Leporello, viéndome en horas bajas, sigue recitando el catálogo de señoritas de buen ver y disponer que se muestran a la vista y deleite del personal sobre la blanca arena y el ancho mar. Leporello, todo hay que decirlo, es un gran psicólogo. Reclamo mi traje de baño, afino el laúd y me pregunto si acudirá alguna a la canción de mi ronda. Leporello asegura que sí, frotándose las manos.
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