El verano, época de exilio, huida y abandono.
En verano, los periódicos adelgazan. Las noticias de siempre pierden fuelle y las grandes plumas del periodismo patrio, los tertulios y contertulios egregios y perennes y una numerosa tropa de mediocres con ínfulas abandonan los sillones de los parlamentos, los ministerios y las redacciones de los periódicos, las radios y las televisiones para seguir viéndose en los lugares de veraneo de toda la vida. Viven en verano lo mismo que en invierno, una vida ajena al mundo.
Así como las emisiones de TV3 mejoraban sensiblemente el día que sus trabajadores hacían huelga, la prensa en general se torna interesante cuando llega el verano. Disminuye el número de páginas, pero los periódicos ganan en interés y enjundia. Los becarios, abandonados a la buena de Dios,con órdenes estrictas de no hablar de lo que hablan las grandes plumas, los tertulianos y contertulios y los intelectuales subvencionados en general, no fueran a decir algo sensato, tienen que apañárselas con noticias de agencia y echándole imaginación al asunto. Siguiendo las instrucciones del jefe ausente, surgen los ataques de medusas, las olas de calor, algún crimen pasional, un trabajo de campo sobre la vida del turista, etcétera, como cada año.
Pero se cuelan noticias de grandísima importancia que en circunstancias normales pasarían desapercibidas. Ahora y siempre, el ruido del presente nos impide escuchar el susurro del futuro. Ahora bien, en verano las ciudades callan y podemos percibir ese sonido de lo que será o podrá ser.
La hamburguesa más cara del mundo, sin discusión.
Una de estas noticias transcendentales es la que Público (www.publico.es) titula, para llamar la atención, La hamburguesa más cara del mundo: 250.000 euros de células madre. En la mayoría de los periódicos surge la expresión La hamburguesa más cara del mundo, o alguna parecida. Parece ser que lo es: pesa 141 gramos y sale la broma por un cuarto de millón de euros.
La hamburguesa de 295 dólares del Serendipity, de Nueva York.
Hasta ahora, la hamburguesa más cara del mundo era Le Burger Extravagant, que costaba 295 dólares en el restaurante Serendipity de Nueva York. Había que encargarla dos días antes y se preparaba con carne de vacas japonesas de la raza Wagyu (conocida como carne de Kobe), que es tan tierna y jugosa porque las vacas se crían libres de tensiones (sic). Pero ésta, la del cuarto de millón de euros, es mil veces más cara... y no tan buena.
La carne de Kobe, libre de tensiones, esperando ser devorada.
La carísima hamburguesa es, en verdad, un experimento científico, o mejor dicho, un invento. El doctor Mark Post, de la Universidad de Maastrich, lideró un equipo que se propuso producir carne (comestible) a partir de células madre. Para ello, contó con el apoyo financiero de don Sergey Brin, uno de los fundadores de Google, y con mucha paciencia, porque se dispuso a fabricar pedacitos de músculo partiendo de células madre de vaca. Estos pedacitos tenían pocos milímetros de ancho y no más de un centímetro de largo y se necesitaron más de veinte mil para la hamburguesa de marras. Un trabajo de chinos.
El resultado de tantos trabajos, el cultivo de vaca (comestible).
En apariencia, el resultado es pobre. El aspecto deja que desear y el sabor, también. La razón es la grasa, afirma un experto que he consultado antes de ponerme a escribir. El buen sabor de la carne proviene de la grasa infiltrada entre las fibras de los músculos. Si esos músculos provienen de células madre, no tienen grasa infiltrada y la grasa que pueda llevar la hamburguesa se tiene que añadir después. ¡No es lo mismo! Sano, será muy sano o igual de sano, pero sabroso, no será tan sabroso. Ahora bien, quizá los científicos puedan reproducir la infiltración de grasa con células madre en el futuro, quién sabe.
La prueba de fuego: darle de comer al becario, por ver qué pasa.
Lo que podría pasar por divertimento científico es, en verdad, un gran avance en la tecnología de los alimentos. Pueden fabricarse (literalmente) piezas de carne y disponer de fuentes de proteína animal sin tener que sacrificar bestias. Los ganaderos fruncirán el ceño y protestarán, pero esta manera de producir alimentos será cada vez más frecuente (y mucho más barata) en el futuro. Estamos hablando de una solución a los problemas de malnutrición de millones de personas, pero también de una reducción del impacto ambiental de la ganadería, que, eso dicen, es considerable. No tendremos ni granjas ni mataderos, pero tendremos fábricas de carne.
El cultivo de vaca solucionará algunos problemas éticos, pero planteará algunos otros.
Como los científicos de la hamburguesa son holandeses, han propuesto su invento como solución a varios dilemas éticos, ésos que sólo se plantean en los países más ricos y sobrealimentados del mundo (especialmente, en Holanda). Dicho de otra manera, el cultivo de vaca será polémico.
Los que se niegan a comer carne porque su consumo causa sufrimiento entre los animales (pero viven indiferentes a los sufrimientos de las lechugas) ¿qué podrán alegar ahora? Podrán meterse una hamburguesa artificial entre pecho y espalda muy tranquilos. Uno ya no comerá el cadáver de un animal, sino el resultado del cultivo de unas células. Serán hamburguesas-lechuga, cultivadas, y si uno puede matar lechugas con total impunidad, más impunidad tendrá para comer una hamburguesa cultivada. La hamburguesa cultivada no habrá sido nunca un ser vivo; la lechuga, en cambio, ha sido asesinada para ser comida.
Aunque, a decir verdad, el núcleo duro de los vegetarianos lo forman creyentes en lo natural, lo chachi-ecológico y el flogüerpogüer, y no me parece a mí que vayan a recibir el cultivo de vaca como un alimento válido. Seguro que dirán que es malísimo, como lo transgénico, las vacunas o los remedios farmacéuticos, que tanto bien han hecho a la humanidad. Dirán que la hamburguesa cultivada provoca urticaria, cáncer y se le caerá a uno la nariz si se la come. Además, habrá una conjura secreta, mundial y con muy mala leche formada por varias empresas multinacionales, la banca y el lobby de la industria armamentística para que comamos vaca artificial y abandonemos el genocidio de las lechugas, lo veo venir.
Pero quizá millones de personas en todo el mundo que sienten necesidad de proteínas podrían rebatir esas tonterías. Con todo, no nos avancemos a la historia y dejémosla hacer.
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