Levantarse, después de una noche de combates fracasados contra el calor y los mosquitos, prepararse el café, lentamente, con parsimonia, desayunar, leer, quizá escribir, haraganear hasta que, hecha la digestión, se toma un bañador, una camiseta, una toalla y se calza dos alpargatas para aparecer, poco después, en la playa, donde se mata el tiempo con las amistades, los parientes, el paisaje humano y largos baños mediterráneos, para después secarse al sol, mantener las conversaciones, despedirse con un hasta luego, regresar a casa, más cansado que otra cosa, ducharse con agua fría, preparar una comida decente, comérsela, lavar los platos y perder el tiempo hasta bien entrada la tarde en alguna ocupación intranscendente, como leer, ver una película en blanco y negro, echarse una siesta, o hacer una y otra cosa en un orden improvisado, antes de desperezarse, afeitarse con calma, seria y gravemente, sin prisas, vestirse de calle, tomar la cámara fotográfica, echarse al pueblo, pasear, verse con los amigos, fotografiar esto o aquello, contemplar el paisaje, incluso el anochecer, llegarse hasta muy lejos y cansarse volviendo, regresar a casa, preparar una cena decente, comérsela, matar el tiempo como antes, aunque podría matarse también yendo al cine o viéndose con los amigos, y al final, inevitablemente, intentar dormir. Eso es todo, ahí es nada.
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