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La supervivencia de Grecia


La enseñanza púbica en la antigua Grecia.
Y no lo he escrito mal.

Cuentan que los antiguos griegos despreciaban a los persas. Los consideraban afeminados por llevar pantalones. Ellos, no, ellos eran muy machotes porque iban con faldita, y corta, y pese a lo que digan las películas de romanos, ¡todavía no se habían inventado los calzoncillos! Algunos, los más machotes de todos, se atrevían a luchar desnudos, cubriéndose apenas con el escudo. 

Cierto es que la idea de los griegos de ser machotes no era la que hoy tenemos: los maestros se cepillaban a sus alumnos, era la costumbre, y los machotes practicaban la sodomía entre sí cuando iban de juerga. Se dejaban querer por sus señoras una vez regresaban a casa portando el escudo y no sobre él, entonces y sólo entonces.

De juerga.

Recordemos que, en la antigua Grecia, la posición de sumisión y humillación de la mujer durante el coito (por lo tanto, la posición favorita del machote griego descrito) era aquélla en que la mujer se situaba encima y hacía todo el trabajo. Seguramente, lo haría cuando el marido venía cocido de la juerga que se había corrido con sus amigos y no sabía lo que se hacía. Lean la Odisea, si no me creen. Mejor, el juramento de Lisístrata. 

De todo ello se deduce que la supervivencia de la sociedad griega no se debe a su legislación, su filosofía, su cultura, su organización política o su pericia con las armas. 

¡Noticia bomba! (en el mundo editorial)


Ay, señores, la que se va a montar. Carme Balcells, la agente literaria más importante en lengua española, sella una alianza con uno de los agentes literarios más temibles del mundo mundial, Andrew Wylie, después de muchos años de intentarlo y acabar a bofetadas, o casi. 

De hecho, fue el americano quien, hace ya unos añitos, quiso comprar la agencia literaria de Carme Balcells, fracasó y se lió una de muy gorda. De eso hace años, ya les digo, y doña Carme, que es mucha doña, sobrevivió. Hoy, la señora Balcells se retira y dejará tras de sí una empresa que se llamará Balcells & Wylie, y pobre del editor que tenga que negociar los derechos de autor con este monstruo, porque se va a rascar los bolsillos si quiere vender un libro de Fulano o Mengano.

Doña Carme Balcells.
Hasta los príncipes se inclinan ante ella.

El asunto, como he dicho, se ha alargado durante años y los mentideros de la Casa y Corte del Libro llevaban hablando de una crisis en la agencia Balcells desde que uno sabe qué es un libro y cómo funciona. Es cierto que ha pasado por momentos mejores y peores, pero ha sido y sigue siendo todopoderosa en la literatura en lengua española. Quizá ahora no pase por su mejor momento, pero no conozco a nadie con los bemoles suficientes como para ir y decírselo frente a frente, que la mujer tiene un genio y un pronto que arrugan al más pintado.

Andrew Wylie, el temido agente americano.

También era y sigue siendo todopoderoso don Andrew Wylie, otro que tal, uña y sangre, un agente editorial que ha puesto patas arriba el negocio de las agencias editoriales. Le han dicho de todo, menos guapo. Se le conoce como el agente de las viudas (por la cantidad de viudas de grandes escritores que representa), el Tiburón, el Chacal, ese j... Wylie, etcétera, que es un no parar. En parte, porque se ha hecho con una cartera impresionante de bonísimos escritores y vende los derechos de autor de éstos a precios nunca vistos, precios que pagan las editoriales, con dolor de contables, llanto y crujir de dientes.

No es éste el momento de describir las relaciones de amor y odio de este par de agentes con el gremio editorial y con sus representados, y describir su papel en un ambiente libresco en crisis y sin una respuesta todavía clara a la revolución digital. Es algo complicadísimo o extremadamente simple, lo que viene a ser lo mismo, y por eso lo dejaremos para otro día. Pero sepan que ésta, la fusión de las agencias de Balcells y Wylie, es una noticia bomba (en el sector editorial). Busquen y verán.

Relaciones horizontales


La gente habla muy raro y no dice las cosas por su nombre. Fíjense.

Patricia Gabancho va y comienza un artículo de opinión en El País diciendo: 

Lo que hoy fluye por la base social es una mezcla de descontento, futuro expoliado y necesidad de relaciones horizontales.

¿Relaciones horizontales? ¿Se refiere al sexo?

El pasado 25 de mayo


Mientras todos estos días me sumergía en la fascinante historia de Barcelona, relatando los sucesos que acaecieron el 11 de septiembre de 1802, pasó el día 25 de mayo por este blog sin pena ni gloria. Lástima que no hablé de ello entonces, pero pronto pondremos remedio. 

Varias opciones políticas se presentaban a las elecciones en el Día del Orgullo Friqui.

¿Qué tiene de especial el pasado 25 de mayo? En primer lugar, se corrió el Gran Premio de Mónaco de Fórmula 1, que es algo grande. En segundo lugar, como cualquier friqui que se precie sabrá, el 25 de mayo fue el Día del Orgullo Friqui, y digo friqui y no friki porque sólo un friqui escribiría friki con qu. En tercer lugar, fueron las elecciones al Parlamento Europeo y ¡vaya con los resultados!

Quedó cuarto, y gracias.

Lo de Mónaco fue otro órdago alemán. Los Mercedes dominaron la carrera de arriba abajo y la única gracia fue que Rosberg fue primero en vez de Hamilton. Ferrari hizo lo que pudo y uno llegó a la cuarta posición, el de Alonso. ¿Qué más puedo decir? El dominio de los alemanes aburre. Pero ¡qué buenos coches fabrican! Uno tiene los sentimientos encontrados, pues admira la capacidad técnica de Mercedes, pero tiene la sangre roja, roja Ferrari. Ay, qué año me espera...

Voto en Cataluña por municipios, publicado por El País.
Obsérvense las singularidades del Área Metropolitana de Barcelona y del Valle de Arán. 

Lo de las elecciones europeas... Dejando a un lado gilipollas, fascistas, populistas y euroescépticos, que también tenemos de todo eso en casa, tenemos un problema sobre la mesa. Hablemos de naciones o de derechos sociales, de izquierdas o de derechas, todos los bandos tienen razones para lamerse las heridas. La moda, lo mayoritario, no coincide ni con la media ni con la mediana, y eso es así en Europa, en general, en España en particular.

Ya puestos, también en Cataluña, donde lo mayoritario no tiene mayoría suficiente. Excepto en una cosa, que diré: Tengo que lamentar (¡y cómo lo lamento!) que más del 55% de los votos catalanes han ido a partidos que en el Parlamento de Cataluña votan o han votado los recortes en sanidad, educación, servicios sociales y compañía. ¡Somos gilipollas!

Ese comentario sobre modas, medias y medianas demuestra que están ante un friqui, y no hace falta que siga preguntándome si friqui se escribe friqui o friki o qué sé yo para que sepan que así es. Por lo tanto, ¡no nos olvidemos del Día del Orgullo Friqui! Bendito sea.



