El hereje y el apóstata tienen la máxima facilidad de acceso a la auténtica doctrina de la ortodoxia, tienen esta verdad inmediatamente ante sus ojos... y a pesar de eso no creen en ella. Este es un desafío de un tipo especial, porque toda ortodoxia cree que su verdad se impondrá (incluso sin pruebas, que no pueden existir) por sí misma, por su propia eficacia, toda vez que alguien la haya tenido ante los ojos con la máxima claridad. Por eso la aparición de herejes y apóstatas debe explicarse de otro modo: son sujetos intencionadamente maliciosos y protervos que actúan mal a sabiendas. Lo menos que supondrá el partidario de una doctrina verdadera es que todo aquel que haya contemplado la verdad en toda su magnificencia quede prendado de ella y jamás pueda alejarse de la misma. La verdad, su verdad, debe fijarse en los corazones por su propia fuerza y hacerse allá poderosa e indestructible. El apóstata pone en peligro esa ilusión, por lo que se le debe condenar con especial insistencia.
Hubert Schleichert (trad. Jesús Alborés)
Cómo discutir con un fundamentalista sin perder la razón
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