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Ritos de paso indígenas en la Fiesta Mayor

Se señala que la procesión de San Bartolomé y todo lo que la rodea es un rito de purificación heredado de los ancestros indígenas. El santo se pasea por la villa limpiando ésta de miasmas y malos espíritus, como lo haría una escoba. Intercediendo entre el cielo y la tierra, también procede a repartir bendiciones entre la población, que tienen todas que ver con la fertilidad: la fertilidad del mar, la de los campos de cultivo y la de las mozas que convendría preñar. He ahí la razón de algunos excesos de la Festa Major, que celebran la cosecha y pretenden plantar la semilla en las mozas que se pongan a tiro.

Esto no lo digo yo, esto es de manual. Cualquier antropólogo le contará este cuento y lo adornará con su teoría particular. Uno mentará las condiciones materiales y sociales sobre las que se sostiene la estructura social, y otro le dará vueltas al sexo, porque un día leyó a Freud. Son así, los antropólogos, no examinan las pruebas y sacan conclusiones, sino que sacan conclusiones y seleccionan las pruebas, tal como sostienen ellos mismos (léanse las obras de Woolgar, por ejemplo), que yo no me atrevería a decir tanto.

Pero ahora voy yo y, modestia aparte, les pongo sobre la mesa dos ritos de paso relacionados directamente con las fiestas indígenas de San Bartolomé. Estos ritos cuestionarían centrar el evento en un rito de purificación solamente. Esto sería, más bien, ahondar en la complejidad del espectáculo y sostener que su eje es el tránsito de un estadio de la vida al siguiente y no tanto el ciclo recurrente de los recursos naturales. Qué rollo, madre mía, ya me perdonarán.

El primer rito de paso (tránsito) es el Rito del Chupete.


Aprovechen una pausa en los bailes para acercarse a los gigantes o a las feres fogueres. Fíjense bien en las manos de los monigotes o en las mandíbulas bestiales y díganme ¿qué ven ustedes que se salga de lo normal? ¡Chupetes! ¿Chupetes? Sí, sí, chupetes, media docena, una docena de chupetes atados con una cinta.

Cuentan las madres indígenas que cuando el bebé deja de serlo y toca andar por el mundo sin pañales, toca dejar atrás la succión de la goma. Para demostrar que uno ya no es bebé, nada como entregar la falsa tetilla al temible gigante o al espantoso dragón. Es una muestra de respeto, similar al sacrificio de los antiguos, pero es también una muestra de orgullo. El niño así liberado de la gomita puede proclamar en voz alta que ya no se hace pis encima y que ya puede prescindir de la madre para alimentarse, y en ese acto de entrega y valentía sanciona el paso (tránsito) de la más tierna infancia a la edad escolar.

Esta relación con el pis y la teta volverá locos a los freudianos, ya verán.

El segundo rito de paso (tránsito) es el Rito de las Colles.


La Festa Major es la primera juerga digna de tal nombre en la que participan los adolescentes indígenas. La viven intensamente y se preparan para ella con no menos intensidad. Prueba de ello es que cada colla (grupo de amigos) se viste de manera semejante. Imprimen unas camisetas con un logotipo al frente y a veces con un número en la espalda y casi siempre el nombre del adolescente en cuestión. Además, se cubren la cabeza con gorros de paja, se tapan la cara con pañuelos y gafas oscuras de pasta, baratas, y procuran ir así uniformados. Abandonan la individualidad familiar para ser un número en la colla y confundirse con el común. Aprovechan este falso anonimato para entregarse a toda clase de excesos, que son más de los que imaginan, pero menos de los que dicen. Pillar una cogorza, robar un beso, pasárselo bien, son las tres fases de este rito de paso, que no tienen por qué darse en este orden. En todas ellas, el adolescente se identifica con la comunidad y planta cara a la autoridad familiar. En pocas palabras, deviene adulto.

El parto de un adulto es doloroso para las madres, que critican estos excesos (esta queja forma parte del ritual). Así, repiten varias veces, en voz alta: Jo no feia aquestes coses a la teva edat! (¡Yo no hacía estas cosas a tu edad!) ¡Anda que no las hacía...! Si les contara, las madres... ¡Y los padres!

Otra insistente cantinela es la de presentarse en casa a tal o cual hora, que se repite a gritos durante toda la Festa Major. Será la música de fondo de la presencia adolescente en el hogar, pero no se comprenderá la letra. Finalmente, la vestimenta de la colla tiene que provocar la ira de los progenitores, que se quejarán una y mil veces de cómo vas por ahí con esta pinta.

Esa pinta cambia cada año y es más exagerada en las adolescentes hembras. Este año, la camisa, sin mangas, y con un agujero que llega al pantalón... pantaloncito, que es mínimo. Se ve todo, camiseta a través, pero las jovencitas llevan sujetadores de baño o alguno bien chachi y que se vea. Se observa que esta vestimenta es también un elemento discriminatorio: ni las gordas ni las feas pueden vestir el uniforme de una colla. ¿Será éste un proceso de selección social indígena?

En fin, aquí les dejo, que ya les he dado la murga con cosas de ritos, perdonen ustedes.

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