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¿A quién tenemos aquí?


El retrato del que hablaré acto seguido.

Resulta curioso que el mayor número de bonapartistas y aficionados a las cosas de Napoleón se dé en Gran Bretaña y no en Francia. Dicen que el coleccionismo comenzó con el botín de guerra de España y Bélgica, pero el asunto va más allá de atesorar recuerdos. 

Si no, que me expliquen qué hacía un retrato de Napoleón Bonaparte, Emperador, en el comedor de un caballero inglés de posición acomodada. El típico retrato, ya saben: el uniforme de faena de la Guardia Imperial y la mano, sobre la barriga, metida en el chaleco. El rostro, de sobras conocido: una calva mal disimulada por un flequillo insuficiente, una barbilla poderosa, la napia del águila, los ojos oscuros, inquietos e inquietantes, la boca pequeña y los labios prietos. Napoleón, sin duda.

El caballero inglés se desprendió de este magnífico retrato en una subasta. Quizá fuera la señora del caballero inglés, un tanto hasta las narices de tener a Bony como eterno invitado a la hora de la cena, o quizá fueran los herederos de tal caballero, ay, ya difunto, por sacar unas perras de los trastos del viejo. No lo sé, pero tampoco importa demasiado. Que cada uno adorne la historia como guste.

La cuestión es que el cuadro salió a subasta en 2005. Lo compró un coleccionista americano, de Nueva York. Allá también les da por Bonaparte, no crean. Compró el cuadro por 15.000 libras esterlinas, que son, a decir de los periódicos, unos 18.000 euros. 

Algo vería en el lienzo que mandó restaurarlo y examinarlo a fondo. En esta tarea aparece el nombre de Simon Lee, un profesor universitario experto en David (Jacques-Louis David) y después de mirárselo mucho y de comparar el retrato del Emperador con otras pinturas del artista anuncia a bombo y platillo, estos días, que ha dado con un nuevo David.

David, David, lo que es David del todo no sé si será, porque aparece también la firma de Rouget, un discípulo-ayudante del pintor. A decir del profesor Lee, Rouget participó de alguna manera en el retrato, pero éste es obra, indudablemente, de David. A decir del estudioso, Su Majestad Imperial quería un retrato de Su Persona para mostrarse al mundo y alentar el patriotismo de sus súbditos, etcétera, pero en mala hora lo encargó. 

Se ha fechado en 1813. Mientras David (o Rouget) pintaban las condecoraciones de Napoleón, los ejércitos bonapartistas eran derrotados en Leipzig y tan pronto estuvo acabado el retrato se había iniciado la campaña de Francia. Cierto que esas últimas horas del Imperio vieron renacer al mejor general, pero también vieron morir a un Emperador. Así que el retrato se perdió convenientemente, no fuera a llamar la atención de los agentes de Fouché, que pronto cambió de jefe y se puso a servir con prisas y eficiencia bárbara a Louis XVIII.

El coleccionista nuevayorqués ha comprado el cuadro por 18.000 euros y si ahora lo pusiera a la venta sacaría, dicen, no menos de veinte millones de euros. Es que es un David, me dicen. Ah, sí, será un David, pero veinte millones son millones, caramba.

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