La catábasis oficinesca, aunque sea propiamente un descenso, se hace cuesta arriba, día tras día. Pero, ah, amigo, el destino no existe, y lo único que hay es el camino que uno hace, no lo que deja atrás ni lo que le espera delante, aunque se suponga. Tal lo dijo un filósofo con bigotes y un poeta con ganas, y puede que sea verdad. Por lo tanto, aunque el camino lleve a donde siempre llevan todos los caminos, aunque nuestra sombra viaje con nosotros, la gracia del asunto es el camino mismo, que es un pozo de sorpresas. A lo que íbamos, porque la cuestión es que en mi particular catábasis cotidiana atravieso el Auditorio de Barcelona y aunque sea por un momento, Moneo me hace feliz. Mis pasos me obligan a pasar bajo la linterna y no puedo evitar alzar la vista hacia arriba, fascinado.
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