Vidocq contrató a varios negros para escribir sus memorias. Él iba paseando por la habitación, siempre inquieto, dictando anécdotas, y los negros iban pasándolas a limpio. Cuando se ordenaron, pulieron y publicaron, fueron un rotundo éxito de ventas, y cuentan que Balzac, Hugo y Dumas se inspiraron tanto en el personaje como en sus aventuras para describir las aventuras de Jean Valjean o del conde de Montecristo, entre otros. Puede que sea así, no sé yo, pero el caso es que la vida del señor Vidocq es toda una novela.
Libros del Silencio publica las memorias de Vidocq por primera vez en España. Desde un punto de vista literario, son simples, burdas, primitivas casi. Pero la fuerza y los excesos de protagonista compensan tantas carencias.
Vidocq fue todo un personaje. Nacido en una familia de comerciantes, quién nos iba a decir que se convertiría en un afamado delincuente. Combate en las Guerras de la Revolución, desertando varias veces. Es titiritero, mujeriego, estafador, ladrón, preso, se fuga tantas veces que uno pierde la cuenta y se convierte en el delincuente más buscado y perseguido de Francia.
Vamos leyendo sus aventuras y de repente lo vemos al lado de la ley. Vidocq se ha convertido en un agente de policía, en el fundador de la Policía de Seguridad Nacional (la famosa Sûrètè, y no sé si me dejo alguna tilde). Su lucha contra la delincuencia emplea medios nunca antes vistos, y es tremendamente efectiva. Con Napoleón primero y con los Borbones después, Vidocq crea de la nada la criminología moderna y el cuerpo de policía más temido por ladrones y asesinos.
Pero no sabemos quiénes son más sinvergüenzas, si los delincuentes o los policías, que muchas veces ahora están en un lado de la ley y ahora, en el otro. El compendio de anécdotas del libro nos deja con la pregunta sin responder.
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