El 11 de septiembre de 1802


He dedicado cinco extensas y muy documentadas entradas de El cuaderno de Luis a la visita del rey Carlos IV y su familia a Barcelona, que se inició con la gran carrera de Sus Majestades del 11 de septiembre de 1802 y el extraordinario, pero también estrafalario, episodio del Carro Triunfal. Se han basado en los trabajos de la historiadora Laura García Sánchez (¡Brava!), que he ido ampliando consultando documentos aquí y allá, no pienso aburrirles con la búsqueda.

Las entradas se titulan A rastras por las calles de Barcelona y se numeran del I al V. 

Para facilitar el trabajo a mi sufrido y paciente lector, he aquí un índice temático:

Las visitas de los reyes de España a Barcelona a lo largo del siglo XVIII, en:

Las bodas reales entre España y Nápoles (dos Sicilias), en:

Las autoridades de la Barcelona de 1802, en:

La ciudad se prepara para recibir a los reyes, en:

El 11 de septiembre de 1802 y el Carro Triunfal, en:

Espero que les apetezca.

A rastras por las calles de Barcelona (y V)


Como hemos dicho, con la excusa de celebrar la visita de los reyes a Barcelona las dos facciones de la sociedad civil catalana, id est, de la burguesía, iban a verse al fin las caras. 

La Junta de Comercio y Fábrica sería la que sostendría, años más tarde, el auge industrial catalán. Eran los burgueses ilustrados, que se habían beneficiado de la intervención del Estado en el comercio y la industria, partidarios de los nuevos tiempos que asomaban las narices por Europa y amigos del progreso y la novedad. Habían podido salir a la luz después del Decreto de Nueva Planta y con el patrocinio de los Borbones. Se había iniciado en el comercio internacional y aspiraba a redactar un Código Civil en España, como Bonaparte había comenzado a redactarlo en Francia. Querían más poder en Cataluña, y quien dice Cataluña dice España, por ser quienes estaban protagonizando su crecimiento económico.

La otra facción era muy distinta. La Junta de Colegios y Gremios era de origen medieval y había sido la representante del Tercer Estado en las Cortes Catalanas hasta que el Decreto de Nueva Planta las suprimió. Sostenía los privilegios gremiales y colegiales de antaño porque el Estado seguía dando validez a gran parte de la legislación catalana anterior a 1714. Eran conservadores, proteccionistas y no querían ni oír hablar de la ilustración ni de los códigos civiles. Gracias a la tradición y a los privilegios conservados, eran todavía los burgueses más considerados en los actos políticos y sociales y defendían su protagonismo con uñas y dientes, basándose más en la tradición que en su éxito económico. Veían a los recién llegados de la Junta de Comercio como quien ve venir al diablo.

Ante la visita del rey Borbón, la Junta de Comercio y Fábrica echó el resto. Ya hemos visto cómo decoró las calles con arquitectura efímera, pero nos olvidamos del mucho esfuerzo que pusieron para acabar el edificio de la Lonja (la Llotja) antes del desembarco de Carlos IV. Los documentos de la época relatan cuántos apuros pasaron para conseguirlo. El rey vería la Lonja desde el Palacio Real y querían presumir de un edificio clásico, lo último en arquitectura, símbolo de comercio y progreso. ¡Los gremios no tenían nada parecido!

No, no tenían nada parecido, sino ¡una sorpresa guardada!

Documento contemporáneo que describe de manera ilustrada la llegada y carrera de Carlos IV y María Luisa tras su desembarco, el 11 de septiembre de 1802 en Barcelona. Atención a las casillas 27, 28 y 29.

Poco antes del mediodía del 11 de septiembre se divisaron las velas de la flota que portaba a Sus Majestades, Carlos IV y María Luisa. Se celebró la noticia con salvas de artillería y la flota respondió con andanadas de toda la borda, que son ciento y la madre de cañones bramando al unísono en los buques de línea. ¡Ríanse de las mascletás! El espectáculo fue formidable y el desembarco del rey en las Atarazanas (Drassanes) se produjo a primera hora de la tarde. La muchedumbre gritaba vítores y vivas al rey y a la madre que lo parió con un fervor jamás visto. Las gradas que se habían levantado aquí y allá estaban llenas a reventar. Se echaron las campanas al vuelo, se dispararon cohetes, todo el mundo salió a la calle. ¡El rey! ¡El rey! ¡Viva el rey!

Se organizó una comitiva para que el rey hiciera una carrera (un desfile) por la ciudad. Como dice la Gazeta de Madrid del 24 de septiembre de 1802, Otros individuos del comercio y de las fábricas saliéron a recibir a SS.MM. formando una compañía de 50 hombres a caballo primorosamente vestidos a la española antigua, con música y volantes, y dos compañías de migueletes.

Detrás de la fanfarria, las tropas y la caballería de la Junta de Comercio y Fábrica, vendría el Carro Triunfal, donde iban a sentarse Sus Majestades. Un privilegio medieval concedía a los miembros de los Colegios y los Gremios de Barcelona desfilar junto al Carro Triunfal. ¡Vaya si desfilaron!

Detalle de un grabado del Carro Triunfal.
Era un trasto magnífico.

¿Cómo era el Carro Triunfal? Según recoge la Noticia individual de la entrada de las reyes nuestros señores y real .familia en la ciudad de Barcelona, la tarde del once de septiembre del presente año de mil ochocientos dos. Escrita par encargo de la Comisión de Obsequios de los Colegios y Gremios de la misma, el Carro Triunfal era una obra de arte.

El mismísimo príncipe Godoy, válido de Carlos IV y, dicen, amante de la reina María Luisa, les había dado permiso para construirlo y utilizarlo: Veo por el papel de Vms. de tres del que rige los obsequios y festejos con que los Individuos de esos Colegios y Gremios esperan recibir a SS. MM. quando lleguen a esa Capital; cuyas demostraciones de tan leales Vasallos serán gratas a sus Reales Personas, y no se negarán a admitirlas; pero siendo suficiente prueba de su fidelidad y amor el manifestarlas, no querran que el carro triunfal tirado por los Individuos de las Corporaciones, y dispuesto para tener el honor de conducirlas salga a mucha distancia de esa población.

Una vista más amplia del Carro Triunfal nos muestra parte de la caballería que se empleó para arrastrarlo por las calles de Barcelona.

¡Han leído bien! Los representantes de los colegios y gremios de Barcelona ¡iban a tirar del Carro Triunfal! 

El rey iba a ser arrastrado por las calles de la ciudad por los que habían sido representantes políticos del Tercer Estado en las Cortes Catalanas, los mismos que ahora eran los más fieles súbditos de Sus Majestades y se humillaban así para demostrarlo. Ésos, ésos y no otros, iban a tirar del carro voluntariamente, por darse a conocer. 

Porque han de saber que los carros triunfales habían sido siempre tirados por caballos, por un tiro de ocho o doce hermosos brutos, pero ¡nunca por el pueblo! Aunque no me crean, la ideología de la Monarquía Absoluta no contemplaba actos como éste, y menos una Monarquía Ilustrada. Pero se tomó la iniciativa como una costumbre popular y por no ofender a los gremios catalanes, se toleró.

