Han llegado a mis manos varias reseñas de un libro titulado The Last Battle (La última batalla), de Stephen Harding, editado por Da Capo Press (www.dacapopress.com). El título completo es The Last Battle: When U.S. and German Soldiers Joined Forces in the Waning Hours of World War II in Europe, que ya da muchas pistas de su contenido. En Amazon lo venden a 17 dólares para Kindle y algo más en forma de libro con tapa dura.
Narra una pequeña batalla de finales de la Segunda Guerra Mundial en Europa. El suceso es completamente verídico y ocurrió en un antiguo castillo medieval en el Tirol austríaco, el castillo de Ittler. Es éste, en origen, una fortaleza del siglo XIII que el nazismo había convertido en un anexo del campo de Dachau después de haber sido el centro administrativo de la política antitabaco del III Reich (sic). El castillo había conocido mejores tiempos, desde luego.
El castillo, en una postal de 1913. En 1945 no había cambiado casi nada.
Las SS habían confinado en el castillo a políticos y militares franceses de alta graduación. Entre ellos, antiguos primeros ministros (Reynaud, Daladier), sindicalistas (Jouhaux) y comandantes en jefe del ejército francés (Weygand, Gamelin). Clemenceau (hijo) arrestado por la Gestapo por oponerse al Gobierno de Vichy, tenía que compartir prisión con Jean Borotra o Francois de La Rocque, que habían participado en ese gobierno. Muchos de los presos compartían su suerte con sus esposas o amantes (en algún caso, con sus esposa y amantes, no sé si me explico). Las desavenencias políticas y los líos de faldas en el castillo provocaron toda suerte de episodios que van de lo trágico a lo ridículo.
Estos caballeros compartían prisión con los llamados presos-número. Éstos procedían de Dachau y se encargaban de la limpieza y el servicio en el castillo. Las SS les habían tatuado un número en el brazo y ésa era toda su identificación. Recordemos: Dachau era un campo de exterminio. Hay que señalar que los presos franceses no hicieron muchos esfuerzos para comunicarse con estos presos invisibles. Durante años, estos presos desgraciados y maltratados fueron, además, olvidados en las memorias de franceses tan ilustres. Pero estuvieron ahí, y ahí vivieron y lucharon por su libertad, como pronto veremos.
La historia comienza poco después del suicidio de Adolf Hitler, en medio del caos de los últimos días. La mayor parte del ejército alemán huye a la desbandada, pero se suceden episodios de pillaje y barbarie y algunos grupos de fanáticos cometen toda clase de desmanes. Puestos a morir, prefieren morir matando. Estos días ven las marchas de la muerte, donde los SS sacan a la carretera a cientos de prisioneros para avanzar mezclados con ellos, emplearlos de rehenes y así poder huir.
Una marcha de la muerte con prisioneros rusos y judíos de Dachau.
Los guardias del campo (SS) marchan con ellos para poder escapar.
En la zona del Tirol, la 17.ª Panzergrenadier-Division de las SS (conocida como Götz von Berlichingen) estaba haciendo de las suyas. El 29 de abril de 1945, en Moosburg, el comandante de la división (el SS-Oberführer Georg Bochmann) ordenó tomar el Stalag VII-A, el mayor campo de prisioneros de guerra (aliados) en Alemania. Su intención era bastante siniestra. Pretendía convertir a los prisioneros de guerra en rehenes, para ganar tiempo en su retirada hacia el río Isar.
El Oberführer Bochmann, último comandante de la 17.ª SS Panzergrenadier-Division.
El plan llegó a oídos de los aliados. La 14.ª División Acorazada (EE.UU.) improvisó un grupo de combate, bloqueó el puente sobre el Isar y liberó el campo de prisioneros. El resto de la división avanzó hacia Moosburg, donde se hallaba el cuartel general de la división SS. Se libró una batalla breve y muy dura. Acabó con la toma de la ciudad y un gran número de prisioneros alemanes (cerca de 7.000). Hay que añadir que a lo largo de su avance por el sur de Alemania y Austria, la 14.ª División Acorazada (EE.UU.) liberó a más de 200.000 prisioneros de guerra, a más de 250.000 refugiados civiles y también una parte del complejo de Dachau. Desde entonces, sus soldados lucen una insignia donde se lee Liberators.
Soldados alemanes hechos prisioneros en Moosburg.
Éstos son niños de 13 a 16 años, procedentes de las Hitlerjugend.
