No me he vuelto loco: éste es el título de un artículo científico que trae cola. Por ejemplo, en televisión. En un capítulo de House, una resonancia magnética muestra que una paciente que parecía un angelito es en realidad una psicópata tremebunda. El cascarrabias del doctor Gregory House se frota las manos y el resto del capítulo pueden imaginárselo.
Se sabía hace tiempo que la psicopatía puede detectarse con una tomografía, examinando el llamado núcleo accumbens, inusualmente activo por un exceso de dopamina. También se ha apuntado que la religiosidad se vincula al lóbulo temporal derecho (su atrofia se asocia a un síndrome de hiperreligiosidad) y a la región parietal posterior, hasta el punto que algún gracioso ya está elaborando el mapa místico del cerebro; igualmente, la región inferior del lóbulo parietal, allá por donde el giro supramarginal, poco más o menos, domina la ideología (entendiéndola como la distinción y la afirmación de lo bueno y lo malo) y se concluye en algún estudio que la esquizofrenia y la ideología comparten patrones de actividad neuronal (algo que sospechábamos). Que los adolescentes sean tan rebeldes tiene que ver con el crecimiento de la zona gris del prefrontal. Etcétera. Apasionante.
Patterns of neural activity associated with honest and dishonest moral decisions (el título original del artículo) lo firman Joshua D. Greene y Joseph M. Paxton, del Departamento de Psicología de la Universidad de Harvard, y ha sido editado por Marcus E. Raichle, de la Escuela Universitaria de Medicina Washington, de San Luis, Misuri (EE.UU.). El artículo se pregunta por qué la gente se comporta honestamente cuando pueden obtener beneficios comportándose de forma deshonesta.
Los autores, después de analizar comportamientos automáticos y controlados, alumbran dos hipótesis.
La primera, la hipótesis de la voluntad: la honestidad surge de una resistencia activa a la tentación, comparable a los procesos cognitivos controlados que permiten un retraso en la recompensa. La segunda, la hipótesis de la gracia (sic): la honestidad es el resultado de la ausencia de tentación, no más, y es un proceso automático.
La investigación intenta determinar el comportamiento honesto o deshonesto según se dé la presencia o ausencia de mecanismos automáticos del cerebro. Greene y Paxton estudiaron la actividad neuronal de algunos individuos enfrentados a la oportunidad de una ganancia deshonesta mediante imágenes obtenidas por resonancia magnética. Los personajes estudiados jugaban un juego con recompensa donde podían hacerse trampas. Los autores concluyeron que la hipótesis de la gracia era la más probable.
Así, los individuos con un comportamiento honesto no mostraron una actividad adicional controlada en el cerebro (de hecho, ningún otro tipo de actividad) cuando escogieron comportarse honestamente. No se lo pensaron dos veces. Es decir, son naturalmente honestos. En cambio, los individuos que se comportaban de manera deshonesta mostraron un incremento de la actividad en la corteza prefrontal dorsolateral del cerebro y la corteza cingulada anterior, que rigen parte del control del comportamiento, ya fuera cuando hacían trampas o ya fuera cuando, por disimular, decidían no hacerlas. En resumen, los niveles de actividad en estas regiones del cerebro se correlacionan estadísticamente con la frecuencia de los comportamientos deshonestos del individuo. Los deshonestos maquinan continuamente y no les falta razón al tachar de tontos a los honestos, que no se les ocurre ni pensar en hacer trampas.
Les dejo a su aire las implicaciones sociales y morales del caso. No se acaban.
Se sabía hace tiempo que la psicopatía puede detectarse con una tomografía, examinando el llamado núcleo accumbens, inusualmente activo por un exceso de dopamina. También se ha apuntado que la religiosidad se vincula al lóbulo temporal derecho (su atrofia se asocia a un síndrome de hiperreligiosidad) y a la región parietal posterior, hasta el punto que algún gracioso ya está elaborando el mapa místico del cerebro; igualmente, la región inferior del lóbulo parietal, allá por donde el giro supramarginal, poco más o menos, domina la ideología (entendiéndola como la distinción y la afirmación de lo bueno y lo malo) y se concluye en algún estudio que la esquizofrenia y la ideología comparten patrones de actividad neuronal (algo que sospechábamos). Que los adolescentes sean tan rebeldes tiene que ver con el crecimiento de la zona gris del prefrontal. Etcétera. Apasionante.
Patterns of neural activity associated with honest and dishonest moral decisions (el título original del artículo) lo firman Joshua D. Greene y Joseph M. Paxton, del Departamento de Psicología de la Universidad de Harvard, y ha sido editado por Marcus E. Raichle, de la Escuela Universitaria de Medicina Washington, de San Luis, Misuri (EE.UU.). El artículo se pregunta por qué la gente se comporta honestamente cuando pueden obtener beneficios comportándose de forma deshonesta.
Los autores, después de analizar comportamientos automáticos y controlados, alumbran dos hipótesis.
La primera, la hipótesis de la voluntad: la honestidad surge de una resistencia activa a la tentación, comparable a los procesos cognitivos controlados que permiten un retraso en la recompensa. La segunda, la hipótesis de la gracia (sic): la honestidad es el resultado de la ausencia de tentación, no más, y es un proceso automático.
La investigación intenta determinar el comportamiento honesto o deshonesto según se dé la presencia o ausencia de mecanismos automáticos del cerebro. Greene y Paxton estudiaron la actividad neuronal de algunos individuos enfrentados a la oportunidad de una ganancia deshonesta mediante imágenes obtenidas por resonancia magnética. Los personajes estudiados jugaban un juego con recompensa donde podían hacerse trampas. Los autores concluyeron que la hipótesis de la gracia era la más probable.
Así, los individuos con un comportamiento honesto no mostraron una actividad adicional controlada en el cerebro (de hecho, ningún otro tipo de actividad) cuando escogieron comportarse honestamente. No se lo pensaron dos veces. Es decir, son naturalmente honestos. En cambio, los individuos que se comportaban de manera deshonesta mostraron un incremento de la actividad en la corteza prefrontal dorsolateral del cerebro y la corteza cingulada anterior, que rigen parte del control del comportamiento, ya fuera cuando hacían trampas o ya fuera cuando, por disimular, decidían no hacerlas. En resumen, los niveles de actividad en estas regiones del cerebro se correlacionan estadísticamente con la frecuencia de los comportamientos deshonestos del individuo. Los deshonestos maquinan continuamente y no les falta razón al tachar de tontos a los honestos, que no se les ocurre ni pensar en hacer trampas.
Les dejo a su aire las implicaciones sociales y morales del caso. No se acaban.
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