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Pablito (in memoriam)

Hace muchos años, cuando se llamaba Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de Barcelona y no Escuela Técnica Superior de Ingeniería Industrial de Barcelona, es decir, cuando todavía no había lavabos de chicas en el edificio y la corrección política sólo existía en California, los que aprendíamos ingeniería compartíamos edificio con Pablito. Con Pablito y tres pavas, y no es un insulto, porque Pablito era un pavo real de los que gastaban cola y maneras de señor.

Vivían, Pablito y su harén, en un pequeño jardín, rodeados de cristal, a la vista de tantos estudiantes. Cuando llegaba la primavera, Pablito sacaba pecho, desplegaba la cola y lanzaba unos graznidos... No sé si graznidos, chillidos, aullidos... Nunca he sabido cómo se llama el ruido que hacen los pavos reales en su cortejo, pero se oía desde las aulas del undécimo piso. Es un grito inconfundible, hecho a partes iguales de orgullo y lujuria. Un grito muy ingenieril.

Caramba con Pablito, decíamos, porque ya podían prepararse las pavas.

En éstas, un mal día, próximos los exámenes, Pablito enmudeció para siempre. La historia fue triste y violenta y ha quedado para que se transmita de alumnos de quinto a alumnos de primero, en formato de leyenda o cuento, aunque es completamente verídica.

Aquella primavera, Pablito había vencido la resistencia de las hembras y pava más, pava menos, las preñó a todas tres. Al poco, montaron sus nidos y empollaron una nidada numerosa. Pablito paseaba entre las parturientas con ese aire lento y soberbio del monarca, hasta que tropezó con un equipo de paletas que habían enviado para arreglar no sé muy bien qué, si una pared, unos desagües o algo parecido. Pablito sacó pecho y avanzó hacia los intrusos con aire decidido. Quiso espantarlos con su grito y su plumaje, pero no consiguió más que matarse. Uno de los paletas le golpeó con la pala en toda la cocorota y así acabó con sus días, matándolo allá mismo.

Se acabaron los pavos en la escuela. Las pavas y los polluelos fueron cedidos al zoológico de Barcelona, donde todavía viven sus descendientes. Nunca más se oyeron los gritos de un pavo en celo en la escuela de ingenieros, aunque cuentan que, por la noche, si es primavera y uno está en el undécimo piso, todavía puede oír el lamento de Pablito preguntando por sus pavas.

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