Los amantes del progreso celebran las derrotas de las tradiciones, pero hay lugar para alarmarse por las novedades. Los tradicionalistas, en cambio, reciben la novedad con cara de perro, pero alguna vez se apropian de ella y la suman a la tradición.
Es un debate tan viejo como el hombre y algunas fechas son propicias al enfrentamiento entre el viejo y el nuevo orden. Se enfrentan las generaciones, los conservadores y los progresistas, los que quieren cambiar y los que no. Una de las fechas donde se tensa la relación entre lo viejo y lo nuevo es hoy mismo, la víspera de la festividad de Todos los Santos.
Se ponen de moda las películas de miedo.
De Guindos interpretando Sinister Minister, en pantalla.
Se está imponiendo la moda del Jalogüín, que se pronuncia Halloween, que viene de los Estados Unidos. La primera fiesta de Halloween, un baile de disfraces, se remonta a una fecha tan lejana como 1921 (ya lo dije hace tiempo, aquí). Cuenta casi un siglo a sus espaldas, lo que no está mal, y la juerga de Jalogüín ha evolucionado mucho desde esa primera fiesta de disfraces. Se renueva y cambia constantemente. Evoluciona.
Ay, qué miedo.
En Cataluña, la tradición era comer castañas y unos pastelitos dulces llamados panellets. Éstos provienen de Centroeuropa y comenzaron a comerse en España a mediados del siglo XVIII, no siempre por Todos los Santos. Como tienen mucho azúcar y frutos secos, son dulces empalagosos, de invierno y de pesada digestión.
Su venta en pastelerías y puestos ambulantes cuenta con poco más de dos siglos de tradición en Barcelona, lo que no está nada mal. El café con leche y croissant (cruasán) también nació en Viena, más o menos por la misma época que los padres de los panellets.
Las tijeras, la moda del terror catalán.
Si los panellets tienen la misma edad que el café con leche y croissant (cruasán), la fiesta de disfraces de Halloween cuenta con tantos años como la sardana de cobla. Eso nos ayuda a relativizar eso de las tradiciones milenarias y el espíritu de un pueblo, que lo primero es falso y lo segundo, si existe (que no), cambia constantemente, privándose de sentido y destino cada día que pasa (cómo me gusta llevarle la contraria a Hegel & Co.).
De hecho, las generaciones que vienen tras de mí viven una nueva tradición. Van a fiestas de disfraces, se corren una gran juerga y comen castañas, moniatos y panellets a la luz de una calabaza hueca mientras ven películas de miedo de zombis y bichos asquerosos. Así se ha hecho siempre, dirán a sus hijos, cuando los tengan. Los hijos los mirarán con cara de asco. Qué rollo, eso de la tradición.
Las juergas de Jalogüín se alargaban todo el invierno.
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