lleva hasta un período donde se acaba lo que se daba, la historia (llamado momento diacrónico), mostrando que lo simple no se refugia en los orígenes y comprobando que no hace falta que nada sea complejo, porque podemos complicarlo a discreción y justificar cualquier barbaridad mentando de dónde viene. Sus principales virtudes filosóficas son la falta de claridad, una retórica pretenciosa e intencionadamente obtusa y una apariencia de profundidad en asuntos que son de supina trivialidad. También es culpable de haber inspirado (parcialmente) algunos guiones de Woody Allen, algo de por sí suficientemente grave.
Otro 23% ha señalado a otro Jacques, Jacques Lacan (1901-1981), un impostor intelectual de grueso calibre. Mezcló el psicoanálisis y el surrealismo, la evidente y escandalosa falta de rigor científico con la palabrería procedente de la matemática y la física cuántica, su arrolladora desfachatez con libros incomprensibles, y triunfó para desespero del lenguaje claro y distinto y las gentes de bien. Ha sido acusado formalmente de crear una teoría incoherente, pseudo-científica y completamente absurda, y de utilizar términos que, sencillamente, no comprende ni ha comprendido nunca, y nunca nadie ha sido capaz de refutar esta contundente acusación.
La misma preferencia, un 23%, despierta Jürgen Habermas (n. 1929). Sus trabajos se centran en la epistemología y la teoría social, donde defiende que existe algo llamado la racionalidad comunicativa (la gente piensa cuando habla). También inventa el concepto ciencia reconstructiva, que pretende reconstruir las estructuras que Derrida ha deconstruido o desmenuzado justo antes, o poco más o menos. Con el cuento, Habermas y Derrida se las tuvieron durante años y su polémica alcanzó las más altas cotas de la incomprensibilidad, dejando a un lado que no hubo ni acuerdo ni consenso y su discusión no llevó a ninguna parte. El asunto no deja de tener gracia, pues, según Habermas, la realidad es el acuerdo al que se llega al final de una discusión. A ese acuerdo se le llama consenso, y es a partir del consenso que la sociedad reconstruye la realidad previamente desmenuzada durante la discusión. Todo muy hegeliano.
El gran señalado ha sido el inefable Martin Heidegger (1889-1976). El 53% de los encuestados considera que, Hegel aparte, éste es el más infumable de los filósofos propuestos. Lo que le hizo a Nietzsche merece que le den con un ladrillo en los dientes, sin ir más lejos. La filosofía de Heidegger intenta adivinar qué es el ser y hace un análisis existencial del ser y el tiempo (Ser y Tiempo es su magna opus), ya que el ser es siendo, no de otra manera. Nunca me lo hubiera imaginado, ahora que pienso. El caso es que Ser y Tiempo pretende investigar el ser preguntándose por el ser para el que ser o no ser es la cuestión. Heidegger investiga durante cientos de páginas de frases incomprensibles, llega a la conclusión dicha (el ser es siendo, pues no siendo no es) y luego se dedica con cuerpo y alma a militar en el partido nacionalsocialista alemán, que le nombró rector de Friburgo y le permitió gozar de la práctica del antisemitismo, la quema de libros y el destrozo de cualquier atisbo de libertad y razón en las aulas. Luego afirmaría que se le había interpretado mal cuando dijo que el pueblo alemán tiene que escoger su futuro, y ese futuro está ligado al de nuestro Caudillo (Hitler). Pelillos a la mar, aquí no ha pasado nada. Sus ideas influyeron en los existencialistas (ésos que destrozaron la música de jazz) y en Derrida, que aprendió de él a no decir nada con muchas palabras.
Un grupo de encuestados bastante numeroso, un 38%, ha escogido la respuesta Cualquiera de ellos, mostrando que tanto les da Derrida, Lacan, Habermas o Heidegger, cada cual peor que el anterior. No les culpo por ello.
¿Cómo? ¿No se contemplaba a Kant? ¿Un tipo que no sabía escribir, que se las daba de grandilocuente y que se limitó a desarrollar con un tedioso lenguaje científico las intuiciones más inspiradas de Séneca?
ResponderEliminarKant pagó su culpa cuando, al final de sus días, descubrió que sus alumnos se habían pasado al Romanticismo. De Kant saldrá luego Hegel, pero también Schopenhauer, que puso un poco de orden y le dijo a Hegel de todo menos guapo.
ResponderEliminarDe Kant dijo Nietzsche que era «Cant» (v. diccionario de inglés) y otros muchos, muchas barbaridades más. Pero Kant argumentó brillantemente la necesidad de la libertad de expresión, por ejemplo.
¡Hay tantos filósofos infumables...! Kant sería el menor de ellos. Se escogieron estos cuatro por su influencia en la filosofía del siglo XX y porque no cabían tantos más.