La idea había partido de los gremios, no del rey. Lo único semejante y equivalente sería el desfile de los pasos de la Semana Santa, donde el pueblo se humilla ante Dios y lo lleva a hombros o a rastras. Sólo Cristo merecía semejante trato. Por eso ¡nunca se había visto tanta devoción por el rey en toda España como en Barcelona! Ésa fue la noticia general que corrió por todo el reino.

Del Carro Triunfal, pues, se encargó la Junta de Colegios y Gremios. Lo diseñó Pedro Pablo Montaña y lo construyó un carpintero agremiado, Manuel Piera. De los caballos no se preocupó nadie, porque habría burros de sobra para tirar del carro.

[...] construyóse pues a expensas de estos un Carro de ayrosa delineación y exquisita escultura: todo dorado, y vestido de tela de plata: con almohadas de terciopelo carmesí en el pesebrón cubierto de tisú de oro: sobre el juego delantero se representaba la fidelidad barcelonesa en un Perro que, con una llave en la boca, y apoyándose sobre el escudo de Barcelona, la clava de Hércules, y la piel Neméa, volvía su cabeza hacia atrás mirando el León, que tenía entre sus garras dos globos y significaba el Monarca de España, Señor de dos Mundos. [...] Etcétera.

Concluye la descripción diciendo: La propia tarde del once fue conducido el carro a la Glorieta, donde esperaron a SS. MM. los Comisionados de los Colegios y Gremios, y los Individuos de estos que habían de tirarle.

Detalle de otro grabado que describe las obras que recibieron a SS.MM.
Dice:
Carro Triunfal ofrecido por los Colegios y Gremios de Barna. a sus Augus. Sobers. CARLOS IV Y MARIA LUISA, para su entrada pública en la tarde del 11 de septiembre de 1802 en testimo. de su fiel amor, gratitud y vasallag., y aceptado por SS. MM. fueron conducidos desde extramuros de la Ciud., hasta el Rl. Palacio pr. indivs. de dichas Corpors., con el acompto. de sus Comnisdos. que rodeaban el Carro.


Ni que decir tiene que los señores de la Junta de Comercio y Fábrica se quedaron de una pieza, porque súbditos más fieles a Sus Majestades que ellos no había, pero por su cabeza jamás pasó tragar con tal vergüenza. ¡Iba en contra de todo cuanto creían! Ellos eran súbditos, no esclavos. Pero ¿dónde se había visto? Vestidos con sus mejores galas para desfilar ante el pueblo, veían a los sudorosos miembros de la Junta de Colegios y Gremios tirar del Carro Triunfal en mangas de camisa, sofocados y agotados por el esfuerzo, que el carro pesaba lo suyo. ¡Y cómo se peleaban por tirar del carro, ahora tú, ahora yo! ¡Tremendo!

El pueblo aplaudía a rabiar, naturalmente.

La misma Gazeta de Madrid que he mencionado dijo: 

[...] La feliz entrada de los Reyes y Príncipes Ntros. Sres. y demás personas Reales en esta ciudad el 11 del corriente por la tarde se anunció al público con salvas de artillería de las murallas y castillos, y también la hiciéron dos buques del puerto que se habían completamente empavesado. Al llegar la Real comitiva cerca de la Cruz-Cubierta, a un quarto de legua de esta plaza, se trasladáron SS.MM. de su coche a un carro triunfal adornado con primor, que se había preparado a este efecto, y en él fuéron conducidos a palacio por 48 individuos de los colegios y gremios con trages hechos al intento, y 200 volantes con hachas a prevencion por si anochecia en el camino. [...] Todos siguiéron obsequiando hasta palacio a SS. MM. La carrera estaba adornada con gusto, y era inmenso el concurso, y generales y repetidos los vivas y aclamaciones, especialmente quando se dignáron SS. MM. presentarse en los balcones de palacio. [...]

No me alargaré más, pero sepan que Barcelona celebraría más entradas triunfales y pasaría semanas de fiesta en fiesta. Dedicaron al rey ocho corridas de toros, una por semana, y numerosos espectáculos de toda clase. Los novios llegaron con una armada en octubre y el rey y su séquito hizo cacerías por Pedralbes y Montjuic (sic) y salió a pescar varias veces en un pequeño velero con Gravina, ese almirante que murió como tantos otros en Trafalgar, mal bicho pique a los ingleses, carajo. El rey visitó Figueras y varias poblaciones catalanas más, y en todas fue recibido con grandísimas pruebas de amor y fidelidad. 

Eso sí, como el Carro Triunfal del 11 de septiembre de 1802 en Barcelona, nada.

Una de las piezas de la arquitectura efímera, la glorieta de la Junta de Colegios y Gremios.
El carro que aparece ilustrado es el de SS.MM., con el que habrían desfilado por las calles de Barcelona de no haberse dispuesto el Carro Triunfal.

El 4 de noviembre, el rey celebró su santo en Barcelona, pero sus equipajes ya partían para su próximo destino. El día 8 de noviembre nos dejó, camino de Montserrat. Luego visitaría Valencia y la costa del Mediterráneo. Ya les digo yo que no volvió a tropezar con ningún otro Carro Triunfal tirado por burros. El resto de la familia e invitados partieron por mar. Unos, los napolitanos, bien pronto, a mitad de octubre. Los reyes de Etruria, en cambio, a finales de noviembre.

Relato de una de las ocho corridas de toros celebradas en Barcelona en honor de Carlos IV en septiembre y octubre de 1802.

La visita se recordó durante muchos años. El señor don José Coroleu, barcelonés ilustre y testimonio del suceso, dejaría escrito lo siguiente: 

De su estancia entre nosotros nos quedaba un placentero recuerdo, porque Barcelona tuvo una temporada de bailes, corridas de toros, luminarias y otras diversiones, que no había rriás que pedir, y Barcelona era etonces una ciudad que, en punto a animación y bullicio, no era gran cosa más que los que hoy es Zaragoza. Del rey no nos podíamos quejar, pues siempre mostró por esta ciudad una especial simpatía.

Un historiador de la Ciudad Condal añadió más tarde: 

[...] La visita de los Reyes se iba a convertir muy pronto en un recuerdo feliz de una época irremediablemente perdida. Nuevas y graves preocupaciones iban a ocupar dentro de muy poco el primer plano, dejando atrás los recuerdos, la paz y la recuperación social y económica que vivió Barcelona y España entera en esos años. [...]

Porque luego vendría Napoleón a España, Cataluña sería francesa y ya no queda sitio para explicar nada más.

Pero ¡mira que tirar del carro...! ¡Lo que hay que ver!

A rastras por las calles de Barcelona (IV)


Al final, llegó el 11 de septiembre de 1802.

