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El ratoncito (III)

Dejamos al señor Porsche y sus amigos de la casa Krupp diseñando un tanque superpesado. Se habían comprometido a tener un prototipo listo para mayo de 1943, y las órdenes eran poder construirlo en serie dos o tres meses después.

El ejército y Porsche no se llevaban bien. Era bueno en sus cosas, diseñando automóviles, pero metido a diseñar tanques, Porsche salía con ideas de bombero una vez y la siguiente. La idea del supertanque no era nueva; rusos, franceses, los mismos alemanes, habían trabajado durante años en prototipos torpes y pesados que no habían llevado a ninguna parte. Pero Porsche parecía un iluminado, y había embaucado al Führer dándole lo que quería, una arma fabulosa, un supertanque.

Esa ventaja también tenía sus inconvenientes. Hitler se imaginaba con el arma definitiva en sus manos y no paraba de meter las narices en el proyecto. Tanto quería ese cañón o ese otro, o dos cañones en vez de uno, y el equipo de Porsche tuvo que diseñar y volver a diseñar la torreta. Al final, le contaron un cuento: la torreta que el Führer había pensado se instalaría después, una vez solventados ciertos detalles técnicos sin importancia. Mientras tanto, probarían con el diseño de los ingenieros de Krupp.

El 1 de mayo de 1943, Porsche presenta ante Hitler y su séquito no una máquina con cara y ojos, sino una maqueta de madera a tamaño natural del Tipo 205. A estas alturas del diseño, el proyecto inicial, de cien toneladas de peso, se había convertido en un monstruo de ¡ciento ochenta y ocho toneladas!

Con ironía o hasta las narices, algún ingeniero de la Krupp escribió Maus (ratoncito) en un boceto del supertanque. A la chita callando, en febrero de 1943, Maus ya era el nombre oficial del supertanque nazi. ¡El ratoncito! ¡Lo que hay que ver!

Cuando vieron la maqueta de Porsche, los generales (especialmente Guderian, uno de los impulsores de las Panzerdivisionen) alzaron las cejas con escepticismo, pero el Führer se emocionó, porque el Maus era lo que quería, algo ¡grande! Autorizó la construcción de un prototipo de verdad y encargó la construcción a Krupp y Alkett de ciento cincuenta supertanques. A estas alturas del cuento, Porsche se había salido con la suya, presentando una maqueta en vez de un tanque de verdad, y embolsándose un contrato mayúsculo sin concurso ni pruebas ni nada, así, por la cara.

Porque se trataba de eso, de dinero, de mucho dinero, y el régimen nazi, corrupto hasta la médula, corrupto por definición, fue una fuente de abundantes ingresos para unos cuantos espabilados. Fabricar el Maus implicaba construir una línea de montaje con toda la maquinaria, comprar motores, diseñar y fabricar todo el equipo de óptica, municiones, cañones, pintura...

Pero la guerra se tuerce. Los Elephant del doctor Porsche muestran todas sus limitaciones en la batalla de Kursk, donde se averían la mitad en cuatro días, y encima, los alemanes son derrotados de manera estrepitosa. No hay tiempo para jugar a los supertanques. Guderian se pone al frente de la Comisión Panzer del Departamento de Material del Ejército (Heereswaffenamt), puesto que ocupaba Porsche hasta entonces. Será demasiado tarde, pero en octubre de 1943, con Guderian al frente, se intenta racionalizar el diseño y la producción de carros de combate y arreglar el entuerto de los nuevos diseños, que no es pequeño.

En octubre de 1943, se cancela el pedido de ciento cincuenta supertanques. Pocos días después, en noviembre, se ordena detener el desarrollo del Maus. Parece que Guderian y los militares se han salido con la suya.

Eso es que no conocían a Porsche.

Continuará.

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