Tenemos que remontarnos a 1921. Sitges celebra la Fiesta Mayor en honor a San Bartolomé, pero tiene que apañárselas como puede en cuestión de pólvoras. En aquellos tiempos, la población no daba mucho de sí y alquilaba las feres fogueres (fieras flamígeras) a las principales poblaciones de los alrededores. Hasta 1921, había alquilado el drac (el dragón) a Vilafranca del Penedès. La última factura había sido de escándalo y las fuerzas vivas de la población se preguntaban qué hacer.
Entonces, un artista suburense, realmente nativo de Sitges, don Agustí Ferrer Pino, dijo que pa'eso estaba él allí mismo mismamente. Ya os haré yo una bestia feroz, un monstruo marino que dejará a los de Vilafranca con un palmo de narices, dijo.
No fue exactamente así, porque la Fera Foguera (así se llamó al principio) fue un encargo de don Josep Planes Robert, un suburense ilustre. Sorprenderá a muchos que el drac original fuera una bestia marina, porque la mayoría conocen un drac terrestre, una lagartija superlativa que escupe fuego, no un pariente lejano del monstruo del lago Ness. Pero no podía ser otra cosa. La fera foguera de Vilafranca era un bicho de tierra adentro, y Sitges quería dejar bien claro que su fera foguera sería una cosa completamente diferente.
¿Quién era el tal señor Ferrer, el padre del estimado drac? Un pintor notable, aunque desconocido para gran parte del común, un personaje que dedicó gran parte de su obra a embellecer la villa y retratar a las personas del pueblo. Suyos son los frescos que decoran el Casino Prado, la ermita del Vinyet, algunos tapices del Ayuntamiento, una Alegoría de la Fiesta Mayor, etcétera.
Inspirado por las juergas modernistas que había conocido la villa, decidió presentar la fera foguera indígena de la manera más espectacular posible, y lo hizo la noche del 22 de agosto de 1922. La bestia desembarcó (surgió de las aguas) justo después de los fuegos artificiales (que ahora se queman el día 23).
Traduciré una crónica de la época, que asegura que el momento culminante de la fiesta fue...
...cuando los timbales del ball de diables, las chirimías (gralles) de todas las danzas, las músicas que hasta ese momento tocaban al pie del monumento al Greco, cubrían el espacio hasta la Punta, donde desembarcó la Fiera Flamígera echando fuego por las fauces y por la cola, rodeada de hachas, antorchas y lámparas diversas.
Cuenta la crónica que la comitiva, antorchas al viento, avanzó precedida por los gigantes y que nunca se había concebido y ejecutado un espectáculo semejante, tan asombrosamente bello. Citan, por ejemplo, los vivos colores de la Fiera Flamígera, el fuego y el sonido de las chirimías, que se confundía con el bramar del ancho mar. A estas alturas del cuento, el cronista se había ido de madre, pues confundir una gralla con el oleaje es... En fin... Pero, sí, fue emocionante.
Pasaron los años. El Drac, la obra de Ferrer Pino (asombrosamente colorista y casi surrealista para ser piel de un feroz dragón), se fue cubriendo de quemaduras, rastros de azufre y potasa. Se repintó, varias veces. Los fuegos cobraron su tributo a la bestia. El monstruo anfibio dejó la vía libre al reptil, y en los años cuarenta y cincuenta, al drac le crecieron escamas y pasó a ser de color verde, más claro o más oscuro dependiendo del año. Los suburenses nacidos después de la Guerra Civil no conocieron nunca la Fera Foguera que parió el señor Ferrer, ésa que surgió de las aguas del Mediterráneo atraída por el fuego, los tambores y las chirimías.
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