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La Punta


Con los libros de historia en la mano, el Turó de la Punta (la colina de la Punta) es el accidente geográfico donde se instalaron los primeros suburenses. Está donde ahora el Ayuntamiento. Pero los indígenas, cuando hablan de la Punta, no hablan de esa mítica colina capitolinosuburense, sino de la escalinata que va de la iglesia de San Bartolomé y Santa Tecla al mar. Si no de la escalinata, del lugar genérico que ocupa. Un eso de por ahí, ya nos entendemos, y ya nos está bien.

Curioseando aquí y allá, descubrí que esa escalera la construyeron gracias a una suscripción popular hacia 1900, año más o menos. La suscripción no fue cosa fácil: los bolsillos eran pequeños y las necesidades, muchas, y se habían pasado diez años para recaudar los fondos necesarios.

No conozco los detalles del suceso, que seguramente será motivo de erudicción y deleite de los historiadores locales, pero he jugado a adivinar qué ola empapará a los curiosos que se acercan demasiado al balcón y me he empapado yo mismo, he contemplado anocheceres inmensos, y amaneceres suaves, he visto piernas larguísimas subiendo escaleras arriba, he visto bajar las bestias cargadas de pirotecnia escaleras abajo, he sentido el mordisco de la melancolía, el sopor del mediodía, el fresco de la brisa marina, la alegría de los días claros y el estremecimiento que provoca una galerna cargada de rayos, truenos y centellas asomándome a su barandilla. No está mal, ¿verdad?

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