Mi poeta favorito prefería el aire frío, límpido, enrarecido de las alturas, de ahí donde sólo resta abrir las alas y echarse a volar. Estos días, el aire es frío, límpido, quizá no esté enrarecido, y de vuelta a casa, a la luz del ocaso, arrebujado en un abrigo que no está para mucho invierno, conjuro el instante que el mismo poeta consideró perfecto, la siesta de un mediodía de verano. Quizá no esté hecho para volar, ni para aires enrarecidos, pero reconozco que la añoranza de la siesta me hace bailar con pies ligeros, querido Zaratustra.
Ai, preciós!
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