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Los relojes calavera


¿Quién no ha visto a Hamlet en la escena del cementerio? Alza la calavera de quien fuera el bufón del rey, la mira a los ojos y dice aquello de cómo nos tenemos que ver y la que nos espera. Como dijo Shakespeare, mucha gente antes y mucha más después, lo único cierto de esta vida es que se acaba. 

Algo que nos recuerde el fin de nuestros días se llama un memento mori. En latín, recuerda (que) morirás. Sí, ya, vale, moriré y la vida no vale un comino. Hoy procuramos olvidarnos del día fatal, pero el memento mori es un motivo habitual en el arte y la artesanía. La 3.ª Sinfonía de Beethoven incluye una marcha fúnebre. Las imaginería del catolicismo está llena de huesos y calaveras y la Semana Santa es un memento mori a lo bestia, esencialmente. Tarde o temprano, los más grandes maestros de la pintura nos dejan un memento mori en un fresco o un lienzo; vayan a comprobarlo en cualquier museo. Etcétera. Es más fácil tropezar con un memento mori de lo que creen.

Una máquina que nos recuerda constantemente el paso del tiempo y lo poco que nos queda es el reloj. Es implacable. En cierto modo, escalofriante. De ahí que un reloj sea un memento mori ideal.

A finales del siglo XVI y sobre todo en el siglo XVII comenzaron a fabricarse relojes verdaderamente pequeños, los primeros relojes de cuerda. Tenían aproximadamente el tamaño y la forma de un huevo, aunque los había más pequeños. Eran un alarde de mecánica. Al principio, poca gente podía permitírselos, eran caros. De ahí que su decoración suela ser rica y la caja, de metales preciosos. Muchos tenían sonería para avisar de las horas o los cuartos.

El reloj calavera de María Estuardo.

Poco antes de morir decapitada, María Estuardo, Mary Stuart o María I, reina de Escocia (por poco tiempo), regaló un reloj a Mary Seaton, una de sus damas de honor. Es difícil datar el reloj porque fue modificado años después, pero se cree que lo construyó Moyant A. Blois, y sería poco antes de 1570. Es una miniatura magnífica, pues no hace más de cinco centímetros y medio de diámetro.

Ese reloj se conserva todavía, en el museo del Louvre. Parece ser que la esfera no es la original, porque, como ya he dicho, un artesano suizo modificó el reloj a mediados del siglo XVII. Corre el rumor (no verificable) que ese artesano fue Jean Rousseau, el abuelo del filósofo, que era relojero.

Abre la boquita...

En cualquier caso, el reloj es un memento mori espeluznante. La caja es una calavera de plata, tal cual. Puede leerse la hora abriéndole la boca, bajando la mandíbula inferior hasta que se libera un resorte. Clac. La maquinaria ocupa el cráneo, haciendo las veces de cerebro. ¡Muy apropiado! 

El reloj venía con estuche y cadena.

La plata estaba bellamente trabajada. Aparece, ¡cómo no!, la Muerte, con la guadaña y el reloj de arena, Adán y Eva y la Crucifixión. La caja del cráneo (en especial, su parte inferior) hacía de campana y caja de resonancia, pues el reloj tenía sonería y marcaba las horas con un pequeño martillo. La Muerte está entre una casita de campo y un palacio y un verso de Horacio rodea el craneo. Dice (traduzco libremente) que la pálida muerte visita por igual las chozas de los pobres y los palacios de los ricos.

El reloj de la reina María se hizo famosísimo en su época. Se dibujó varias veces y los grabados de esta maravilla mecánica corrieron por Europa a principios del siglo XVII. A mediados del siglo XVII, los relojes calavera se habían puesto de moda. Especialmente, en Inglaterra.


El reloj calavera de Isaac Penard que se conserva en Nueva York.

Sobran los ejemplos. Éste es otro magnífico ejemplar, que fabricó Isaac Penard, un relojero suizo que vivió entre 1619 y 1676. Se terminó entre 1640 y 1650 y también es una calavera de plata. Es otra miniatura excelente (otra vez, el diámetro máximo es de cinco centímetros) y perteneció a J.P. Morgan, el banquero, que lo regaló al Metropolitan Museum of Art, pasando por generoso. 

Es interesante compararlo con el anterior, porque el reloj calavera de María Estuardo era un reloj católico y éste lo fabricó un relojero protestante (calvinista) para un cliente protestante. Comparen la exhuberancia de la caja católica con la sobriedad de la caja calvinista. Isaac Penard fue aprendiz y sucesor del maestro Jacques Sermand, un relojero que se había especializado en fabricar... ¡relojes calavera! El alumno siguió con el negocio.



El reloj calavera del British Museum, c. 1660.
Observen las inscripciones.

En otro gran museo, el Museo Británico, encontraremos este otro reloj, fabricado hacia 1660. Es un ejemplo más de los ya popularísimos relojes calavera. Éste es un memento mori tremebundo, pues la calavera viene con inscripciones. Vita fugitur, caduca despice, aesterna respice e incerta hora, que quieren decir, más o menos, que la vida se te va de las manos, que sólo hay que ver cómo caen los demás, que te espera la eternidad y que no sabes nunca cuándo será. Ahí queda eso, jódete.

La moda de los relojes calavera tuvo su punto álgido a mitad del siglo XVII, como he dicho. Luego, fue olvidándose. Aunque nunca del todo. Fíjense en este reloj calavera de 1810, de cuatro centímetros de altura, fabricado con oro, esmalte, etcétera. Estremecedor.





Este reloj de 1810 me da a mí que se pasa de la raya.
De todos modos, es un trabajo de miniatura excelente.

¿Creen que la moda de los relojes calavera ha pasado ya, definitivamente? ¡Ay, no! En el último festival de Cannes, el señor Stallone presentó una película de tiros y mamporros, puro Shakespeare. Richard Mille, una marca de relojes tan caros como feos, le proporcionó este reloj, para que hiciera publicidad de la marca. ¡Un reloj calavera!

Richard Mille RM 52-01 con tourbillon y calavera.
Imagínense a Stallone marcando paquete con este reloj.
Qué miedo.


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