No he seguido la noticia de cerca y desconozco muchos detalles, pero he sabido del grandísimo fiasco de Navantia metiéndose a diseñar y construir submarinos. El S-80 terminado por unos 1.500 millones de euros y el 70% del S-81 construido y resulta que la distribución de masas no es la que correspondería. Es decir, que una vez bajo el agua, a la hora de querer volver a la superficie, el submarino se desequilibraría y giraría como una peonza alrededor de su eje. Es posible que esa curiosa maniobra acabara echando el buque a pique.
Para solucionar semejante capricho náutico, está previsto un gasto extraordinario de 200 millones de euros ahora mismo y en total, quizá 800 millones. Una barbaridad. Hay que considerar que España se juega unos 15.000 millones de euros en este programa de construcción de submarinos. Público el fiasco, ya podemos despedirnos del negocio.
Llueven las tortas y las culpas se reparten a diestro y siniestro, pero ¡caramba! ¿Quiénes han sido responsables del desaguisado? No se sabe, no se contesta. Tampoco se investiga, ni se busca a quién echarle las culpas. Fíjense qué silencio. Cuentan los periódicos que los (ir)responsables han sido muchos:
De entrada, la Marina, que no supervisó el proyecto adecuadamente. El ministerio de Defensa y el resto del Gobierno de España tampoco se libran de ésta, pues nadie controló el proyecto y además se escindió la colaboración con los franceses (que saben hacer emerger sus submarinos). La dirección de los astilleros... En fin, no digamos nada más.
Sin embargo, parece que uno de los puntos que más problemas ha causado es que, con esa manía de recortarlo todo, un buen puñado de ingenieros navales y técnicos cualificados fueron jubilados antes de tiempo. No quedó nadie en la empresa de la vieja escuela, capaz de vérselas con un submarino o con lo que le echaran.
Quizá convendría aprender y enmendar, ya sea fabricando submarinos o curando enfermos. La tijera es una arma de destrucción masiva.
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