Desde hace unos años, los bailes de gigantes y las fieras flamígeras ofrecen un bis a la gente que se agolpa en la plaza del Ayuntamiento. En teoría, vuelven a su casa, pero, qué casualidad, pasaban por ahí y la gente insistía tanto en bailar con ellos...
Los munícipes se amontonan en el balcón del Ayuntamiento. Un día tendremos una desgracia, porque sumen ustedes los cargos electos y multipliquen luego la cifra resultante por parientes habidos y por haber de primer, segundo y tercer grado, más amigos de toda la vida, conocidos y compromisos por parte de padre o madre.
Pero ¿quién presta atención al privilegio del cargo, cuando tiene las figuras de cartón piedra a tocar de la mano?
Ahora las pólvoras, ahora las chirimías, por este orden. El público tararea los bailes y no es raro ver bailar a los gigantes al ritmo del cantar del común, mientras las chirimías se toman un respiro.
En Pamplona cantan el ¡Pobre de mí! Aquí, los indígenas cantan algo así como el Narananá narananá... que es la melodía fiestamayorense, permítaseme el neologismo. Cuando acaba el baile... silencio.
Después de todo el día corriendo de aquí para allá, perseguido por gaitas, tambores, chirimías y castañuelas, es una sensación un tanto extraña.
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