Después de tantos trabajos y preparativos, Barcelona iba a recibir la visita de los reyes de España. Nadie negará los nervios de las autoridades, comenzando por el alcalde y corregidor y acabando en el capitán general y el señor obispo. Pero la tensión era más que evidente entre los burgueses de la Junta de Comercio y Fábrica y la Junta de Colegios y Gremios, que habían echado el resto para que Barcelona luciera como nunca y celebrara apoteósica y triunfalmente la visita de Carlos IV. También, para ver cuál de las dos juntas conseguía vencer a la otra. ¿Cuánto dinero les había costado la broma? ¡Mejor no saberlo!

La población se había echado a la calle. Nunca antes se había reunido tanta gente en Barcelona para celebrar algo. Si hacemos caso de las crónicas y diarios de la época, la manifestación popular del 11 de septiembre de 1802 fue la más numerosa y multitudinaria de la historia de Barcelona hasta entonces y me atrevo a decir que todavía no ha sido superada. Si medimos el tanto por ciento de la población de Barcelona que salió a la calle o el tanto por ciento de superficie de la ciudad que ocupó la muchedumbre, el recibimiento a los reyes de España del 11 de septiembre de 1802 supera a las grandes manifestaciones del siglo XX y XXI. No nos cabe la menor duda de ello y a las pruebas me remito.

Los primeros en llegar fueron los reyes de España, el 11 de septiembre. Su desembarco fue el inicio de las fiestas, y el acontecimiento sin duda más sonado de todos. Iban a encontrarse una Barcelona de ensueño. 

No sabían si la armada que traía a Sus Majestades arribaría a puerto por la mañana o por la tarde. Por ello, la iluminación del acontecimiento preocupó, y mucho, a los organizadores. Se repartieron centenares de hachas y linternas entre los miembros de la comitiva que acompañaría a los reyes en su paseo por la ciudad. Se repartieron lucernarias por todas las calles y los soldados que formarían a lo largo de la carrera también portarían luces.

La Junta de Comercio había ofrecido tres premios, de 300, 200 y 100 libras (una fortuna) a los Individuos que por sí ó su mediación sobresalgan en el adorno ó iluminación de la carrera (sic). La reciente guerra contra los ingleses había vaciado los almacenes de telas y el pueblo lo tenía difícil para decorar las calles. Por eso mismo, la Junta de Comercio publicó que (copio) los señores D. Juan Rull y D. Joachin Espalter y Rosás, prestarán un cierto número de piezas en blanco ó pintadas, siempre que se las pida con este objeto sugeto de conocida responsabilidad. Ellos correrían con los gastos, en suma.

La que sería residencia de los reyes en Barcelona, en 1802.

El Diario de Barcelona (n.º 250, de 8 de septiembre de 1802, en las páginas 1101 a 1102) publicó la ruta que iba a seguir la comitiva real y ciudadana desde el desembarco hasta el que sería palacio real, en la que hoy es la Plaza [del] Palacio. Sería: 

Puerta y calle de San Antonio: calle del Padró: plazuela de S. Lázaro, con su Pirámide de Santa Eulalia: calle del Carmen: toda la Rambla: á las Reales Atarazanas: Fundición de Cañones á la derecha e izquierda, enfrente de la muralla del Mar; continuando por el Dormitorio de San Francisco: plaza de dicho Santo: Intendencia, Contaduría y Tesorería á la izquierda: calle Ancha: Fustería: plaza de S. Sebastián: Encantes, á la derecha la Casa Lonja, edificio suntuoso: plaza de Palacio á su frente: á la derecha la Real Aduana, con su magnífico Pasadizo o Puente, uniéndola con el Real Palacio, para la mayor comodidad de las Reales Moradas de SS. MM. y AA., durante su residencia en esta ciudad.

A lo largo del camino se habían levantado lo que se llaman monumentos efímeros, como los que hoy se levantan en una Feria de Muestras, edificios y monumentos destinados a vivir una intensa gloria antes de ser derruidos en cosa de días. La Junta de Comercio y Fábrica (estatalista, progresista) hizo unos y la Junta de Colegios y Gremios (foralista, conservadora), otros. ¿Cuáles serían más celebrados?



En esta exposición se mostraron algunos de los monumentos efímeros más notables de Barcelona entre 1500 y 1900. Ni que decir tiene que algunos de los más espectaculares fueron los que se levantaron para recibir a los reyes de España el 11 de septiembre de 1802. En la imagen inferior, parte de la exposición destinada a tal visita.

En los Expedientes de Ceremonial del Ayuntamiento (caja n.º 7 del año 1802, en el Archivo Municipal de Historia de Barcelona) se describen las obras que levantó la Junta de Comercio y Fábrica:

[...] sin perdonar gasto hicieron construir en el extremo del Paseo de la Rambla frente de las mismas Atarazanas, dos templos con un Arco Yris sobre quatro colunas de 10 ps. [pies, es decir, unos tres metros] cada una de orden corintio, y el otro de orden dorico devidamente adornados, y dos Estatuas de 14 ps. [4,5 m] cada una representando el Dios Marte y la Diosa Yris colocadas sobre sus correspondientes pedestales [...]

[...] la Casa del Sor. Yntendente estaba exteriormente colgada de lienzos pintados finos de lo mejor, y al centro de otra Plaza se colocó otro templo de orden corintio de 12 colunas de 30 ps. [9 m] cada una, y en medio la Estatua de la Diosa Minerva sobre un pedestal, y basas correspondientes con su graderia, rematando el edificio con proporcionados jarros. [...]

[...] y los Encantes, en cuia Plaza se hallaban colocadas quatro angulas socolos del mismo alto formando un octagono con conos coronados de quatro copas ricamente adornadas, y sobre la Escalinata se Elevaba un Pedron de 25 ps. [8 m] de alto de figura octagona, y en las quatro Caras escudos de Armas Reals, con quatro jarros en los otros tantos angulas rompidos: Sobre el Pedron estaba una Estatua de 14 ps. [4,5 m] que figuraba la España con su pedestal, y adornos correspondientes en el todo. [...]

Grabado conmemorativo de la visita de los reyes y toda su familia a Barcelona patrocinado por la Junta de Comercio y Fábrica. Las ramas del árbol dibujan los perfiles de los miembros de la familia y el texto habla de un robusto y vigoroso árbol que representa la Monarquía, bajo cuya sombra se cobija el valor, la pericia, el comercio, la industria...

En suma, la Junta de Comercio se había gastado lo que tenía y lo que no tenía en decorar la ciudad. Se dice (y cito) que Lo perentorio del tiempo en medio de la multitud de objetos a que debieron atender los artistas de esta Capital no permitió saliesen todos los adornos de la carrera tan acabados como se deseaba, aunque nada se aorró para conseguirlo.

