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Después de una derrota...


Prepárense para el año que viene.

Ayer era el centésimo nonagésimo noveno, o nono, aniversario de la batalla de Waterloo y el año que viene hará dos siglos. Son muchos años para cultivar una leyenda y darle fama a la batalla que acabó de una vez y para siempre con la carrera de Napoleón Bonaparte, o Buonaparte, como decían los blancos.


Todos se atribuyen la gloria ese 18 de junio de 1815. Los ingleses, por supuesto, los superenemigos de Napoleón ¡no iban a presumir de méritos! Wellington llegó a primer ministro, él, un zote en política, sólo por la aureola de superhombre que ganó en Waterloo. Por su parte, los prusianos sostienen que, de no ser por su tan oportuna llegada al campo de batalla, los ingleses se vuelven a Bruselas diezmados y con un rabo entre las piernas. Si alguien ganó la batalla, fue Blücher, sostienen. 

Más allá de prusianos y sajones, los alemanes en general se reparten entre unos y otros, porque el duque de Wellington tenía tropas alemanas bajo su mando, lo mismo que el mariscal Blücher. No se quedan atrás belgas y holandeses, que formaron junto a los ingleses, aunque pasan desapercibidos y donde les hubiera gustado estar en verdad es en las filas de Bonaparte. Hasta hubo un puñado de polacos en la Guardia Imperial, italianos, suizos... Ah, y un general español. 

Finalmente, los franceses. Sólo hay que leer a Victor Hugo cuando habla de la batalla de Waterloo en Los Miserables para comprender que lo que hizo Rambo en Vietnam (ganar la guerra) ya lo habían hecho los franceses un siglo antes y que si perdieron al final, fue porque Dios quiso y porque Napoleón sufrió un ataque de almorranas (sic) que no le dejó ganar, que si no...

El barranco de Waterloo, una de las leyendas de la batalla.
Victor Hugo le dedicó páginas y páginas y le echó la culpa de todo.

A decir verdad, fueron muchos y de todos los bandos los que se cubrieron de gloria. En Waterloo sobraron héroes. Es decir, fue una batalla horrenda, una matanza espantosa. Murieron a puñados, a docenas, a centenas, estúpidamente. Si la campaña de los Cien Días es brillante y nos dice qué gran estratega fue Napoleón y cuánta suerte y perspicacia tuvo Wellington, la resolución táctica fue, en la mayor parte de las batallas, una chapuza. y en la batalla de Waterloo, catastrófica. 

Combate en La Haye Sainte, durante el punto álgido de la batalla.

Se juntaron casi doscientos mil hombres en ocho kilómetros cuadrados. Se fusilaron, acuchillaron y ametrallaron de sol a sol, con un empecinamiento tremebundo. Hacia el final, la Vieja Guardia Imperial, rodeada y destrozada, formada en cuadro, fue conminada a rendirse. Era la única formación más o menos coherente que quedaba en pie y cubría la retirada (una espantá). Los bigotudos habían tenido que coger a Napoleón en hombros, montarlo a caballo y echarlo de ahí, porque el Corso había querido morir a pie de cañón y no en Santa Helena, pero los bigotudos le desobedecieron esta vez y le dijeron que para morir ya estaban ellos.


Dos visiones del final de la Vieja Guardia.
Arriba, la de los cromos del Chocolate Poulain, con el celebérrimo Merde! del general Cambronne. Abajo, en un grabado contemporáneo, donde se ven los cuadros de los bigotudos, poco antes de ser ametrallados de modo inmisericorde.

Decía que rodeados y diezmados, fueron invitados a rendir las armas. Fue el momento de gloria del general Cambronne, que se alzó en medio de los gruñones y en voz alta, que se le oyera, dijo: ¡La Guardia muere, pero no se rinde! Le volvieron a pedir que rindiera las armas, que no hacía falta proseguir la carnicería, y fue entonces cuando exclamó el celebérrimo Merde! que ha pasado a los libros de historia como la M de Cambronne. Esa escena podría resumir toda la batalla. Un baño de sangre, una merde de grandísimas dimensiones. Pero gloriosa como pocas. Merde!

Al anochecer, Napoleón, pese a padecer un severo ataque de almorranas, había tenido que huír a uña de caballo, como ya hemos dicho. Imagínense, pues, la magnitud de la derrota, que le obligó a cabalgar con el culo hecho un cisco. Mientras tanto, ya noche cerrada, Wellington y Blücher pudieron saludarse (en francés, porque ni Wellington hablaba alemán ni Blücher, inglés).

Poco antes o poco después, el duque de Wellington dejó ir una de las grandes frases de la jornada, Merde! aparte. Echando un vistazo alrededor, apenas iluminado por las hachas y las linternas, en medio de los restos (humanos) de uno de sus regimientos, dijo aquello de El espectáculo más triste después de una derrota es el espectáculo de una victoria, o algo parecido.

Uno de cada tres franceses y uno de cada cinco aliados había caído en diez horas de combate. Alrededor de Wellington y su séquito yacían cincuenta y pico mil hombres muertos o heridos, algo que tardaría un siglo en volver a verse.

2 comentarios:

  1. El resultado de la batalla de Waterloo tuvo una transcendencia capital en la historia de Europa.de haber sido el resultado el contrario: ¿se habría consolidado Prusia como potencia continental? yo creo que no, por lo que el nacionalismo militarista prusiano no habría podido liderar la reunificación alemana, ni gobernar el imperio resultante, ni iniciar la I Guerra Mundial, con lo que no hubiera habido nazismo ni II Guerra Mundial...¿me excedo en mis conclusiones?

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    1. Imaginar es muy fácil y quién sabe qué hubiera pasado en un siglo y medio con otro desenlace en esa batalla. ¡Cualquier cosa! Objetivamente, sin embargo, Napoleón no había consolidado todavía el poder en Francia y las tropas aliadas superaban en mucho a las francesas. El "what if" no puede ignorar que Napoleón buscaba una victoria relámpago para ganar tiempo, pero ¿le hubieran dejado ese tiempo rusos, austríacos, ingleses, prusianos...?

      ¿Qué hubiera pasado si...? es un juego muy interesante y divertido y me encanta imaginar otras historias, juego a menudo con ellas, pero la verdad es que, de haber triunfado Napoleón en Waterloo, ¡quién sabe qué habría estado pasando unas horas más tarde! El azar es un tirano implacable.

      Gracias por leerme y comentar mi entrada.

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