La prensa nos ha dicho que en un profesor ha matado a una veintena larga de alumnos que asistían a su clase. Se plantó en medio del grupo de cuarenta y cinco alumnos con un automóvil cargado de explosivos, a los que prendió fuego. Su estallido provocó una matanza. Veinte muertos, quince heridos de diversa consideración y un susto tremendo en la ciudad de Samarra, unos kilómetros al norte de Bagdad, en Irak.
Dicho así, el asunto provoca dolor y consternación, pero si proseguimos el relato, éste dará un giro inesperado. Este particular profesor trabajaba para el Estado Islámico de Irak y Levante, que también se conoce por su acrónimo, ISIS. Esta organización está de enhorabuena, pues recibe ayudas de aquí y de allá, de Síria o de Araba Saudita, por ejemplo, y alumnos de todas partes, que no faltan.
Ahora toca decirles algo gordo: la escuela del ISIS en Samarra era una escuela de terroristas suicidas. Tal cual, han leído bien. Se reclutan voluntarios y se les enseñan los principios básicos del atentado terrorista suicida. Ya saben: cómo llevar explosivos encima, dónde hacerlos explotar, cómo disimular un chaleco explosivo... Una vez los alumnos pasan el curso, se someten a un examen final, y nunca mejor dicho lo de final. No falta trabajo para los terroristas suicidas: sólo en Bagdad atacan cuatro o cinco veces por semana. En todo Irak, no sabría decirlo.
Lo que sucedió en Samarra no fue un ataque terrorista, sino un accidente. El profesor explicaba a sus alumnos cómo cargar un automóvil de explosivos y cómo guiarlo hasta su objetivo cuando, por causas que desconocemos, explotó, llevándose por delante a la mitad de la clase y dejando a la otra mitad hecha unos zorros. El profesor también murió, no sé si lo había dicho.
Quizá el problema radique en la calidad de la enseñanza. Según fuentes bien informadas, ninguno de los profesores de esta particular escuela había ejercido antes de terrorista suicida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario