Sigue ahí. Tiene, a ojo, cientocincuenta años. Ha crecido esmirriada, canija, pero ¡cómo ha crecido! Ahora merece otros adjetivos: alta, esbelta, ligera, cimbreante... Asoma por encima de los tejados, contempla el mar desde lo más alto, y el precio que paga por ese capricho es bailar al son del viento.
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