No mencionaré marcas, pero el otro día me dieron un susto. Soy cliente habitual de una cadena de supermercados y voy con eso que llaman tarjeta de cliente. Sé para qué sirve: para engatusarme con ofertas y estudiar mis hábitos de consumo, para diseñar la propaganda a mi medida, para seleccionarme como target (objetivo) en algunas campañas publicitarias... Pero una cosa es saberlo y otra, verlo con tus propios ojos.
Me llega una carta de la empresa, la abro, me bombardean a gráficos. Con todo detalle, veía cuánto había consumido los últimos meses, y qué había consumido: un tanto por ciento de sopitas de sobre, un tanto por ciento de alcachofas, un tanto por ciento de galletas, un tanto por ciento de leche... ¡Caramba! La vida privada (mi vida privada) hace ya tiempo que pasó a la historia.
Da un poco de grima enfrentarse a algo así.
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