En broma (quizás en serio) las florentinas dicen que el chico más guapo de Florencia es il Davide (el David). El de Buonarroti, se entiende. Hace veinte años, podían hacérsele fotografías en la Accademia. Hoy, está prohibido. Las imágenes que acompañan a este apunte se han publicado en internet. Lástima.
Pero, aunque no puedan hacerle fotografías, nada les impide quedarse horas contemplando el mármol. Si se fijan en el público, las mujeres prefieren contemplar su espalda (donde el culo) y los varones, verlo cara a cara.
Cuentan que Miguel Ángel trabajó en el David durante dos años y medio, en un bloque de mármol de Carrara que tenía apodo: el Gigante. La escultura tenía que decorar la catedral, pero el jurado que valoró su trabajo... Por cierto, qué jurado. Lo formaban, entre otros, Andrea della Robbia, Piero di Cosimo, Pietro Perugino, Leonardo da Vinci, Sandro Botticelli y Cosimo Rosselli, lo que no está nada, pero que nada, mal.
Cuando los jurados vieron el impresionante David, decía, se quedaron mudos de asombro. Se les fue de la cabeza la idea de colocarlo en la catedral, y pretendieron que todo el pueblo pudiera contemplarlo a discreción, dejándole un puesto de honor en la Logia dei Lanzi. Pero Miguel Ángel, más tozudo que una mula, consiguió otro emplazamiento, justo delante del Palazzo della Signoria, al aire libre. Hace poco más de un siglo, sustituyeron el original por una copia y guardaron esa maravilla en la Accademia, donde continúa recibiendo un millón setecientas mil visitas al año.
Ahora, fíjense en la escultura en sí. David es cabezón, tiene unas manazas tremendas, un sexo pequeñito y no guarda las proporciones debidas entre tronco, cabeza y miembros. Será guapo y forzudo, pero también contrahecho. Algunos críticos de arte intentan justificar a Buonarroti, como si necesitara justificación alguna. Hablan de la perspectiva. Las manazas del David echan por tierra perspectivas y mandangas. Buonarroti esculpió así el David porque le vino en gana, y porque expresaba lo que quería expresar: fuerza. Fuerza.
La cuestión del pene del David, y perdonen ustedes, es un tanto más complicada. La calenturienta imaginación de algunos espectadores requiere un miembro viril enhiesto, enorme, una porra contundente a juego con el caballero. Pero semejante minga, en mármol, no habría durado ni dos días. El mármol es frágil y el pito se habría roto, dice la mecánica. Es tan sencillo como eso. Fíjense en las esculturas clásicas: o tienen la tita pequeñita bien pegada al cuerpo o un trozo de mármol que anuncia que se cayó. Las pollas de Hermes se cayeron, en efecto, y pregunten a los atenienses la que se organizó. Desde entonces, pegaditas al cuerpo y pequeñitas, no fuera a repetirse la historia.
Además, existe una razón estética. En el Renacimiento, no consideraban elegante enseñar la chorra como si fuera una manguera de incendios. Presumían de ella con unas braguetas de las que podríamos hablar mucho, pero los conciertos de flauta sonaban en privado. Así que, Miguel Ángel, por razones a la vez prácticas y estéticas, se conformó con un sexo relativamente pequeño, el detalle escultórico del David más estrictamente clásico de todo el conjunto. Lo demás es novedad, genio y maravilla.
Ahora hablemos de chicas. Una de las más guapas de toda Florencia es Venus, la rubita deliciosa que aparece en La Nascita di Venere, de Boticelli, que hoy puede contemplarse detrás de un cristal blindado y a oscuras en la Galleria degli Uffizi. Lo mismo que ocurría con el David ocurre con esta chica: no pueden hacérsele fotos. Peor todavía, no podemos verle el culo.
Pues la señorita Venus (se casaría con Marte más tarde) aparece en el cuadro bellísima, espectacular. Pero ¡cuidado! Boticelli les está tomando el pelo, incluso ahora mismo.
A propósito, Boticelli no respeta en absoluto las proporciones anatómicas de la bella señorita. El cuello es demasiado largo, la espalda se curva demasiado, el brazo también se alarga más de la cuenta, la diosa se tuerce tanto y aparece tan inclinada hacia un lado que es imposible que guarde el equilibrio y no acabe por tierra. La gracia de todo este asunto es que usted no se había dado cuenta, y que Boticelli quería expresar algo un tanto sublime: que las leyes físicas no tenían poder alguno sobre la diosa del Amor.
Boticelli se había apuntado a los neoplatónicos florentinos y se le nota con este cuadro. Colores claros, protagonismo de la línea, simplicidad y esta refinada desproporción de la diosa que muestra al espectador que la belleza no es física, sino espiritual. Porque la señorita no es como debería de ser, pero sólo nos damos cuenta cuando ya nos ha robado el corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario