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Por la boca muere el pez (II)

Seguimos con el caso de una de las bocazas más grandes del país, doña Marta Ferrusola. En todos estos años de poder y oposición, doña Marta no le ha hecho ascos a la política. Los chismosos hablan de su papel en la elección d'aquest noi tan maco (este chico tan majo), Artur Mas, como sucesor de su marido, pero qué saben los chismosos de lo que sucede en el comedor o en la alcoba de los Pujol-Ferrusola. Nada, no saben nada, se lo imaginan.

Ahora bien, es en este ámbito, el de la política, donde doña Marta se ha mantenido en sus trece, especialmente en asuntos relacionados con la identidad y la inmigración, que son tan delicados. Quizá por eso mismo su verbo es semejante a un elefante entrando en una cacharrería, pero no se aleja demasiado de las ideas de su marido, que recién casado escribió que (cito y traduzco textualmente) los inmigrantes son indolentes, vagos, informales y dados al alcoholismo (sic), especialmente los andaluces (otra vez, sic). Subrayo lo de los andaluces, porque doña Marta sigue pensando lo mismo... y lo dice.

Le dio mucha rabia que un andaluz de nacimiento y catalán de censo, don José Montilla, fuera Presidente de la Generalidad de Cataluña en lugar de aquest noi tan maco. El presidente más pujolista que ha tenido jamás Cataluña era, qué paradoja, objeto de la más rencorosa inquina de doña Marta. ¿No me creen?

En 2008, en Radio Teletaxi (¡manda güevos! ¡en Radio Teletaxi...!) se preguntó en voz alta y delante de los micrófonos cómo era posible que hubieran escogido a un presidente que se llamara José, y no Josep. No se detuvo ahí. Dijo que no le cabía en la cabeza que hubiera un andaluz al frente del Gobierno, aseguró que no tendría que permitirse que fuera Presidente alguien que hablara tan mal el catalán (si le sirve de consuelo, no hablaba mejor el castellano, pobre), etcétera. Se despachó a gusto. Imagínense la cara de Justo Molinero, el director de la emisora más charnega del país. ¿Le molesta que el Presidente de la Generalidad sea un andaluz?, insistió don Justo Molinero, por ver si había oído mal. Un andaluz que tiene el nombre en castellano, sí, mucho, sentenció de nuevo doña Marta.

A otra cosa, mariposa, y dieron paso a la publicidad. El follón que se organizó fue de órdago y don José Montilla tuvo la elegancia de responder: Sin comentarios. ¿Qué podía decir, si no, delante de mujeres y niños?

Sin embargo, el momento de gloria de doña Marta había tenido lugar unos años antes, cuando todavía era presidenta, el 20 de febrero de 2001, en el auditorio de la Fundació La Caixa, de Gerona. Ejercía de conferenciante (¿perdón?) y el público, un centenar de personas, no salió defraudado del evento, porque la señora se puso las botas. Hay quien dice que ése fue el discurso de las mezquitas, ya verán por qué.

A vueltas con lo difícil que resulta ser catalán (sic), se quejó repetidamente de que los inmigrantes pretenden imponernos constantemente (sic) su cultura y su religión. Partiendo de esa premisa, la frase que más llamó la atención fue: Esto de las imposiciones es una cosa muy fuerte, porque a lo mejor dentro de diez años las iglesias románicas no servirán y servirán las mezquitas. Diez años después, es decir, ahora, el discurso adquiere su verdadera dimensión. ¿Qué se ha hecho de las iglesias románicas? Pregunten y verán. Brillante, pues, doña Marta. Como siempre.

Ferrusola dijo que había que integrar a los inmigrantes de arriba abajo. Qué entiende por integrar de arriba abajo, mejor no saberlo, pero esa conferencia dejó otras perlas inigualables. Sólo aprenden a decir buenos días, buenas tardes y dame de comer, y poco más, dijo. Después, hablan medio en su lengua, medio en castellano, añadió. Hablando de dame de comer, dijo: Cuando vienen los inmigrantes y se les da de comer, tiene que ser con su comida, no vale con lo que nosotros tenemos aquí.

Comida y techo, del que dice: Pasa lo mismo con los pisos protegidos. Se los entregan a gente inmigrada que hace equis tiempo que está aquí. [...] Mi marido está cansado de dárselos a marroquíes y magrebíes. [...] Todas esas ayudas son para gente que no saben ni lo que es Cataluña.

Quien sepa qué es, que levante la mano. No vale señalar en el mapa.

Luego hizo gala de una grandísima sensibilidad social: Quien sale beneficiado de estas pequeñas ayudas son estos inmigrantes que han llegado, porque se dan a la gente que no tiene absolutamente nada. [...] Gracias a Dios, nuestra gente [los catalanes] se gana mejor la vida.
Ay, sí, menos mal, ya tenía el susto en el cuerpo. Los pobres son ellos, no nosotros. Por cierto, ¿conocen a algún inmigrante que no haya llegado?

Luego se puso entrañable, recordando sus años mozos, y afirmando lo siguiente: Mis hijos no podían jugar en el parque cuando eran pequeños; me decían: «Hoy no puedo jugar, madre, todos son castellanos». Enternecedor.

Como pueden suponer, su discurso fue malinterpretado y la caverna mediática armó la de Dios es Cristo. A su marido se le ocurrió defenderla diciendo que lo que había dicho su señora era lo que pensaba todo el mundo, y fue peor.

El tiempo lo borra todo y ¿quién se acuerda ahora del discurso de las mezquitas? Nadie, pero su esencia sigue ahí, es cierto, y ha dado pie y fuerza a posturas como las de Anglada (PxC), Albiol (PP), Vilà i Abadal (CiU) o la antigua alcaldesa de Cunit y todavía senadora Alberich (PSC), pero ésa es otra historia.

Sí, el tiempo lo borra todo, menos el irrefrenable verbo de doña Marta. Hablaremos de sus últimas y profundas reflexiones en otro apunte. Éste ya se ha hecho muy largo y pesado.

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