La competencia conservadora no se había quedado atrás. La Junta de Colegios y Gremios también echó el resto. Cito la Noticia individual de la entrada de las reyes nuestros señores y real .familia en la ciudad de Barcelona, la tarde del once de septiembre del presente año de mil ochocientos dos. Escrita par encargo de la Comisión de Obsequios de los Colegios y Gremios de la misma. Dice:

[...] erigióse en la Rambla y entrada del paseo por la parte de Belén un magnífico y vistoso Arco alegórico, alusivo a la Paz, colocadas en los pedestales Figuras representando Nápoles y Etruria: púsose entre la Iglesia de San Lázaro y el Padron un robusto y copado árbol de perspectiva, al pie del qual estaba Cataluña, descubriéndose entre la frondosidad de las ramas los escudos de Aragón y Castilla, para simbolizar el enlace del Conde de Barcelona Don Ramón Berenguer IV con Doña Petronila de Aragón, y el de Don Fernando Segundo con Doña Isabel de Castilla: y a la mitad del camino de la Cruz Cubierta (que a costas de las mismas Corporaciones se había hermoseado con arcos y estatuas) se dispuso una Glorieta, octágona, de cien palmos de diámetro [20-25 m] con quarenta y cinto de altura [10 m]; las dos fachadas de orden corintio, y lo interior de orden dórico; distribuida en doce arcos con sus correspondientes colgaduras. [...]

Documento rarísimo, un grabado que describe los principales agasajos de la Junta de Colegios y Gremios a Sus Augustas Majestades (sic) y que además describe el recorrido de la carrera por Barcelona. Arriba a la derecha, el Carro Triunfal del que hablaremos en el siguiente capítulo.

La Junta de Colegios y Gremios lanzaría una pedorreta a la Junta de Comercio al añadir: Este fue el lugar glorioso donde los Colegios y Gremios de Barcelona no solo tuvieron el consuelo de ver las Reales Personas y de ser los primeros en ofrecer homenage a SS. MM.; sino que recibieron la prueba más segura del paternal amor que les profesan Nuestros Soberanos.

Sin embargo, la derrota de la Junta de Comercio y Fábrica en esta singular competición estaba por llegar de la mano de un carromato. 

En efecto, la Junta de Colegios y Gremios de Barcelona, una institución de origen medieval, de las pocas que había sobrevivido al Decreto de Nueva Planta, la esencia del Tercer Estado en Cataluña como siempre se había entendido, catalanísima, ensimismada, conservadora y aferradísima a los fueros... La Junta de Colegios y Gremios, decía, ofreció a Sus Majestades un Carro Triunfal.

Y de ese carro hablaremos en el siguiente capítulo.

A rastras por las calles de Barcelona (III)


Las negociaciones entre las familias de Nápoles y España no eran secretas, pero sí discretas. La reina María Luisa no pensaba arruinar no una, sino dos bodas, por culpa de una indiscreción. Pero llegaron rumores a la ciudad de Barcelona sobre la fiesta en ciernes.

Moneda en curso de Carlos IV de una ceca catalana.

No sabemos quién filtró la noticia, pero tenemos sospechas. El ayuda de cámara de Carlos IV era catalán y... En fin, no diré más, porque no tengo pruebas, pero sí que sabemos que la Junta de Comercio y Fábrica de Barcelona estaba al tanto mucho antes de que la noticia fuera oficial. 

La Junta de Comercio se fundó en 1759 bajo el reinado del bienamado Carlos III y dependía de la Junta General de Comercio del Reino, que tenía su asiento en Madrid. Quizá fuera esta junta la responsable directa del éxito industrial y comercial de la Cataluña de finales del siglo XVIII, gracias a sus contactos en la Corte. A decir de los historiadores, la relación de la Junta de Comercio con la Junta General de Comercio del Reino eran excelentes, cordiales y muy eficaces. A la Corte le interesaba el éxito industrial y comercial de Barcelona y Barcelona se sentía aupada y favorecida por la Corte. Los negocios iban viento en popa desde que gobernaban los Borbones.

Documento de creación de la Junta de Comercio.

La Junta de Comercio, decíamos, supo de las bodas y del desembarco en Barcelona antes que nadie, pero de aquella manera, ya me entienden, soto voce. Así que fueron a ver al señor corregidor y alcalde de la ciudad, don Lorenzo de Gregario y Paternó, marqués de Vallesantoro y barón de Claret. Señor marqués, que me ha dicho un pajarito que habrá bodas y que nos toca a nosotros organizar el banquete, le avisaron.

El palacio de Vallesantoro en Sangüesa, Navarra.
De esta familia procedía el alcalde de Barcelona en 1802.

El señor marqués se alarmó, escribió en confidencia a don Pedro Cevallos, que era entonces conocido suyo y Primer Secretario de Estado en la Corte, y el 27 de febrero, don Pedro le respondió. El contenido de la carta se conserva en el Archivo Histórico de Barcelona porque el 3 de marzo, don Lorenzo, alcalde y corregidor, llamó a todos los cargos municipales a rebato y les comunicó la noticia, carta en mano y con el susto en el cuerpo.

Don Pedro Cevallos, que avisó al señor alcalde de la visita del rey.
Se arriesgó lo suyo, porque pasó el aviso antes de que se confirmaran las bodas y sin permiso de la reina María Luisa. Pero, si no hubiera avisado, ¿podría haberse preparado Barcelona a tiempo para recibir a los reyes?

El Primer Secretario de Estado confirmaba que era cierta la intención del viaje a Barcelona de los reyes de España y de las familias reales de Nápoles, que luego no serían de Nápoles, sino de Etruria. Bah, no entremos en detalles. Lo que importa es que don Pedro avisó que los reyes llegarían a Barcelona en septiembre. ¡En septiembre! Se asustaron los munícipes, pues ¡era muy pronto! ¡Había muy poco tiempo para prepararlo todo! 

Lo mismo pensaba don Pedro, que decía en su carta que deberían comenzar a arreglar los caminos sin pérdida de tiempo (sic) y comenzar las obras de inmediato para habilitar el Real Palacio (sic). Eso sí, cuidado con la pintura, porque (cito) previniendo a la persona que corra con este encargo que no se ha de dar color en Puerta ni ventana alga. [alguna], por que la Reyna ntra. Sra. no puede sufrir el olor a pintura. ¡Gracias por avisar!

La Junta de Comercio tuvo el tiempo justo, justísimo, para terminar su sede, el (neo)clásico edificio de la Llotja (la Lonja). Pudo terminarse con gran prisa y urgencia pocos días antes del desembarco del rey en Barcelona. Este edificio era el símbolo de la prosperidad y la modernidad que había traído la monarquía borbónica a la Ciudad Condal.

El corregidor y todos los cargos políticos de la ciudad de Barcelona hicieron correr la noticia y se pusieron manos a la obra con diligencia y no pocas prisas. Lo primero que hizo fue preguntar al Ayuntamiento de Sevilla qué había hecho cuando el rey pasó a visitar su ciudad, qué espectáculos preparó, cómo dispuso las cosas, qué le gustaba comer a Su Majestad y detalles por el estilo. Lo segundo, poner patas arriba los archivos intentando recordar cómo se había celebrado el desembarco de Carlos III en Barcelona, procedente de Nápoles, por ver si podía aprovecharse algo. 

