Sitges es un campo de batalla entre conservadores y progresistas. Los indígenas amantes de lo antiguo hablan de historia, esencia y tradición; los indígenas que apuestan por el cosmopolitismo, la novedad y el progreso van de modernos; la pugna está servida.
Pero no seamos maniqueos, ni sean éstos blancos y éstos negros. Este combate entre lo que fue y lo que será llamado presente lo sufrimos todos, y tomamos por esencia lo nuevo y por novedad lo viejo, confundimos la tradición con el progreso, el progreso con la tradición y somos ciudadanos del mundo cuando queremos decir que somos más de pueblo que la boina de Segismundo, o viceversa, y de este conflicto inherente al ser humano no se libran ni los suburenses.
¡Todo lo contrario! No he visto grupo indígena más exaltado cuando se refiere a la costumbre o tradición, ya sea para una cosa o la otra. De hecho, se considera una forma de suicidio que un veraneante se aproxime a un indígena cuestionando, por ejemplo, la singular tradición del ball de gitanes o la oportunidad de un gegant moro en la fiesta de San Bartolomé.
En la fotografía, el Chiringuito, un local famoso por haber importado de Cuba y elevado a los diccionarios de la lengua española la palabra chiringuito, tan amada y estimada por todos, palabra que provoca pasmo, asombro, admiración y envidia entre los forasteros que vienen a vernos. Frente a él, en el Paseo, la publicidad del adocenamiento comestible. Un duro contraste entre lo antiguo y lo moderno con un intríngulis digno de estudio, porque parece elemental, pero no lo es.
Otro ejemplo de tensión entre lo antiguo y lo moderno tiene que ver con la forja de hierro y el acero. Sitges presume... presumía, de un complejo arquitectónico singular, el conjunto formado por la casa Rocamora, el Cau-Ferrat y el Palau Maricel. Estos edificios fueron el parto de un encuentro afortunado entre lo antiguo y lo moderno, pero el tiempo es implacable, lo moderno se oxida y con el siglo XXI llegó la grúa.
La grúa también simboliza lo antiguo y lo moderno. Lo antiguo, porque nos remonta al tiempo de los bárbaros, porque eleva el ladrillo y se riega con el dinero del común, que va a parar a manos de los de siempre, que, como dijo Lampedusa, cambian todo para que todo siga igual. Lo moderno, porque la grúa es la máquina, el progreso, y por donde pasa la grúa nada vuelve a ser igual.
En este caso, las autoridades municipales, provinciales y regionales, todas a una, decidieron cambiar el conjunto arquitectónico singular por una singular burrada, y procedieron al destrozo sistemático del lugar con el beneplácito de muchos indígenas y la condena (justa) de muchos otros. Más que progreso, aquello fue una regresión conceptual; es decir, una salvajada sin sentido. Hierros y andamios contrastan con lo poco que queda todavía en pie.
Los hierros que el artista forjó para el Palau Maricel son el recuerdo de un artesano que no quiso ceder a la presión de los tiempos y en plena Revolución Industrial (la Revolución Industrial catalana fue tardía) forjó los hierros a golpe de martillo, como diciendo aquí estoy yo y las máquinas pueden irse al carajo, y perdonen ustedes.
Hoy, tocando a estos hierros se alza la grúa del Maricel. En sí, una pequeña maravilla. Su pluma, dicen los indígenas, es la más larga de España. No sé yo si es la más larga, pero larga lo es un rato. Esa maravilla de la ingeniería se alza encima de la barbarie, como recuerdo y señal de aviso. Somos buenos, pero podemos hacer mucho daño.
En otro lugar del pueblo, en el Paseo, se alza una estructura temporal y humeante, la Churrería Teruel, máquina de hacer churros, freír patatas y expulsar gases aceitosos, decorado de neón, reclamo de indígenas hambrientos y turistas desconcertados, que sirve tanto de día como de noche deliciosos manjares a cuantos puedan pagarlos. Es la cara amable del progreso industrial, que sirve yantar a bocas golosas. Los indígenas más reacios a lo nuevo critican su tamaño, su inequívoca presencia en el lugar, el daño que hace a la vista semejante estructura y el olor a frito que desprende, pero hasta éstos comen del churro que les da. Aunque no lleva muchos años ahí, la Churrería Teruel se ha convertido en un curioso veraneante de toda la vida, ha dado el paso que lleva de lo moderno a lo antiguo.
Finalmente, el turismo, lo que da de comer al indígena, es la fuente de conflicto más evidente entre lo antiguo y lo moderno. ¿No querían cosmopolitismo? ¡Dos tazas!
Aquí sí que nos enfrentamos al meollo del debate, a lo que queremos ser de mayores. Nos abrimos al mundo, pero las tradiciones escapan por la puerta abierta. Es verdad que huelen a rancio y que conviene ventilar, pero hay quien aprecia perfumes entre tanta peste. La tradición nos dice lo que hemos sido; el progreso, lo que queremos ser. Lo que somos, sabrá Dios. El tema es complicado.
Vean, si no, a cuál prefieren de las dos. Una es la antigua y la otra, la moderna. Las dos miran hacia el horizonte por venir. Decidan quién es quién, razonen su decisión, comparen una cosa con la otra y ya verán como el debate tiene mucha enjundia y un premio al final.
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