El 14 de julio de 1789 van y toman la Bastilla. Desde que el cardenal Richelieu, ese gran estadista, la llenara de enemigos del Estado, se había convertido en símbolo del poder real (real del rey y real de verdad). Así que al pueblo se le subió la mosca a la nariz, la tomó al asalto. Es largo de explicar qué sucesos fueron encadenándose unos tras otros para llegar a ese estado de cabreo, pero hágase notar que la fortaleza contaba con un puñado de cañones de ocho libras y piezas menores, 82 inválidos (soldados que, a causa de heridas pasadas, no podían servir en en regimientos en activo) y 32 granaderos suizos (mercenarios), a las órdenes del alcaide, marqués de Launay.
A ojo, los asaltantes serían unos mil, que fueron convenientemente ametrallados por la guarnición. Una y otra vez avanzaban unos y disparaban los otros. La matanza fue espantosa, pues el asalto dejó 98 muertos, 60 heridos y 13 mutilados (me parecen pocos) entre los asaltantes. Fue tal la carnicería que el marqués de Launay, viendo que su resistencia no haría más que matar franceses inútilmente, rindió la fortaleza-prisión y se entregó.
En mal día se le ocurrió rendirse. Lo apuñalaron y degollaron cuando se lo llevaron preso y clavaron su cabeza en una pica. Tres oficiales y dos soldados suizos más corrieron su misma suerte y el señor Flesselles fue convenientemente sentenciado a morir ese mismo día y al punto lo mataron.
El 14 de julio se celebra el inicio de la Revolución Francesa. Podría haber sido una fecha anterior, el Juramento del Juego de la Pelota (20 de junio), pero en estos fastos no hay nada como quemar pólvoras y matar gentes para que quede constancia de su transcendencia.
De ahí que todo el mundo hable del 14 de julio, pero nadie del 15.
Amaneció con el pueblo echando abajo las paredes de la fortaleza con picos y palas, como si echara abajo el poder real. Antes habían liberado a los presos (siete presos comunes) y se habían apropiado de mosquetes, cañones y munición para sus cosas.
Era preciso avisar de tantas novedades al rey. A las ocho de la mañana, su excelencia el duque de Rochefoucauld-Liancourt tuvo a bien despertar a Su Católica Majestad Luis XVI con la noticia de la toma de la Bastilla.
El buen rey Luis, al que podríamos acusar de bobo, pero difícilmente de malvado, exclamó: Pero ¿es una rebelión?
Porque, en fin, rebeliones las había a patadas, entonces, y no venía de una rebelión más o menos. Todas se solucionaban lo mismo, ametrallando a la chusma, decapitando a un par de líderes infectos y dejando que los demás escogieran irse de rositas en vez de persistir en su rebeldía. Era el pan de cada día y una costumbre recurrente en Europa.
El duque respondió: No, señor, no es una rebelión, ¡es una revolución!
El día 15 sí que nació la Revolución Francesa. Al menos, se reconoció como tal, lo que tiene su mérito.
Felicidades, Francia. Qué envidia te tengo.
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