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La fábrica de jamón

La política de las cañoneras es un tópico de la era colonial, pero en ninguna otra parte fue más cierta que en el río Yang-Tsé, o Yangtzé, o como quieran llamarlo, en China, entre 1900 y los años treinta. Los acuerdos de las potencias occidentales con China permitían que el río fuera surcado por buques occidentales, y que se establecieran factorías comerciales en las principales ciudades por las que pasaba. Para proteger los intereses europeos, japoneses y norteamericanos en las orillas del Yangtzé, pronto aparecieron las cañoneras.

Poco sabemos de esa larga campaña naval, porque ha pasado de puntillas por la historia, pero merecería un poco más de atención, porque reúne todos los ingredientes de una novela de aventuras. Había cañoneras inglesas, americanas, japonesas, alemanas, francesas e italianas; esporádicamente, portuguesas. Escoltaban a los buques mercantes y anclaban frente a las ciudades con barrios occidentales, para dejarse ver. Uno hubiera creído que con eso estaba todo hecho, pero China vivió entonces uno de los períodos más terribles y caóticos de su historia. De un día al otro, las cañoneras se vieron en medio de una espantosa guerra civil, donde campaban a sus anchas los señores de la guerra chinos. No les faltó trabajo. Las cañoneras tuvieron que enfrentarse a muchedumbres enfurecidas, a rebeliones militares, a piratas (sí, piratas), tuvieron que resolver secuestros y rescatar misioneros de entre las manos de algún señor de la guerra. Más de una vez, más de dos, las cañoneras se vieron atacadas por fuego de fusilería o artillería, tuvieron que embestir sampanes para abrirse paso en medio de un combate, atravesar los rápidos en mitad de la noche... En fin, qué les voy a contar.

Sin embargo, las primeras cañoneras eran unos trastos, unos cacharros que flotaban de puro milagro y hacían lo que podían para no averiarse. Eso sí, una buena capa de pintura hacía milagros y los capitanes de las cañoneras se las ingeniaban para hacerse notar a su paso por el río. La cuestión era impresionar e intimidar. Se procuraba evitar el combate, porque era más fácil salir perdiendo que ganar algo a cambio.

En éstas, sin lugar a ninguna duda, la cañonera que más impresionó a los señores de la guerra chinos fue la USS Helena.

La flotilla americana de los primeros días se conocía como la española. En efecto, sus cañoneras (USS Palos, USS Quiros, USS Villalobos, USS Elcano) eran todas presas de la guerra del 98, navíos españoles capturados en las Filipinas, que se iban turnando en la patrulla del río. Era una colección variopinta y singular, una flotilla de cafeteras que hacía más ruido que daño, y en parte era eso lo que se pedía de ella. Los ingleses se reían de la Spanish Flotilla, y los americanos resolvían las risas a puñetazos en los burdeles de Shangai.

Un día, la Marina de los Estados Unidos decidió poner toda la carne en el asador y envió al Yangtzé la USS Helena, en la fotografía. En su día, fue el buque más grande del Yangtzé. Debe su nombre a la ciudad de Helena, y fue botada en los astilleros de la Newport News Shipbuilding Co. en 1896. Su carrera se inició en el Atlántico. Combatió en Cuba contra los españoles, varias veces. Luego partió hacia las Filipinas, para hacer frente a la insurrección de los moros (así, en el original) en 1899. Ya no se movió del Lejano Oriente. Sirvió en la costa China entre 1900 y 1903. En 1905, la dieron de baja en Filipinas, pero la devolvieron al servicio activo en 1906 para que patrullara el Yangtzé. Aunque en 1929 se declaró no apta para el servicio, patrulló hasta 1932, a falta de nada mejor. En 1932 se dió de baja, definitivamente, y en 1934 se vendió para el desguace.

La USS Helena no estaba pensada para navegar por el río, se atascaba en los fondos cada dos por tres y sus máquinas daban más disgustos que potencia. Su armamento era modesto: cuatro cañones de seis libras, que no tiraban a dar ni en broma y que no daban para mucho. Los ingleses la llamaban la fábrica de jamón, porque la principal característica de la cañonera era una única chimenea, altísima, que desprendía una humareda negra y espesa, producto de la mala combustión del carbón. Les recordaba esas fábricas de jamón cocido... y recibían una somanta de tortas de los marines a cambio de ese recuerdo en cualquier taberna china.

Pero ¡caramba! Fue precisamente esa chimenea la que hizo de la USS Helena la estrella del río. Ese tubo de acero pintado de amarillo, alzándose tantos pies de altura sobre el río, expulsando tantísimo humo, causaba mucha impresión. El motor asmático de la USS Helena se sumaba a la comedia, y tales ruidos procedentes de un navío tan grande no presagiaban nada bueno. Muy pronto, las cañoneras occidentales descubrieron que la sola presencia de la USS Helena pacificaba los alborotos, ahuyentaba a los piratas y silenciaba los disparos de los señores de la guerra. Los chinos combatían ferozmente contra las cañoneras más modernas, pero si se acercaba la USS Helena, salían corriendo.

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