Hay que ver cuánta elegancia reside en el campanario de la catedral de Florencia. El Campanile, así lo llaman, es un diseño de Giotto. Es un edificio bellísimo.
En la taquilla le piden cinco euros y le ofrecen 414 escalones. Uf, la ascensión promete, pero valen la pena todos y cada uno de los escalones. Los florentinos cuentan unas trescientas mil ascensiones por año. (En Cataluña, en cambio, se contarían millones.)
Giotto diseñó una torre con base cuadrada (de casi 14,5 metros de lado) y una altura de unos 110 metros, o más, porque el proyecto original lo coronaba una pirámide, un pincho, de treinta metros de alto. Cuando Giotto se murió, el pincho se fue con él a la tumba. Hoy, la torre mide casi 85 metros y ya está bien así.
El Campanile es singular por muchas razones. En vez de situarse en la parte posterior de la catedral, donde iban entonces los campanarios, Arnolfo di Cambio la colocó delante, en primera fila, dándole protagonismo. Se supone que la cúpula que había proyectado también le movió a ello, porque el campanario pegado a la cúpula no quedaba bien. Pero Arnolfo di Cambio se murió antes siquiera de iniciar las obras del campanario.
Entonces aparece Giotto. Treinta años después de muerto don Arnolfo, en 1334, Giotto di Bondone se pone como maestro albañil a construir los cimientos del edificio. Luego, comenzó a levantarlo. Tres años más tarde, Giotto muere sin ver acabada la obra. Ya van dos. Eso sí, será para siempre il Campanile di Giotto.
Andrea Pisano se hace cargo del proyecto. La peste del 48 se lo lleva por delante, junto a la mitad de los florentinos, y ya van tres. En 1349, Francesco Talenti proseguirá la construcción del campanario y corregirá los problemas de estática y dinámica del diseño original. Reforzará las pilastras sin que se note demasiado, conservando la ligereza original del diseño. Éste sí que verá acabado el edificio.
La ascensión es lenta, escalón a escalón, por lugares estrechos, pero el turista aventurero se ve obsequiado con varias etapas en las que contemplará el mundo a través de esas oberturas tan inmensas que Talenti hizo posible. No se privará del vértigo, porque caminará por encima de una reja que da al piso de abajo... que está muy abajo.
Cuentan los que de esto saben que la torre puede dividirse en cinco niveles, siguiendo los motivos de su decoración. Los dos primeros niveles no tienen ventanas. Toda la torre está adornada con mármol blanco de Carrara, verde de Prato, rosa de Maremma y rojo de Siena, hábilmente combinados entre sí, una maravilla de ver. La mayoría de los medallones y esculturas originales que decoraban el Campanile pueden verse hoy en el Museo dell'Opera del Duomo, uno de los mejores museos de la ciudad.
Tras muchos esfuerzos, uno llega a la terraza de arriba del todo, tocando el cielo de Italia. No les digo nada del paisaje, que es tremendo. Además, el Campanile es la mejor tribuna para contemplar en todo su esplendor la altura más famosa de Florencia y uno de los edificios más asombrosos del mundo, la cúpula de la catedral.
Pero ¿no habíamos dicho que era un campanario? Lo es, lo es, y cuenta con siete grandes campanas, a saber: Il Campanone (1705), de dos metros de diámetro, 2,10 de altura, pesa 5.385 kg y da un La2. La fundió Antonio Petri. La Misericordia (1830), 1,52 metros de diámetro, unos 2.100 kg, da un Do3 y la fundió Carlo Moreni. L'Apostolica (1957), con un diámetro de 1,25 m, 1.200 kg, y da un Re3. La fundió Barigozzi, que también fundió las otras cuatro campanas en 1956: L'Annunziata (diámetro, 1,15 metros, 856,5 kg, Mi3); la Mater Dei (95 cm de diámetro, 481,3 kg, Sol3); L'Assunta (diámetro, 85 cm, 339,6 kg, La3); y L'Immacolata (diámetro, 75 cm, 237,8 kg, Si3).
Puede usted considerarse afortunado si pilla el plenum en el campanario, que es cuando, por alguna razón especial, suenan las siete campanas al unísono. Pero tampoco le hará un feo al sonar de las horas o el ángelus mientras tienen Florencia a sus pies.
No hay comentarios:
Publicar un comentario