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Bellum Suburensis



En el siglo XII, o quizá en el siglo XIII, se alzó en Sitges una torre de vigía, por si los moros. El emplazamiento era idóneo, en una elevación que dominaba las playas, donde hoy se alza la Vila Vella (la Vieja Villa).

Pasó el tiempo y un censo de 1375 cuenta 160 hogares en Sitges y por primera vez que se sepa, un castell, castillo, de Sitges, bajo la administración de la Pia Almoina, porque la torre de vigía había crecido y se había aposentado.

El rasgo distintivo del castillo era una torre central de planta circular, gruesa e imponente. Sus píos propietarios habían enriquecido el interior de la fortaleza con una sala noble en el primer piso, a la que sumar, a finales del siglo XV, una capilla que era, me cuentan, una filigrana del gótico tardío catalán. En 1525, se reformó de arriba abajo.

En todo este tiempo, los castellanos de Sitges vieron pasar el tiempo sin mucho que hacer, la verdad sea dicha, mano sobre mano. Pero la Guerra de los Treinta Años y la guerra con Francia convirtieron Cataluña en tierra de paso de los Tercios y éstos no dejaban ni comida ni vírgenes a su paso. Tal cuentan que fue la causa de la rebelión de Cataluña o Guerra dels Segadors, aunque el asunto tiene muchos intríngulis por delante y por detrás y más causas que ésa. Lo que importa es que, al fin, el castillo de Sitges y sus castellanos se vieron en medio de un fregao bastante serio... y perdieron.

En 1649, las tropas fieles al rey de Francia defendían el castillo de Sitges, que fue tomado al asalto por los Tercios. Quedó hecho unos zorros. La artillería desmoronó su cara norte y su cara este y poco se sabe de la matanza entre los villanos. No sería pequeña.

En 1682, reconstruyeron el castillo.

En los primeros años del siglo XVIII, Cataluña volvió a convertirse en campo de batalla. La Guerra de Sucesión no se decidió hasta casi el final y en 1714, la guerra llegó a Sitges, que la había visto pasar de lejos. Un ejército de voluntarios catalanes se plantó ante las murallas de la villa. Eran partidarios de un austríaco como rey de España; pero, ay, los suburenses eran entonces partidarios de un francés como rey de España. Hubo tiros. El castillo sufrió desperfectos, nada serio. Los atacantes se retiraron.

Al poco, Cataluña comenzó a prosperar después de siglos de miseria. El comercio de aguardiente pasaba por Sitges en barcos de cabotaje y de un día al siguiente la pequeña villa adquirió alguna importancia. Se reforzaron las defensas de la villa con baterías de costa, con piezas en la Torreta y en el Baluard (Baluarte). Bajo la parroquia, se amarró un buque artillado, justo donde ahora está el restaurante La Fragata. El navío no sería una fragata, sino más bien una corbeta o un bergantín, o una falúa grande. Ahora bien, que dicen fragata, pues fragata, porque no nos vamos a poner a discutir por eso.

Todavía sobreviven en Sitges dos piezas de artillería del siglo XVIII. En el Carrer d'en Bosch puede verse la mejor pieza, una larga del doce en muy buen estado. Digo que es del doce porque a mí me lo parece; la artillería española de la época seguía el sistema Gibreauval y si no era del doce, sería del dieciocho, pero no lo creo, visto lo visto. Frente a la Iglesia de San Bartolomé y Santa Tecla, apuntando al mar, una de hierro del doce, que conoce todo el mundo.


Estas piezas y algunas más (una batería de seis u ocho piezas, seguramente) se las vieron con los ingleses en 1797. Se presentó una flotilla de Su Graciosa Majestad con ánimo peleón y ganas de desembarcar en la Villa. Por lo visto, pretendía hacer daño y llevarse la bebida grátis (justo como ahora). Los artilleros de la batería de Sitges prendieron fuego a las pólvoras y allá se las tuvieron unos y otros, lanzándose metralla con saña. Los ingleses se retiraron después de recibir la peor parte. La acción fue meritoria, pero pertenece a la letra pequeña del conflicto, que se discutía con más pólvoras en otra parte y que acabó como el rosario de la aurora, Napoleón en España, Cataluña otra vez francesa y los ingleses (quién nos lo iba a decir) al rescate.

Luego, dos Guerras Carlistas, que también pasaron por Sitges y dejaron algunos recuerdos bélicos, pero ya lejos del castillo, que dejó de cumplir función militar alguna.

En 1869, el edificio se convirtió en el Ayuntamiento de Sitges.

En 1888, lo que no consiguieron moros, turcos, españoles, franceses o ingleses lo consiguieron los munícipes. Como hoy sucede con el Cau Ferrat, llamaron a un distinguido arquitecto y le propusieron llevar la modernidad al pueblo. Salvador Vinyals, el arquitecto escogido, no se lo pensó dos veces. Derribó el castillo hasta los cimientos, sin pararse a pensar en su valor histórico-artístico. Levantó un edificio enclenque, de planta prácticamente cuadrada, aislado de los demás, que unos dicen neogótico y otros, feo. Para recordar que fue castillo, imitó algunas almenas en lo alto. Todavía conozco quien alza la voz contra el tal Vinyals, pero es minoría.


Hoy, el único castillo que perdura en Sitges es el del escudo indígena y las únicas pólvoras que se queman, las de los fuegos de artificio. Quizá, pese a todo, hemos salido ganando.

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