El Boig de l'Arrabassada

¿Quién era el Boig de l'Arrabassada? Mi abuelo. El Loco de l'Arrabassada era mi abuelo, y ganó el mote con justicia. Hacia 1930, no sé cuándo exactamente, compró una Harley Davidson a un piloto de carreras norteamericano que necesitaba el dinero para váyanse ustedes a saber qué. Quizá para volver a casa. La motocicleta venía con sidecar, pero éste podía separarse de la motocicleta con una llave inglesa y unos minutos. La motocicleta, libre del paquete, era un cohete.

Allá iba mi abuelo, inclinándose en las curvas de la carretera de la Arrabassada, en esas paellas legendarias, 180º de curva, haciendo bramar la Harley con un rugido ensordecedor. Los vecinos exclamaban: El Boig de l'Arrabassada! cuando lo veían venir con el casco de cuero y las botas. Mi abuela viajó en ese sidecar, tapándose con una manta a cuadros y gritando: Esteban, no seas loco. Al final, a instancias de mi abuela, mi abuelo tuvo que escoger entre ella o lo que le pedía el cuerpo, y vendió la Harley, no sé a quién ni por cuánto, Eso fue hacia 1934, poco más o menos.

He buscado una fotografía en internet de un modelo como el que podría haber sido de mi abuelo. No tengo fotografías de la máquina ni del personaje, sólo la leyenda. La leyenda, sí, la leyenda... A veces envidio a mi abuelo.

La gasolina de la Harley se me ha transmitido a través de mi madre, pero no es una constante de mi familia materna que, en general, ha heredado los genes de mi abuela, que sienten repelús por la bencina. Quizá por eso, sólo ella, mi madre, y yo sentimos algo parecido a una pasión por el motor, y un escalofrío en el espinazo cuando una Harley Davidson de verdad, de las de antes, saluda con un rugido del tubo de escape.

Por lo tanto, comprenderán ustedes que sienta una emoción especial en el cuerpo ante la celebración del segundo Barcelona Harley Days. Dieciocho mil Harley Davidson ocuparán la ciudad. Ya se ven y se oyen, y se me va el cuerpo detrás del pop pop pop de sus motores al ralentí.