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El reloj del Duomo vuelve a dar la hora (itálica)


La máquina del reloj del Duomo di Santa Maria del Fiore.

El otro día me comunicaron una gran noticia... lo que a mí me parece una gran noticia, con eso me basta. El reloj de la catedral de Florencia (il Duomo) vuelve a funcionar como es debido. Vuelve a dar la hora, pero no la hora normal y corriente, sino la hora itálica, y dentro de nada explicaré qué es eso de la hora itálica, que tiene su miga.

El reloj de la catedral de Florencia es singular por muchas y pintorescas razones. Fíjense que era el reloj principal de la Iglesia en la ciudad más rica de Italia (quizá de Europa) y, de ser usted el señor obispo, ¿dónde hubiera mandado usted colocar el tal reloj? Donde se viera, ¿verdad? En un lugar bien visible, que todos los florentinos puedan verlo y guiarse por su mesura del tiempo. Pues, no. 

Parece pequeño, pero no lo es. 
Es que la catedral es ¡enorme!

En vez de ubicar el reloj en la fachada exterior de la iglesia, en el campanario, ¿dónde lo ponen? ¡Dentro de la catedral! Dentro quiere decir dentro, en el interior, y no es broma. En lo alto de la nave central, en la fachada interior, justo encima de la entrada. No se ve desde las capillas o naves laterales (doy fe de ello) y si uno quiere saber cuál es la hora de la iglesia (de la ciudad) tiene que adentrarse en la catedral un buen trecho, dar media vuelta y levantar un poco la cabeza.

El por qué está ahí es objeto de debate. Florencia era la capital de la industria y las finanzas de Europa y los florentinos, unos tipos muy apegados a las cosas materiales y muy entretenidos con los mejores artistas del mundo. Quizá colocar el reloj en lo alto de la nave central de la catedral, pero dentro de la catedral, fuera una estratagema clerical para que los florentinos entraran en la iglesia, aunque sólo fuera para saber la hora. 

No es una teoría descabellada. Cuando el predicador Savonarola se hizo con el poder en Florencia, sembrando el fanatismo religioso y la intolerancia entre los florentinos, comenzó a quemar artículos de lujo (sedas importadas, obras de grandes maestros, libros incunables) en su hoguera de las vanidades, convencido de que los florentinos, con la excusa de los negocios y la cultura, dedicaban poco tiempo a Dios. Poco después, Savonarola fue también chamuscado. Él se lo buscó.

Vista del palazzo Vecchio o della Signoria. Vean el reloj.
Perspectiva desde donde quemaron a Savonarola, más o menos.

Pero esta teoría está contestada por otro reloj, el del palazzo della Signoria. Un reloj de propiedad municipal, en lo alto de la torre del centro político (no religioso) de la ciudad. Lo fabricó Niccolò di Bernardo da San Friano en 1353, año en que lo tuvo a punto, y su máquina aguantó siglos en la torre. La sustituyeron en 1667 y el reloj nuevo todavía sigue ahí, dando la hora (con razonable precisión, además). Es decir, que los florentinos no necesitaban entrar en la catedral para saber qué hora era.

Ahora bien, existe otra versión del porqué. El reloj lo pagaron los gremios de Florencia, lo que ahora llaman la sociedad civil y no la eclesiástica. Quizá ubicaran el reloj en el interior del templo para recordarle al señor obispo cuánto tiempo llevaba sermoneándoles desde el púlpito, que no callaba, el hombre. Porque hay que recordar que en las misas de aquella época no había asientos, se asistía al oficio de pie y la iglesia se llenaba de punta a rabo de feligreses. Existen documentos contemporáneos que recordaban cuántas horas (sic) había estado predicando tal o cual sacerdote, y un predicador famoso llenaba iglesias como hoy llenan estadios los cantantes famosos. Así, pues, en la catedral de Florencia podían sumarse miles de florentinos y un obispo parlanchín predicando más tiempo del debido podía perjudicar tanto el beneficio de los gremios como la paciencia de los ciudadanos capitalistas. 

Sin embargo, esta versión, que yo daría por buena con los ojos cerrados, no goza de mucho predicamento. En su lugar, se llega a insinuar que el reloj era un memento mori, un recuerdo de nuestra condición de seres mortales, aquello del tempus fugit y que el final de los tiempos te pille confesado. El reloj se convierte en algo místico, en un instrumento religioso. No está mal como teoría, incluso es bastante razonable, pero llegados a este punto sospecho que no podremos saber jamás y sin duda alguna por qué quien fuera tuvo la idea de colocar el reloj dentro de la iglesia y no dando a la calle.

