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El (des)concierto de chirimías

La gralla es la chirimía catalana, que es como las demás chirimías, pero con otro nombre. Es un instrumento musical, presuntamente musical, con una larga historia a cuestas. Las chirimías aparecen en los relatos pastoriles de El Quijote y ya entonces Alonso Quijano exclama ante su compañero Panza que el sonido de las chirimías no puede confundirse con ningún otro.

Los fanáticos de esta familia de la madera aseguran que sus vientos apaciguaron la cólera de Aquiles, pero más bien la exacerbaron, digo yo, porque hay que ver con qué mala leche cargó contra los troyanos después del concierto. Cuentan que Alejandro las llevó consigo en la conquista de Persia, y Persia se rindió. Las chirimías estuvieron presentes en Lepanto, y las soplaron tanto moros como cristianos, lo que explica el encono y la matanza en manos de unos y otros.

Si es uno de los mortales que ha sobrevivido a un concierto de chirimías, ya comprenderá mis angustias. Si no sabe cómo suena una chirimía, felicítese por su suerte y sepa que está hecha de madera, tiene tantos agujeros, se sopla por la lengüeta de un extremo y se sufre el sonido que sale por el otro, estridente, chirriante e inconfundible, del todo inolvidable.

Pregúntese, además, por qué una orquesta sinfónica no cuenta con chirimías, que podría contar con ellas, pero cuenta con violines, flautas, oboes y fagotes, clarinetes, cornetas, trompas y trombones, hasta con tambores, bombos y timbales, con un largo etcétera de instrumentos de origen popular y humilde, pero no con chirimías, repito. Quien se pregunta por la ausencia de las chirimías, podría preguntar también por la de gaitas, cornamusas, acordeones, dulzainas o zanfonías, que también duelen lo suyo. Todos estos instrumentos han sido escrupulosamente excluidos de la música biensonante en un proceso que ha durado siglos. ¡Por algo será!

Pero vaya usted y plántese delante de un indígena para decirle que la chirimía suena como un gato escurrido y se tragará los dientes antes de morir linchado.

Porque, queda usted avisado, entre los indígenas de la Blanca Subur se da el grallismo, que es una afección neurológica extraordinaria que confunde el sonido de las chirimías con algo delicioso. Pocas veces he visto semejante pasión por un instrumento de tortura como la que sienten en Sitges por la gralla. Es algo inaudito, y si es usted forastero, del todo inexplicable. En un éxtasis masoquista y etílico, el Concert de Gralles suena a mediodía del día 23 de agosto y así comienza, ahora sí, de modo inconfundible, la Festa Major.

En el Concert de Gralles (concierto de chirimías), los músicos que animarán los bailes de la procesión de San Bartolomé tocan unas cuantas piezas de su repertorio, que no es que sea muy variado. El público, una muchedumbre sudorosa, apretada, entregada al jolgorio y la cerveza, corea los temas de siempre a grito pelado y dando saltos, lo que pone de los nervios a unos cuantos indígenas puristas.

Los indígenas puristas disfrutan de los toques de chirimías como un connaisseur disfrutaría ante las Variaciones Goldberg interpretadas por Glenn Gould en 1968. El sibaritismo grallero es el cénit de lo incomprensible para uno de fuera. Este sector del público aborrece la juventud que corea los sones de las gralles y quisiera escuchar en el más completo silencio el agónico chirriar del viento chirimero, por apreciar mejor su sonido. Se los ve alzando micrófonos y cámaras de video en medio de la multitud, intentando captar esa maravilla del graller insigne, ese vibrato, ese suono troppo agonico tremolante, el forte vento di legno que penetra en los tímpanos del personal, el buffo che non arriva al finale tanto forte come stridente...


El colmo del foráneo es que el concierto de chirimías se emite por varias televisiones locales, tanto en directo como en diferido (¡varias veces a lo largo de la semana!). Será el programa más visto del año. Aquí, el de fuera exclama que quien los entienda, que los explique.

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