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Guerra sucia


En mi barrio se ha desatado una guerra sórdida, nocturna, que pagamos todos. Los letreros de Se alquila y Se vende son arrancados de cualquier manera y arrojados al suelo. El mismo fin espera a cualquier otro cartel, sea el anuncio de una echadora de cartas o propaganda municipal. Ras, ras. Manos crispadas y furiosas arremeten contra los carteles, rompen, rasgan y arrojan al suelo los papeles. Siempre de noche, cuando nadie mira.

Las ordenanzas municipales prohíben fijar carteles, pero los cartelistas se pasan las ordenanzas por el forro. Con decir que algunos carteles los engancha el Ayuntamiento... Pero los anticartelistas están al quite y han decidido actuar por su cuenta y riesgo, mal que le pese al anunciante.

Salen de patrulla por la noche en grupos de dos o tres anticartelistas. El anticartelista típico es varón, jubilado o prejubilado, y pasea un chucho pequeñajo para disimular sus verdaderas intenciones. Mientras los chuchos cagan, mean o fornican en la vía pública a discreción, los anticartelistas proceden con su empresa, mascullando entre dientes que la gente no tiene vergüenza, mostrando un odio inmenso contra cualquier pasquín que descubra su mirada. Atacan con la mano desnuda, pero algunos han sido vistos rasgando letreros con la punta del bastón, con muy mala saña.

A primera hora de la mañana, el suelo muestra los restos de la batalla: meados y cagarrutas de chucho, papeles rasgados, cintas adhesivas a medio arrancar en las paredes, restos de odio por el suelo y el tufo de la bilis. El triste y lamentable espectáculo de una batalla.

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