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Desnortados (o mejor dicho, norteados)

Cada vez oigo más veces que tal o cual tipo está desnortado. Me gusta, esta expresión. Es muy gráfica. Pero desnortado es un palabro que no recoge el diccionario de la RAE. Curiosamente, la RAE sí que recoge norteado. Dice que es un adjetivo propio de México, que se emplea vulgarmente, y que significa desorientado, perdido. Por lo tanto, diré norteado, aunque me hubiera gustado decir desnortado, porque las cosas hay que hacerlas lo mejor posible.

Dicho esto, vayamos al grano. Ésos que llaman indignados, ésos que acampan en las plazas públicas, me parecen norteados, y siento decirlo.

Si alguno lee asiduamente El cuaderno de Luis, verá que cargo las tintas contra los asuntos de corrupción, contra los políticos mentirosos, contra el malgasto de los fondos públicos, que me irrito muchísimo cuando se toca la sanidad pública, la educación... Se comprenderá, pues, que un tipo como yo sienta una cierta simpatía por quien sale a la calle a gritar en voz alta que ya está bien, que hasta aquí hemos llegado. Que se alce una voz irritada me parece muy bien, y no es para menos, visto el percal. Es sano, es conveniente. Aplaudo.

A partir de aquí... Lo siento, pero los indignados me parecen norteados. Sale uno por televisión, que se representa a sí mismo, para afirmar que no nos moverán de la Puerta del Sol hasta que no se hayan cumplido nuestros objetivos. Pero ¿qué objetivos? Es lícito preguntar qué objetivos son ésos... y aquí es donde uno frunce el ceño. Porque el representante en cuestión, y tantos otros, responden con un discurso tópico, hueco, y perdonen ustedes, porque no sé si les gustará esto que he dicho. Por si acaso, me apresuro a añadir que lo que responde un político, y no digamos un tertuliano, cuando le preguntan sobre lo que ocurre en la Puerta del Sol será un disparate, un verdadero, enorme disparate.

Mi frustración es máxima, lo reconozco.

Acabamos de pasar por una campaña electoral. Por decir algo, sale un político y dice: Si salgo elegido, seré el alcalde de todos. ¡Cuántas veces no lo habrán oído...! Alcalde de todos... Pues ¡faltaría más! ¡No iba a ser el alcalde de sólo unos cuántos! Un discurso profundo, ya ven, profundísimo como la nada. No se ve el poso de la meditación, la reflexión o la crítica, no se aprecia un principio moral o ideológico, ni mucho menos la resolución que invita a la acción... Como dijo el filósofo, si golpeáramos con un martillo, sonaría a hueco.

El indignado sale con las mismas, las deja ir, y las palabras cargadas de tópicos, tópicos en sí mismas, se disuelven en el aire... con escasos resultados, a juzgar por las portadas de los periódicos del día después. Pongamos un ejemplo: ¿qué es la democracia real? ¿Acaso es diferente de la republicana?

Vayamos a lo práctico. ¿Ha influido el movimiento de los indignados en los resultados electorales? Si me permiten opinar, no ha servido para nada, no ha resuelto nada a favor o en contra de nadie, y si sigue así, enquistado, sin materializarse en algo concreto, se esfumará, puf, como el humo y pasará a ser una anécdota. Mucho ruido para... ¿Para qué?

Comentando el asunto, un amigo me dijo que estamos viviendo la decadencia de Occidente en vivo y en directo. Esto se va al carajo, dijo más exactamente, y perdonen ustedes.

La falta de calidad política es una prueba evidente de ello, dijo. No sólo la falta de ética o de cultura de la clase política, ni la falta de respeto por las instituciones que practican tan a menudo, tan peligrosamente. No se trata de ese discurso facilón, populista, ínfimo, que gastan en público (y en privado)... Se trata también, especialmente, significativamente, de la falta de ética o de cultura, incluso de compromiso, del abuso del tópico, de la negación de la razón o la crítica, de todo eso y más, del que verdaderamente manda, el pueblo.

Nuestra cultura política es lamentable. Nos falta virtú, que diría Maquiavelo. Esta falta de virtú alguno la llama crisis de valores, que es una expresión idiota donde las haya. No hay ninguna crisis de valores; al contrario, los valores que imperan gozan de perfecta salud, pero no son los valores de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad, ya me entienden. Son los valores del egoísmo, son la negación de la res publica, son el abandono del bien común... Son... Sírvanse ustedes mismos, ya los conocen.

Nuestro sistema parlamentario, nuestras instituciones, no son nada del otro jueves, pero no están tan mal. ¿Pueden mejorar? Seguro que sí. ¿Cómo? ¡De tantas maneras...! Nuestro sistema es el que es, y los hay peores.

Pues ¿por qué no funcionan nuestras instituciones? Porque no nos esforzamos, porque, en el fondo, somos unos comodones y ya está bien que otro resuelva los problemas por mí, mientras no me toque las narices. Votamos al corrupto y toleramos la corrupción. Si un sinvergüenza entra en un restaurante (de lujo, por supuesto) recibe sonrisas y reverencias, no abucheos ni desplantes. Se practica el ostracismo contra el que piensa por sí mismo, no contra el que se vende al mejor postor. Los periódicos se prestan a participar en el juego y acuden a ruedas de prensa donde no se puede preguntar. Luego copian los comunicados. Nadie se cuestiona que esto no debería de ser así. Quien evade impuestos es un espabilado, un listo, no un canalla. ¿Sigo? Por cierto, observó mi amigo, hace pocos años, el sistema era el mismo: ¿por qué nadie protestaba entonces? Quizá porque ahora nos hemos descubierto norteados, y no nos gusta en lo que nos hemos dejado convertir.

No será una nueva ley electoral la que nos haga más libres o más justos. Será el compromiso y la acción, será el ciudadano exigente, el que se manifiesta, sí, pero el que también participa en los partidos y las instituciones, el que no deja en paz al cretino que se pasa la moral por el forro...

Recordemos: la democracia no nos hace más libres, pero sólo los hombres libres tienen derecho a una democracia.

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