Pese a la derrota en Moosburg, la 17.ª SS-Panzergrenadier Division todavía podía oponer una seria resistencia. Peor todavía: sus fanáticos oficiales estaban dispuestos a todo y no tenían nada que perder.
En el castillo de Ittler, mientras tanto, todo se había puesto patas arriba. El comandante en jefe de Dachau, ante la proximidad de los americanos, se había volado la tapa de los sesos con su pistola reglamentaria y los vigilantes del campo se habían dado a la fuga. En el castillo, también. Los presos tomaron las armas que habían abandonado sus guardianes y se liberaron a sí mismos, pero sabían que corrían un grave peligro porque los granaderos panzer corrían por ahí cerca y temían todos por sus vidas.
Un preso-número alemán corrió a informar de la situación a los aliados. Tropezó con el comandante Gangl y los pocos hombres que le quedaban. Tuvo suerte, pues Gangl no era un nazi y no lo mató ahí mismo. De hecho, el comandante y su tropa iban a entregarse a los americanos. Al saber del castillo, se presentó ante los oficiales de la 12.ª División Acorazada (EE.UU.) y se presentó voluntario para tomar el castillo de Ittler y defenderlo contra las SS. Se le sumaron la mayor parte de los hombres que iban con él. Los americanos, oh, sorpresa, aceptaron el ofrecimiento.
El comandante Gangl, un aliado inesperado.
Se formó entonces un grupo de combate en verdad extraordinario e inaudito: dos carros de combate americanos del 23.º Batallón (12.ª División Acorazada) a las órdenes del capitán John C. Lee (fumador, bebedor, juerguista y poco dado a cumplir normas y reglamentos) y un kübelwagen (un automóvil) y un camión lleno de soldados alemanes voluntarios a las órdenes del comandante Gangl (uno de esos militares cultos, estirados y aristócratas tan típicos y tópicos). Avanzaron a toda prisa hacia el castillo de Ittler, cincuenta kilómetros más allá. Los presos celebraron la llegada de los americanos, pero se asustaron al ver que eran tan pocos. Cuando vieron que la mayoría de sus protectores iban a ser los soldados alemanes a las órdenes del comandante Gangl... Ni les cuento.
Tres capitanes del 23.º Batallón de la 12.ª División Acorazada (EE.UU.)
El capitán Lee, a la derecha del todo.
No tuvieron tiempo de discutir aquella situación. Los granaderos de las SS avanzaban hacia el castillo y pronto abrieron fuego con armas automáticas. Un puñado de americanos, otro de soldados alemanes, una colección de relevantes figuras políticas francesas (y sus mujeres), algunos presos desnutridos y desquiciados, todos armados con lo que pudieron encontrar, sin demasiada munición, tenían que vérselas con los restos de la 17.ª SS Panzergrenadier-Division. Los SS estaban dispuestos tomar el castillo y matarlos a todos en un ataque de fanatismo homicida.
Cinco días después del suicidio de Hitler, pues, comenzó la batalla que narra Harding con gran talento. Entre los defensores del castillo hubo actos de heroísmo (el viejo Clemenceau, con setenta años, se pasó el día arrojando granadas de mano contra los asaltantes, por ejemplo), pero también bajas (Gangl murió alcanzado por un francotirador). Los defensores perdieron los dos carros de combate y se retiraron tras los muros del castillo.
Les fue de muy poco. Tan pronto como los SS derribaron las puertas del castillo con un lanzagranadas y ya se veían dentro, llegaron los refuerzos del ejército americano y la 17.ª SS Panzergrenadier-Division (lo que quedaba de ella) tuvo que retirarse, pies para qué os quiero.
Presos de Dachau, recién liberados.
Los restos de esta división de las SS se rindió al día siguiente a los soldados de la 101.ª División Aerotransportada en Rottach-Egern, al sur de Kufstein, el 6 de mayor de 1945. El capitán Lee se ganó una medalla de Servicios Distinguidos (DSO) y los franceses escribieron unas memorias donde celebraron su valentía en la defensa del castillo.
Hasta donde yo sé, la historia es inédita en lengua española e inglesa (hasta ahora), aunque el episodio es bastante conocido en Alemania y Austria, donde la figura del comandante Gangl se ha convertido en un símbolo de la resistencia contra el nazismo.
Es una historia digna de una pelicula ¡¡¡
ResponderEliminarAlguien sabe si el libro está en castellano gracias
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