La ubicación es una de sus singularidades. La otra es la esfera.

Aunque no diera la hora, sería uno de los relojes más bellos del mundo.
Pintado por Paolo Uccello. Un frescos de siete por siete metros, aproximadamente.

El reloj de la catedral florentina se conoce también como el reloj de (Paolo) Uccello, el gran pintor. Sólo por eso merecería una atención desmesurada, porque Uccello es uno de los más grandes artistas del Renacimiento. 

En 1433, decoró la esfera del reloj de la fachada interior de la catedral, con tal arte y maestría que da gusto verla. Ahora bien, su pintura esconde algunos misterios. Paolo di Dono, es decir, Paolo Uccello, (ahora citaré a Vasari) pintó las horas en la esfera encima de la puerta principal en el interior de la iglesia, con cuatro cabezas en las esquinas pintadas al fresco. Vale, bien, ¿y de quiénes son esas cuatro cabezas? 

Las cuatro miran al centro, tienen un halo... pero no sabemos si son los cuatro evangelistas o algunos profetas bíblicos. Conociendo a Uccello, hasta podrían ser paganos; conociendo a los florentinos, podría ser cualquiera que pusiera dineros para comprar el reloj. La discusión persiste, tantos siglos después, que si son tal, que si son cual, aunque nadie discute la maestría de Uccello. Ah, no, eso jamás. Y si la discutiera alguien, que se prepare a recibir la visita de un amigo de la familia. No es una amenaza, es un aviso. Quien haya visto en persona esa magnífica esfera al fresco, me dará la razón (o morirá negándomela).

No es un fresco pequeño, ni mucho menos. La esfera que pintó Uccello no llega por poco a los siete metros de diámetro. Y ahora vienen más singularidades del reloj, una tras otra. 

Es una esfera de 24 horas en números romanos en orden ascendente. Es decir, el XXIIII (que no XXIV) abajo, donde las 6 de su reloj. Pero (perdonen la manera de decirlo) la manecilla corre en sentido contrario a las manecillas del reloj. Que se entienda. En vez de girar hacia la derecha, gira hacia la izquierda.

Para más inri, agárrense, marca la hora itálica. 

La hora itálica es una pesadilla para el relojero, y verán por qué. La hora itálica es, en verdad, la llamada juliana, de Julio César. Muchos sabrán que César introdujo el calendario de Sosígenes de Alejandría y para no llamarlo calendario soso o de Sosígenes, o alejandrino, lo llamó juliano, para colgarse la medalla de tantos méritos. Pero pocos sabrán que con el calendario introdujo también el horario juliano. Si el calendario juliano era un buen invento, el horario juliano, una pesadilla.

El horario juliano divide el día en 24 horas. Hasta ahora, bien. Pero la vigésimocuarta hora (la 24.ª) no corresponde a la medianoche, sino a la puesta del sol. Se pone el sol, comenzamos a contar las horas: 1, 2, 3... hasta que al día siguiente volvemos a empezar así que se pone el sol.

Esto es una jodienda, perdonen ustedes, porque el día no dura lo mismo en invierno o en verano. De hecho, ningún día dura lo mismo que el siguiente a lo largo de todo el año. Ni ninguna noche. La variación de la longitud del día cada día escapaba de la precisión de los relojes de campanario (aunque se aproximaba a las cifras reales en relojes de mesa, infinitamente más complicados). Así que ya ven ustedes a ése de ahí, el relojero de la catedral de Florencia, echando a correr cada atardecer, por poner en hora el reloj de la catedral. 

Aunque este caballero es uno de los restauradores, pónganse en el lugar del relojero de la catedral en el siglo XV o XVI, corriendo a poner en hora, cada día, este cachivache.

Consta en los archivos florentinos al menos un descalabro del relojero por caerse de arriba abajo con las prisas de poner el reloj en su hora. Un tropezón en las escaleras y ¡patapum! Aunque hubo uno que cayó (no sé cómo) de las alturas y aterrizó en la nave del templo. ¡Paf! No consta su muerte, de milagro, pero si un batacazo que mereció su puesto en los archivos de la república. Sería un trompazo sonado, imagínenselo. Al atardecer, dentro de la catedral, mientras se ruega a Dios Nuestro Señor por el tipo de interés del arriendo de la lana, ¡Ay, que me voy! ¡Patapaf! ¡Cáspita, el relojero!