Una visita al Archivo Histórico del Ayuntamiento de Barcelona y un vistazo al Libro de Acuerdos nos muestra que no se habló de otra cosa durante meses. La visita de los reyes y la Corte excitó los ánimos del gobierno local. ¡Había tanto que hacer...! La actividad fue frenética.

De entrada, el señor corregidor y alcalde se plantó ante el Capitán General, Francisco de Horcasitas. Más que un título militar, hemos de pensar en un cargo público, equivalente al de un gobernador civil que además tenga el mando del ejército de una región militar. La noticia sobresaltó a don Francisco, pues él sería el responsable de la seguridad del rey y sería él quien rendiría cuentas de la visita, fuera ésta bien o mal. Así que se dispuso a ayudar en todo al Ayuntamiento de Barcelona, sin condiciones. 

Cuando cedió su cargo a don Juan Procopio de Bassecourt, conde de Santa Clara, la Capitanía General continuó siendo de gran ayuda al Ayuntamiento. Los regimientos catalanes se apresuraron a procurarse uniformes y equipos para presentar un buen aspecto ante los monarcas y las damas catalanas de noble cuna tejieron y cosieron las banderas de los regimientos que apadrinaban, contentas de honrar así a los reyes. Ésa era la tradición entonces.

El obispo de Barcelona, don Pedro Díaz de Valdés, también se sumó a la fiesta y muy contento, además, porque no se concebía entonces fiesta grande sin misa ni curas ni ingresos extraordinarios. Quizá soñara el señor obispo con promociones cardenalicias, no sé. 

Las Ramblas y la iglesia de Belén, en Barcelona, en fecha próxima a la visita de los reyes.
Uno de los trabajos del Ayuntamiento y las juntas fue empedrar las calles, limpiar y repintar las fachadas, limpiar, pulir y dar esplendor a la ciudad que verían los monarcas. Tenían apenas medio año para conseguirlo.

Contenta la Iglesia y la nobleza, quedaba el Tercer Estamento, la burguesía. El señor corregidor y alcalde sabía que quien tenía el poder en la ciudad era la Junta de Comercio y Fábrica, no uno u otro noble, que en Cataluña había pocos y de baja importancia. Había que ganarse a los gremios y contentar a las familias catalanas, bien lo sabía don Lorenzo.

Nos podemos reír viendo que no han cambiado tanto las cosas. Lo primero que hizo el señor alcalde fue crear comisiones y llenarlas de cargos, que ocuparían los de siempre, los de toda la vida, los que siempre se beneficiaban de una comisión por aquí y otra por allá, ya me entienden. ¡Como ahora!

Para comisiones, la Comisión de Obsequios. Era la que tenía que preparar los regalos, obsequios y agasajos que recibirían los reyes de parte de la agradecida ciudad de Barcelona, pero también era la que tenía que cuidar de detalles como el empedrado de las calles o la reconstrucción de edificios, teniendo siempre cuidado con el olor a pintura, como ya saben. La comisión la formaron varios nobles y algunos burgueses ilustres. A saber, el conde de Crexell, el marqués de Villel, el marqués de Barberá, Antonio de Borrás, Cayetano Gispert y Joaquín de Vendrell a los que luego se sumaron el marqués de Palmerola y Rafael de Llinás, porque la visita estaba dando más trabajo del previsto.

Pero ¡quiá! Hoy diríamos que fue la sociedad civil barcelonesa la que tomó las riendas y puso manos a la obra. Es decir, el Tercer Estamento, la burguesía, la gente de dinero, los que se llaman a sí mismos pueblo. Éstos se organizaban en la Junta de Comercio y Fábricas, de la que ya hemos hablado, y la Junta de Colegios y Gremios, más conservadora, pero no menos activa.

De estas juntas dependió el éxito de la visita y la estancia real en Barcelona, y gran parte de los preparativos del festejo. Ellas adocenaban al pueblo y le ofrecían un espectáculo. Ellas pagaban el gasto y ellas querían acercarse a los reyes, ya puestos a soltar monedas. ¿Qué hicieron para organizar el desembarco real? ¡Exacto! ¡Nombraron comisiones!

Los gremios tenían su propia junta y sus propias reglas. 
Por lo general, eran más conservadores que la Junta de Comercio y Fábrica.

Les ruego que presten atención a los apellidos. La comisión de los Colegios y Gremios la formaron Francisco Mas Navarro, Ramón Argila, Antonio Riera, Juan Serra, Francisco Bransí, Joseph Ribas y Margarit, Magín Enrich, Francisco Camp y Vergés, Ignacio Regés, Félix Silvilla y Mariano Esteve y Grimau. La comisión de Comercio y Fábricas la formaron Mariano Gispert, Joseph Joaquín Milá de la Roca, Josep Gironella, Juan Canaleta, Francisco Gomis, Narciso Huguet, Joaquín Espalter y Roig y Juan Rull. 

Éstos eran, sin duda alguna, los catalanes más ricos e influyentes en 1802. 

Había bofetadas por ver quién le hacía más favores al rey, si los gremios o la Junta de Comercio, y de fondo se disputaba la hegemonía de la burguesía gremial y colegiada, conservadora, o de la burguesía comercial e industrial, progresista. Carlos III había apostado por la burguesía progresista y los gremios querían recuperar el terreno perdido agasajando a Carlos IV. ¿Qué partido vencería en la pugna por liderar la economía catalana?

Barcelona, en 1806.
En 1802 sería prácticamente idéntica.


A rastras por las calles de Barcelona (II)


Los aficionados a la ópera sabrán que el estreno de Cosí fan tutte en España fue en Barcelona, en 1798, para celebrar la onomástica del buen rey Carlos IV. En tiempos de sables y guillotinas en Francia, Barcelona seguía aplaudiendo a los Borbones con especial devoción y a Mozart, con algo de recelo. Algo tenía que ver que los catalanes no se fiaban un pelo de los franceses, que nunca se lleva uno bien con los vecinos, como también que industriales, campesinos ricos y comerciantes debieran su fortuna a la monarquía borbónica y que el pueblo llano fuera ultracatólico y conservador en extremo y prefiriera aferrarse a los fueros y a los Autos de Fe que abrirse a la cultura y la ilustración. 

Una de las obras maestras de Goya, La familia de Carlos IV.
La reina, en el centro, domina la situación. Carlos, el rey, a un lado.
Fernando, de azul, el novio. Su mujer le vuelve la cara.
La niña a la izquierda de María Luisa es la otra novia, María Isabel.
Que Goya no acabara en los calabozos después de representar a la familia así, tal cual, es uno de los grandes misterios de la historia del arte.

La familia de Carlos IV era una familia complicada. No hablemos de Fernando, que luego sería Fernando VII, un tipo taimado, cruel, cabrón y malo, así, en general, príncipe de Asturias. En esa época todavía no tenía poder en la Corte. Debería haberlo tenido Carlos IV, pero éste era un rey tontorrón y calzonazos y su mujer, María Luisa de Parma, un mal bicho. La reina era de carácter fuerte, tenía a su marido de mal día en peor día y sólo le daba hijos y disgustos. Además, era muy aficionada a los favores del primer ministro Godoy, otro sinvergüenza, y era capaz de amargarle un dulce a cualquiera con su mala leche. Tenía ideas políticas propias y hay que reconocerle méritos a la mujer en ese campo.

