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Peligroso precedente

El asunto de los espectáculos taurinos en Cataluña da para muchas risas, porque nuestros líderes patrios se retratan como lo que son. Fíjense que los argumentos a favor o en contra de la prohibición de las corridas de toros son los mismos que pueden esgrimirse a favor o en contra de los correbous. Se prohiben los primeros y se protegen los segundos, por las mismas razones.

Por ejemplo, la crueldad. Dejando a un lado que el concepto de crueldad es muy subjetivo, una corrida de toros se rige por un estricto ritual de la muerte que ejecutan unos profesionales del toreo con más o menos acierto; en los correbous, una multitud primitiva y adocenada procede a torturar al animal. Es como comparar el trabajo del verdugo con la ley de Linch. Si el toro no muere y es de ésos que va de pueblo en pueblo embistiendo mozos, su vida es breve y llena de angustias; tarde o temprano caerá con el corazón roto, víctima de infarto. Lo diré de otra manera: de ser toro, ¿cómo le gustaría morir?

El argumento que parece definitivo, y digo parece, es el de la tradición. ¡Valiente argumento!

Se nos dice que el toreo es español, y que nos ha sido impuesto, mientras que los correbous son catalanes. Qué burrada, qué santa gilipollez. Lo dice uno que tiene un tío bisabuelo (o algo parecido) que fue don José Boixader Españó, el Niño de la Brocha (1908-1978), famoso torero de Vic, lugar de muy sonada tradición taurina. Otro día explicaré la historia de cuando compartió cartel en la Monumental con el famoso torero chino Vicente Hong. Hoy, no.

Imaginando que fuera verdad, que una es una tradición foránea y la otra, una tradición indígena. ¿Qué nos dice eso? Nada. La tradición no es más que una costumbre y sólo tiene validez objetiva en derecho cuando se discute sobre el usufructo de algo. Algo tradicional no tiene por qué ser bueno, malo o peor, sólo es algo que se hace porque ya lo hacían otros antes. ¿Qué argumento es ése a favor o en contra de nada? Poco importa que la costumbre la haya inventado ése o aquél, si es buena o mala costumbre. No diré aquello de que la tradición es enemiga del progreso, pero ya entieden adónde quiero ir a parar.

De todos modos, a nuestros líderes patrios se les ha metido en la cabeza prohibir una cosa y defender (sí, defender) la otra, argumentando no sé qué de la tradición cultural. He aquí donde, al tiempo que sientan un precedente legal, hacen el ridículo más espantoso y se pillan los dedos.

Como definen los correbous como una tradición cultural que uno tiene que proteger, se ven obligados a recuperar esta tradición (¿recuperarla? ¿por qué? ¿para qué?) allá donde se ha perdido. Por eso, el desarrollo de la normativa taurina catalana autoriza los correbous allá donde ya se celebran, pero también allá donde ha sido tradicional celebrarlos. Pero ¿cómo establecer si esa costumbre es una tradición?

Vayamos a lo práctico. Si usted puede demostrar, ya sea documentalmente o ya sea mediante el testimonio de alguno que recuerde el evento, que en los últimos sesenta años (sesenta) se corrió un encierro (uno, uno sólo ya basta) en su pueblo, puede usted solicitar un permiso para correr otro ahora, y no podrán negárselo. Por ejemplo, Vilanova i la Geltrú, capital del Garraf, podría solicitar un permiso para organizar unos correbous, ahí queda eso. Como Vilanova i la Geltrú, más de noventa municipios de la costa entre Tarragona y la frontera francesa.

Peligroso precedente. Porque si correr los toros una vez cada sesenta años es sinónimo de tradición cultural...

Estamos locos, en serio.

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