(Si no me creen, consulten Las máquinas del tiempo y de la guerra, de Carlo Maria Cipolla, donde se proporcionan abundantes ejemplos de accidentes de relojeros medievales y renacentistas.)

Uccello pintó la esfera en 1433, pero la pinto ¡cuando todavía no había reloj! El pintor acabó el fresco en un santiamén y el relojero tardó diez años más en completar la máquina. Angelo di Niccolo, en 1443, la dió por terminada. De ese reloj original se sabe bien poco, quizá menos. Se han encontrado pesos y contrapesos de relojería en la catedral y se sospecha que serían de ese reloj original.

Después de una o más caídas del relojero de la catedral de arriba abajo, fue necesario repararlo y ponerlo al día, digámoslo así. Al relojero, también. La familia della Volpaia, relojeros, puso manos a la obra. En 1497, Lorenzo della Volpaia puso sus manos en el reloj y lo dió por arreglado. Era un gran relojero, Lorenzo, que había asombrado al mundo con un planetario que quitaba el hipo (pero ptolemáico, no copernicano). Su hijo, Camillo, tuvo que reconstruir lo que había desmontado el padre, y consta que puso su mano en el reloj del Duomo entre 1546 y 1547, cuando él mismo ya era un gran maestro relojero.

No acabó de ir bien, y llegado este punto ya no sé si empleaba todavía la hora itálica y procuraba el tormento del relojero catedralicio o si ya se conformaba con las 24 horas del día tal y como las entendemos nosotros. Pero dicen que se estropeaba con frecuencia, y eso sólo se explica por una constante manipulación. Es decir (aquí soy yo quien supone), que todavía empleaba la hora itálica y el relojero seguía escaleras arriba y abajo cada vez que se ponía el sol, maldiciendo a Julio César y su manía de meter mano al horario.

Hasta que alguien dijo basta y hasta aquí hemos llegado. En 1688 se cambiaron las pesas y contrapesas por un péndulo, ganando en precisión. En este sentido, la decisión de la Opera di Santa Maria del Fiore (la Obra de la Catedral) fue de un modernismo impresionante para la época, al introducir la mecánica más moderna de aquel entonces en sus tripas relojeras. En 1761, otro relojero florentino, Giuseppe Borgiacchi, volvió a cambiar toda la maquinaria del reloj. No lo haría mal, porque es el mismo reloj que todavía funciona hoy en día.

Pero el maestro Borgiacchi cambió la maquinaria y algún imbécil cambió la esfera de Uccello. Se pusieron doce horas en vez de veinticuatro y se cambió la aguja horaria original. Ahí queda eso. El fresco de Uccello, a tomar viento. La hora itálica, también.

Suerte de los restauradores y los historiadores. El fresco y la aguja originales se restituyeron en los años sesenta y setenta del pasado siglo. Regresó el magnífico reloj antiguo... y la hora itàlica. Cambiaron una ruedecita de la máquina del maestro Borgiacchi y andando.

El profesor Palmieri metiendo mano a la máquina del reloj.

Hoy es noticia que han restaurado la máquina con mucho cuidado y esmero, porque comenzaba a oxidarse y ya bailaban los ejes. Había envejecido por el uso. Ha corrido con los gastos una empresa relojera florentina, Officine Panerai. Los profesores Andrea Palmieri y Ugo Pancani, que saben de relojes antiguos lo que no está escrito, han sido los encargados de la restauración. 

En 1860, Giovanni Panerai abrió La Bottega di Orologeria (una tienda-taller de relojería) en el Ponte alle Grazie. Al principio vendía relojes suizos de postín, pero acabó fabricando sus propios relojes y éstos cobraron fama cuando los buzos de la Real Armada Italiana escogieron los Panerai para llevarlos encima y bajo el agua. Hoy, Officine Panerai sigue abierta en la Piazza San Giovanni, su sede central en Florencia. Estos caballeros relojeros han corrido con los gastos de la restauración de la máquina del reloj del Duomo y la han restaurado toda, toda de arriba abajo. La han dejado como nueva. Como había dicho, una gran noticia.

Nota: Casi todas las fotografías de este apunte y parte de la información provienen de:


1 comentario:

  1. Bravo por el artículo!!!
    Es para disfrutarlo.
    (y por el más reciente de la hora oficial de BCN :-) )

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