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Aquí y allá


El día que me planté en Roma me recibieron con dos manifestaciones. Una, a favor de Berlusconi; otra, en contra. Como aquí, acudieron un millón de manifestantes por aquí y otro millón por allá, según los organizadores; según el sentido común, la lógica y la geometría, tirando largo, sumando las dos manifestaciones salían treinta mil personas, contando semáforos y farolas. ¡Ojo! Treinta mil personas son muchas personas. Pero estamos tan acostumbrados a que nos mientan con manifestaciones de millón que si sólo reunimos a medio millón de personas, fracasamos rotundamente.

Un paréntesis. Tomen todo el Passeig de Gràcia, la plaza Catalunya y todas las Ramblas hasta el mar, llénenlas de gente de pared a pared, de tal manera que vayan como en el metro, sin poder mover los brazos. Como mucho, mucho, habrán reunido a cuatrocientas mil personas.

Al día siguiente, debatí el asunto con algunos periodistas italianos en casa de los Petrucci. Eran escépticos con las cifras, aunque quizá no tanto como yo. Había alguno que sostenía que apretaditos, apretaditos, en el Circo Máximo podían sumarse medio millón de manifestantes. Apretaditos, añadí, escéptico. Pero ¿qué más da medio millón más o menos? A fin de cuentas, mucha gente o poca gente son aproximaciones perfectamente válidas y objetivas. De las cifras pasamos a las declaraciones del papa sobre el escándalo irlandés y de ahí a todas partes. Fue una velada interesantísima. Gracias.

Una semana después, los italianos han ido a votar. Eran las elecciones regionales en gran parte de Italia. Sólo han ido a votar dos terceras partes de los electores y los corresponsales de nuestros periódicos ya predican la desafección de los italianos por la política. ¿Desafección? ¡Puñeta! ¡Desapego! ¡Se dice desapego! Y para desapego, el nuestro. ¿Cuánta gente votará en las elecciones autonómicas catalanas? ¿La mitad del censo?

En Italia dicen que ha ganado la izquierda, pero también afirman que la derecha no ha sido derrotada. Lo mismo que aquí. Los partidos racistas están ganando posiciones. Aquí, también. El gobierno es lamentable, pero la oposición no augura mejoras. Como en casa.

La política italiana es chanchullera, corrupta, desvergonzada y vergonzante, tanto como la nuestra. La afición de Berlusconi por las señoritas y su enfermiza obsesión por no quedarse calvo afirman el éxito del populismo más canalla, el mismo populismo que gastamos aquí, en casa, aunque nosotros preferimos llevar los asuntos de señoritas con más discreción y optamos por envolvernos en banderas, ofensas y agravios, pretendiendo seriedad y ofreciendo aburrimiento. Berlusconi es igual de nefasto, pero más divertido, qué quieren que les diga.

Si hablamos de mafias, cabe añadir que esas mafias vienen aquí a blanquear su dinero en las promociones inmobiliarias y con la ayuda de nuestros bancos y cajas de ahorro, que han hecho su agosto con el dinero negro de media Europa. Los italianos se llevan las manos a la cabeza cuando hablan de España y las mafias. Yo también me llevo las manos a la cabeza cuando pienso en las mafias que pudren Italia. En una de estas conversaciones, acabamos todos sujetándonos la cabeza, no vaya a caerse.

En fin, lo que iba diciendo. Al llegar a Roma me recibieron millones de personas con banderas de colores. Tanto como afirmar que apenas un puñado aquí o allá. Fue muy divertido.

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