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Un caravaggio visita Madrid

Mira que hay cuadros en el Museo del Prado, que es un pedazo de pinacoteca, pero caravaggios sólo hay uno, un David con la cabeza de Goliat, que tiene mucho morbo, porque Caravaggio se retrató de joven y de adulto; de joven, como David, y de adulto, como Goliat. Pero ahora, del 21 de julio al 18 de septiembre, el caravaggio del gigante decapitado compartirá salón con una obra maestra, cedida por los Museos Vaticanos. En la literatura española se la conoce como El Descendimiento, aunque es más correcto el título italiano, La Deposizione, porque no retrata el momento en que Cristo desciende de la Cruz, sino su entierro.

Esta obra será la obra invitada del año (quizá de éste y de muchos más), y será la protagonista de la exposición La Palabra hecha imagen. Pinturas de Cristo en el Museo del Prado, que pretende celebrar así, a su manera, la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), una especie de festival católico que reunirá a miles de jóvenes de todo el mundo y que contará con la actuación estelar de Su Santidad Benito (o Benedicto) XVI.

La Deposizione se pintó en algún momento entre 1602 y 1604, para ser expuesto en el altar dedicado a la Piedad de Santa Maria in Vallicella, también conocida como Chiesa Nuova, un templo del Oratorio que fundara San Felipe Neri. En esa iglesia se conserva una copia del cuadro en el altar, porque el verdadero, ya lo hemos dicho, se conserva en los Museos Vaticanos. Tiene su qué el encargo del Oratorio, por varias razones. Una de ellas, por la íntima relación entre Caravaggio y los oratorianos; también, porque nos ayuda a comprender mejor el cuadro y parte del simbolismo que encierra. Es un cuadro de grandes proporciones (más de tres metros de alto por dos de ancho) y les aseguro, porque lo he visto en persona, que gustará más o menos, pero no deja indiferente. A decir de los críticos, es el cuadro más monumental de Caravaggio.

El Cristo de La Deposizione es, fíjense, un homenaje a La Pietà de Michelangelo Buonarroti. Nicodemo, uno de los protagonistas del cuadro, mira a los ojos del espectador, y ese detalle y la lápida que aparece inclinada hacia nosotros produce un efecto ventana, como si formáramos parte del séquito funerario, una argucia que Caravaggio aprendió del Tratado de Pintura de Leonardo da Vinci. Las tres Marías se lamentan de su suerte. La madre de Jesús aparece singularmente anciana, arrasada por el dolor (quebrantando una regla no escrita de la iconografía católica, que representaba siempre una Virgen más bien joven). Maria Magdalena y María Cleofàs son modelos que los caravaggistas conocen, prostitutas romanas que frecuentaba Michelangelo Merisi, Caravaggio, en tabernas y tugiurios, como son también conocidos los hombres pobres y sucios que acarrean al Cristo, pues aparecen en el ciclo de San Mateo o en La crucifixión de Pedro, por poner dos ejemplos.

Hasta los más feroces anticaravaggistas de su época enmudecieron ante La Deposizione. En su día, fue juzgada, unánimemente, una obra maestra. Fue, quizá, la obra más admirada de Caravaggio mientras éste vivió y durante años después de muerto. Personalmente, prefiero alguna otra de sus obras, pero si comparamos La Deposizione con lo que se pintaba en aquel entonces y con lo que se pintó después, comprenderemos por qué causó una conmoción y una admiración tan grandes.

La historia del cuadro incluye un par de sobresaltos, como que los soldados de Bonaparte se la llevaran a París para ser expuesta en el Museo Napoleón (ahora, el Louvre), aunque regresó a Roma en 1817. Pero, en fin, ha sobrevivido para ser presentada en Madrid con gran satisfacción del director del Museo del Prado, don Miguel Zugaza, el presidente del Patronato del Museo del Prado, don Plácido Arango, el Cardenal Arzobispo de Madrid, monseñor Antonio María Rouco Varela (siempre tan alegre) y la ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde (siempre tan oportuna) en un acto al que acudió la prensa española y de parte del extranjero.

A título de anécdota, una pequeña polémica enfrenta ahora a la señora ministra con el integrismo católico nacional. Quién sabe si para chinchar a Su Eminencia o porque alguien le hizo un resumen de la vida de Caravaggio, que las ministras de Cultura no acostumbran a ser demasiado cultas, doña Ángeles salió diciendo que Caravaggio, cito textualmente, fue un criminal perseguido por la ley, homosexual, disoluto, camorrista... y sin embargo hoy celebramos todos su pintura como la de uno de los grandes de la Historia del Arte, para añadir, poco después, que la fragilidad humana, la espiritualidad e incluso la fe religiosa no pertenecen a un solo modelo de hombres, sino a todos. Es una opinión como cualquier otra.


Hay quien dice que la ministra tiraba con bala, por negar delante de Su Eminencia el monopolio de la Iglesia a juzgar quién es bueno y quién no lo es, pero también es cierto que la Iglesia (una parte de la Iglesia) tiene la piel muy fina. Ha faltado tiempo para que surja entre los tertulianos neocatólicos convertidos, intereconomistas y preconciliares una unánime censura a las palabras de la ministra. Según las portadas de algunos medios, la ministra dijo: Caravaggio fue perseguido por la Iglesia por su homosexualidad disoluta, y no dijo lo que dijo, o no importa lo que dijo, más bien, mientras pueda uno dejarla a parir.

Mi aportación al debate es que Caravaggio fue un personaje de mucho cuidado, un tipo maniático, pendenciero, follonero, camorrista... Un encanto. Sobre su sexualidad, hay mucho que discutir. Aunque la leyenda de su homosexualidad está siempre presente, hay quien duda muy seriamente de ella, con argumentos contundentes, e incluso se habla de un hijo suyo con una pareja más o menos estable. Bah. Probablemente tenía aficiones diversas, para entendernos, y no tenía tantas manías como nosotros en ese aspecto.

No le persiguió la Iglesia, pero sí el Estado y la Curia de Roma, por asesinato, y no se sabe muy bien por qué, también fue perseguido por la Orden de Malta (seguramente, por mantener relaciones pedófilas con el criado personal del Gran Maestre, que también le daba al niño; cuestión de celos). Un papa ordenó su búsqueda y captura, y consideró legal matarlo allá donde fuera pillado. Pero no lo hizo porque fuera homosexual, sino porque, en una pelea, mató a Ranuccio Tommasoni. El acero de Caravaggio apuntaba a las partes pudendas del mozo, que se habían introducido en la vagina equivocada, pero la espada erró y se llevó por delante la femoral. Tommasoni murió desangrado; Caravaggio pasó dos semanas en cama, con un tajo en la cara y la milicia buscándole para llevárselo preso. Luego, huyó de Roma, para no volver más.

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