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Ellos se lo guisan, ellos se lo comen

La Creu de Sant Jordi es una distinción que creó la Generalidad de Cataluña en 1981 (Decreto 457/1981 de 18 de diciembre) para, copio y traduzco, distinguir las personas naturales o jurídicas que, por sus méritos, hayan prestado servicios destacados a Cataluña en defensa de su identidad o, más generalmente, en el plano cívico y cultural.

Aunque personas e instituciones que merecen tantísimo reconocimiento han sido premiadas con la Creu de Sant Jordi, el premio está bajo sospecha por culpa de un anecdotario que provoca sonrojo. ¡Cuánto lo lamentamos!

Hay quien ha estado a punto de ser premiado dos veces. Algunos galardonados han acabado en los tribunales. También han sido premiados bribones y banqueros. Sospechamos que algunos intelectuales han sido premiados con la creu más por servilismo que por el ejercicio del pensamiento crítico.

La última ha sido la concesión de la Creu de Sant Jordi a don Josep Antoni Duran i Lleida, por la simple y única razón de haber sido elegido parlamentario europeo allá por los años ochenta. Ya saben: el señor Duran sobrevivió al exilio al que le envió el señor Pujol, y todavía sigue dando la murga. Premio a la tenacidad y supervivencia política.

La polémica, pues, está servida. No se la ética, pero la estética sufre con el premio, pues ahora gobiernan los suyos, y la conclusión natural a la que llega el común es que ellos se lo guisan, ellos se lo comen.

Yo les digo lo que pienso. Este premio resulta insuficiente o inapropiado si no viene acompañado de otra creu para el señor López Tena, porque este caballero y el señor Duran han protagonizado uno de los episodios más (tragi)cómicos del circo político de los últimos meses, y aunque se haya echado tierra sobre este asunto, es bochornoso que no se premie esta actuación tan significativa del panorama político contemporáneo catalán. La culpa, por supuesto, es del becario.

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