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¿Es correcto hablar de un déficit fiscal?



La definición de déficit es muy clara. Si sumados todos los ingresos no hay dinero suficiente para pagar lo que hay que pagar, tenemos un déficit, o un descubierto, que es lo mismo. Si hablamos de la Administración Pública, es la parte que falta para levantar las cargas del Estado, reunidas todas las cantidades destinadas a cubrirlas. Lo mismo.

Fiscal es un adjetivo que define todo lo relativo al fisco; es decir, lo que se refiere al erario o tesoro público y por extensión, lo relativo al sistema de recaudar fondos para el Estado. También queda claro.

Por lo tanto, un déficit fiscal no es otra cosa que una redundancia si hablamos de economía política, porque, en la Administración Pública, cualquier déficit es un déficit fiscal. Eccolo!

Pasa algo parecido con medio ambiente y el adjetivo medioambiental. El medio y el ambiente son una misma cosa, por si no lo sabían. Un medio ambiente implica que existe un medio que no es el ambiente, lo que no tiene sentido. También podría referirse a un ambiente medio, un ambiente ideal promedio de todos los ambientes. En cuanto a medioambiental, sólo hay que señalar que se dice ambiental.

Pero hablamos tanto del medio ambiente que es inútil resistir el embate de la estulticia. Si la teoría del lenguaje de Wittgenstein es cierta y las palabras significan lo que significan gracias al uso, esto va a peor. Así que le llamamos medio ambiente, en vez de medio natural (por ejemplo) y ya damos por perdida la empresa de enseñar a leer y escribir a nuestros líderes patrios. Si somos burros, hay que rebuznar.

¡A lo que íbamos! Si uno habla del déficit del Estado, habla de déficit fiscal, por definición; y sobra fiscal, porque se le supone. Y si habla de déficit fiscal, redundando tal que así, no puede hablar de otra cosa que no sea del déficit del Estado. Punto, no hay más.

Pero son tantas las veces que se habla del déficit fiscal y tantas las veces que uno no sabe de lo que está hablando en verdad que se acepta como buena la expresión de marras y acabamos comiéndonosla con patatas, queriendo o sin querer. Si no me creen, fíjense en un líder patrio de cualquier signo o condición que hable del déficit fiscal y pregúntense a qué se refiere. Ya les digo yo ahora que no hablará del déficit del Estado.

Sumamos, pues, una nueva perversión del lenguaje, que nos arrebata el buen decir y una pizca de sabiduría y libertad.

Ya sabíamos que el medio ambiente no era el ambiente del medio; sospechábamos que un acuerdo puntual no era el que se firmaba a su hora; nos parecía que una solución global no se refería a los aeróstatos; lo de un genocidio cultural todavía nos inquieta, porque supone el exterminio sistemático, la muerte, de la gente que comparte una determinada cultura, no subir el precio de los libros; nos dijeron que la discriminación de género no era más que un género de discriminación, el de la discriminación sexual; nos sorprendió saber que para ser solidario no hace falta compartir la suerte del otro; nos preocupa que se diga los ciudadanos y las ciudadanas, porque el abandono del genérico ciudadanos supone que los ciudadanos (varones) y las ciudadanas (mujeres) son intrínsecamente diferentes en su condición política y social, es decir, que tienen que discriminarse los ciudadanos de las ciudadanas porque no son una misma cosa y no gozan de los mismos derechos u obligaciones; sabíamos que un edificio sostenible es el que se aguanta en pie y no se derrumba, pero ahora ya no sabemos qué es; nos dejó pasmado uno que dijo que sufría mejoras; etc.

Venga, pues, el déficit fiscal para completar el desaguisado.

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