Maria Luisa, en la época en qué negoció las bodas.

Italiana de sangre, ambicionaba volver a unir el reino de Nápoles con la Corona Española, como antaño. Eso iba a ser difícil, pero que el sur de Italia fuera un firme aliado de España, eso sí. Organizó, pues, la boda de su hijo y próximo rey, don Fernando, con la princesa María Antonia de Borbón y Lorena, de Nápoles, que también era su prima, pues el rey de Nápoles y las dos Sicilias y el de España eran hermanos.

María Antonia de Borbón y Lorena, que sería la mujer de Fernando. 
Vivió un triste matrimonio y murió pronto, después de dos abortos y una tisis.
Malas lenguas afirman que la envenenó Godoy para ganarse el favor de Fernando.

Al comenzar las negociaciones, que llevó personalmente la reina María Luisa, se murió María Clementina de Austria, hermana de la famosa María Antonieta, la que había perdido la cabeza en París. María Clementina era la mujer del príncipe heredero del trono de Nápoles, Francisco Jenaro (en verdad, Franceso Genaro). María Luisa no se lo pensó dos veces y ofreció en matrimonio a su hija María Isabel, todavía una niña, hermana de Fernando. La propuesta fue bien acogida por los napolitanos, a falta de nada mejor. 

Las negociaciones las cerraron María Luisa por parte española y el duque de San Teodoro por parte de Nápoles. Llegaron a un acuerdo el 14 de abril de 1802. Su Majestad Carlos IV ratificó el que pasaría a la historia como Ajuste de Aranjuez, pues ¡cualquiera le dice que no a María Luisa! Se casarían los novios por poderes en Nápoles, el 6 de julio y el 25 de agosto. Luego se procedería al intercambio de parejas y a la formalización y consumación del sacramento.

La familia de Fernando, rey de Nápoles y las dos Sicilias, años antes de las bodas.

Eso implicaba el traslado de al menos dos reyes, los de España y los de Nápoles, además de reinas, princesas, infantes, la Corte española y la Corte napolitana, para formalizar la doble boda. Eso es tanto como decir que la ciudad que acogiera la ceremonia viviría una fiesta interminable y fastuosa, que duraría dos o tres meses. ¡Lo nunca visto! 

Esa fiesta comenzaría por la llegada de los reyes y luego proseguiría hasta cerrar el negocio. La ciudad anfitriona organizaría juergas, fiestas y festejos para entretener a la Corte y al pueblo. Pocas ciudades europeas habían vivido algo parecido los últimos años y ¿qué ciudad escogió para la juerga doña María Luisa? ¡Barcelona!

Por muchas razones. Una, geográfica, pues era puerto de mar. Pero también porque después de siglos de miserias era una ciudad rica gracias al comercio y la industria y una de las ciudades principales del Reino de Aragón. Pero muy especialmente, Barcelona fue escogida porque pocas ciudades había más devotas a Sus Majestades que la Ciudad Condal, decían todos.

El aguafiestas, el cónsul Bonaparte.

Se preparaba una de muy gorda, fíjense. Pero hubo problemas. Los ocasionó en parte Napoleón Bonaparte, que todavía no era Emperador, pero sí Cónsul de la República Francesa. La familia Bonaparte tenía origen toscano y las cosas de Italia llamaban mucho la atención del Corso. 

Estaba prevista la presencia de los reyes de España y de Nápoles (o de las dos Sicilias, como se decía entonces), pero Fernando IV de Nápoles (o primero de las dos Sicilias) y María Carolina tuvieron que quedarse en casa. En 1800 y 1801 se sucedieron graves desórdenes en Nápoles. Es decir, que se puso todo patas arriba por culpa de los franceses, o de un francés en particular, Bonaparte, que supo hacerse con las riendas de la política italiana. En pocas palabras, si los reyes dejaban el trono, se les iba a sentar en él una república o un rey francés. 

Eso explica que Nelson pasara los días en la bella bahía de Nápoles cañoneando a las multitudes con sus barcos y que aprovechara las pausas para iniciar su tormentosa y particular relación con lady Hamilton, pero ésa es otra historia. Pese a los esfuerzos de Fernando y la Real Marina británica, años después, Joaquim Murat, cuñado de Napoleón, sería rey de Nápoles. El cargo le iba que ni pintado.

Sin embargo, a falta de los reyes de Nápoles, se invitó a los de Etruria. El reino de Etruria duró catorce añitos (1801-1815) y fue un capricho de Napoleón. Su rey, Luis I de Etruria, era hijo del duque de Parma, Fernando, hermano de María Luisa, y la mujer de Luis, María Luisa Josefina, hija de Carlos IV y María Luisa, hermana del novio y la novia. Como ven, ¡todo en familia!

Luis se presentaría en Barcelona con su mujer y sus dos hijos, Carlos Luis y Luisa Carlota. Por cierto, que Luisa Carlota nació en alta mar, rumbo a Barcelona, porque la señora María Luisa Josefina no pensaba perderse las bodas de sus hermanos ni que le cayera el mundo encima.

Barcelona, hacia 1800.

La fecha escogida para el desembarco de los reyes en Barcelona fue el 11 de septiembre de 1802.

A rastras por las calles de Barcelona (I)


Decía de las grandes juergas que se han corrido en Barcelona y no fue de las menores la que nos hizo correr Carlos IV, rey. 

Digan lo que digan, los catalanes en general y los barceloneses en particular del siglo XVIII sentían una especial devoción por los reyes Borbones. La lista de festejos en su honor a lo largo del siglo es interminable. Se trata de festejos organizados por los gremios de la ciudad, que tenían que solicitar permiso a las autoridades para montar la juerga de turno. Tanta fiesta era vista con recelo, porque a la que corría el vino se montaban algaradas y follones y acababan algunos con los huesos rotos, pero ¡qué más daba! Las fiestas de las onomásticas de los reyes Borbones se celebraban todas con grandísimo boato en la ciudad.

Dos reyes y medio (ya verán por qué el medio) visitaron Barcelona en el siglo XVIII. 

Empezó el siglo con la visita de Felipe V a Barcelona.
La clase dirigente toda le juró fidelidad y el pueblo se echó a la calle para celebrarlo.

El primer rey que visitó Barcelona en el siglo XVIII fue Felipe V o Felipe de Anjou. Hacía más de un siglo que un rey de España no visitaba Cataluña y su recibimiento fue apoteósico, infinito. Los catalanes en general y los barceloneses en particular echaron el resto. La ciudad entera salió a la calle para celebrar la estancia del rey en la ciudad y la Diputación del General, que es la Generalidad, y las Cortes Catalanas, el Consejo de Ciento, etc., le juraron fidelidad eterna y todo lo demás. A cambio, el rey Felipe V juró respetar las leyes del reino y todos quedaron satisfechos. Venga el vino, que hay que celebrar, dijo uno después.

