Se insinúa que la fiesta del solsticio de verano es una fiesta pagana de tradición milenaria, aunque las hogueras de San Juan nacieron cuando feneció la Edad Media, no antes. Qué más da. Es noche de jolgorio y jarana.
Para celebrarla, desde tiempo inmemorial, ceno con unos amigos que veo de uvas a peras y la verdad sea dicha, me lo paso muy bien. Lo mejor es andar tirando petardos bien entrada la noche. Se desata la vena criminal que uno lleva dentro, esa fiebre pirotécnica y piromaníaca que las convenciones sociales al uso me impiden manifestar.
Un niño descubrió que las alcantarillas son cañón y amplificador de petardos y gastó pólvoras en el espanto de ratas, quemando truenos que sonaban como campanas de bronce, graves y lejanas, conmovedoras, hasta que uno que aliviaba su necesidad se vio importunado por tan agitadas novedades. La grita que siguió puso al personal en fuga y apagó el bramar de cañones urbanos.
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