La juerga llegó a tal extremo que poco después de abandonar Barcelona el rey Felipe V, las Cortes Catalanas y tutti quanti juraron fidelidad al archiduque Carlos, que quería ser rey de España en lugar de Felipe V, en plan broma o con una curda como un piano, que en eso no se ponen de acuerdo los historiadores. No hay ni que decir que se montó la de Dios es Cristo y que Cataluña entró en la Guerra de Sucesión por la puerta grande. Holandeses, ingleses y austríacos alimentaron la guerra durante años aprovechando la ocasión y la guerra se alargó y recrudeció.

Otro visitante real de la ciudad de Barcelona, el archiduque Carlos.
La guerra hizo que la fiesta no fuera tan sonada.
Además, era austríaco.

Me atrevo a decir que el siguiente rey en visitar Barcelona fue precisamente el archiduque Carlos, pero rey, rey, lo que se dice rey de España, quizá lo fuera para unos catalanes, pero no para otros, de ahí que yo diga que fue medio rey de todos. El boato de la visita, que fue notable, se resintió por culpa de la guerra y porque don Carlos hablaba alemán y no pillaba lo que le decían. Él iba jurando que sí a todo y cuando la guerra se torció dijo aquello tan castizo del si te he visto, no me acuerdo y adiós, muy buenas, que me esperan en casa, me voy a por tabaco y ahora vuelvo y nos dejó a todos más colgados que un paraguas. 

Barcelona prosiguió la guerra por su cuenta, cuando ya no tenía sentido proseguirla, pues ya se habían firmado las paces entre Carlos y Felipe, pero nosotros, a lo nuestro, sin querer ver más allá de nuestro ombligo, algo catalanísimo. La juerga se había alargado demasiado y cuando la ciudad se rindió, finalmente, Felipe V, todavía resentido, suprimió todos aquellos estamentos medievales que le habían jurado fidelidad y que un año después se la habían jurado a su enemigo, procurando diez años de matanzas. ¿Quién no hubiera hecho lo mismo?

De hecho, los llamados Decretos de Nueva Planta los aplicó a Cataluña, pero también a Valencia, Aragón, Castilla, Mallorca y las Indias. Suprimió el latín como lengua oficial e impuso el castellano (de ahí que se llame también español y que creara en 1714 la Real Academia Española). Se abolieron las cortes en todos estos reinos, se prohibieron las milicias populares, se comenzó a aplicar el catastro sobre las propiedades rurales y urbanas y sobre las rentas, reorganizando y unificando el sistema fiscal de toda España, pero se mantuvo el derecho civil, penal y procesal de cada reino, aunque su administración territorial también se centralizó en corregidurías y capitanías generales (las provincias son un invento de mediados del siglo XIX).

En suma, después de tres o cuatro siglos de decadencia económica, cultural y social, Cataluña había vivido cincuenta años terribles. De Guatemala a Guatepeor. Dos guerras ferocísimas habían asolado el país, había perdido el Rosellón y se había suprimido el órgano de gobierno de sus clases dirigentes, que de un día al otro habían perdido toda su influencia. Quizá fuera esto último lo que animó de nuevo la economía del Principado, pues los catalanes se libraron de las servidumbres medievales de su organización política y social y en el siglo XVIII conocieron décadas de paz y prosperidad, algo a lo que no estaban precisamente acostumbrados.

De ahí que fueran tan devotos súbditos de los reyes Borbones tanto el pueblo como los gremios de la ciudad de Barcelona. En 1731, cuando Carlos, otro Carlos, el Carlos recién nombrado duque de Parma, viajó hacia Italia, lo hizo embarcando en Barcelona, donde los gremios de artesanos y comerciantes de la ciudad le montaron unos festejos que echaron para atrás a todo el mundo. En 1731, tan cerca de 1714 y ya salían los gremios a rendir pleitesía, encantados de conocerse unos y otros.

El tercer visitante real, Carlos III.
Visitó dos veces Barcelona y las dos se sintió muy querido y estimado por sus leales y fidelísimos súbditos catalanes.

¿Quién era ese Carlos, duque de Parma? El que pronto sería Carlos III, uno de los mejores reyes de la España moderna y el que trajo la más grande y sostenida prosperidad a Cataluña en cinco siglos, que es mucho decir. Lo nombraron rey de España cuando estaba en Italia y la primera ciudad que visitó fue Barcelona, pues desembarcó en ella en 1759. ¡Qué recibimiento! ¡Fue cosa de ver! El rey Carlos III afirmaría que nunca se había sentido tan arropado y tan querido como en Barcelona, y así está escrito. Los barceloneses presumían de ser los más fieles súbditos del rey y el rey los premió de muchas maneras. Una de ellas, abriendo el comercio con las Indias, lo que fue el acabóse para los negocios.

Después de Carlos III, que en Gloria esté, no nos visitó ningún otro rey en el siglo XVIII. El próximo en visitarnos sería Carlos IV, pero eso sería en 1802, y de eso hablaremos con más detalle, porque fue entonces cuando el pueblo de Barcelona se volvió loco y acabó arrastrando al rey por las calles de la ciudad, literalmente y como se verá. Lo nunca visto.

A rastras por las calles de Barcelona (introducción)


A las pruebas me remito. La Europa civilizada es la mediterránea.

Es habitual ver desfilar por las calles de Barcelona un ruidoso grupo de turistas británicos o alemanes más o menos borrachos todos que celebran una despedida de soltero (o soltera). Vienen de su tierra a la nuestra para emborracharse y hacer perrerías, buscando sexo, sol y playa, eso que nuestras autoridades están empeñadas en llamar cultura mediterránea. ¡Qué gran prueba ha de superar nuestro europeísmo, sometido a semejante espectáculo! Uno se da cuenta que la civilización y todo lo bueno fue del Mediterráneo hacia el norte, con la sonada excepción de la música de Beethoven. 

Pero hay que notar que nosotros tampoco nos quedamos mancos organizando juergas. A modo de ejemplo, les recuerdo el Fórum de las Culturas, celebrado con alegría hace diez años. ¿Por qué preferimos olvidarnos del fiestorro? Uf, uf, responden las autoridades, llevándose las manos a la cabeza, así que mencionamos el Fórum, evitando la cuestión. Porque muchos, pero que muchos millones de euros más tarde, todavía nos sigue la resaca de algo que comenzó como una broma y no sabemos todavía qué acabó siendo. La juerga ha dejado para el recuerdo un horror urbanístico inútil, como ese tatuaje que dice Amor de madre que uno descubre después de haber despedido la soltería de su mejor amigo, tendido en cama ajena, con sarna en los bajos y el estómago revuelto.

Venga esta introducción para hablar del fiestorro en el que los barceloneses acabaron arrastrando a la monarquía española por las calles, hace ya unos añitos. Próximamente, en las pantallas de su ordenador. O de su teléfono móvil, o su tableta, o comoquiera que vean ustedes esto, que la ciencia adelanta que es una barbaridad. Ya verán qué juerga.